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Entrevista al poeta Eduardo Milán

José Natarén

Tuxtla Gutiérrez, Chiapas

Durante la FILTUX 2021, organizada por el Instituto Tuxtleco de Arte y Cultura en honor del maestro Óscar Oliva, tuve el honor de entrevistar al maestro Eduardo Milán (1952), uno de los poetas relevantes de nuestra América.

-¿Cuál es su lectura respecto al momento de la literatura en América Latina?

E.M: “No puedo separar la literatura mexicana del resto de la literatura universal. Es una. Hay muchos tipos de esa unidad. Por más particular y específica y diferente, las diferencias caben en una generalidad. Pensamiento simbólico enraizado con el mito y las tradiciones diferentes que integran la escritura literaria. Las literaturas nacionales o nacionalismos literarios no me interesan. Nos integramos o caemos fuera. Respetar las diferencias o no se pueden ver los puntos en común. Cuando se atraviesa una crisis civilizatoria como la que atravesamos todo entra en juego, también la literatura. Entra en suspenso, en revisión. Es muy necesario ver cuál es nuestro legado, la gran o la menor poesía, pero todo es poesía, como legado.

Tenemos que releer eso porque eso se nos dio, no lo podemos tirar porque eso somos nosotros. Reubicarnos en relación a eso en la medida en que podamos reubicar eso en relación a nosotros. Lo que somos. No se debería tomar como una cuestión pasada o de otro momento histórico. Releer ese pasado, hoy es fundamental. La pandemia nos dejó una visión de tiempo muy particular. Es un momento para ver lo que nos llega de los hombres y mujeres anteriores para situarnos en nuestro presente y en las posibilidades que se pueden armar de un futuro que no está dado, hay que hacerlo. El futuro no viene, está. Hay que hacerlo”.

-¿Qué persiste en su poesía?

E.M: “Fui formado, influenciado por la teoría de la poesía concreta. En 1976 conocí a Haroldo de Campos. Tengo lengua materna portuguesa, mi madre era brasileña. Conocí a de Campos, fundador de poesía concreta en el 1952. Se hizo una amistad. Nunca escribí poesía concreta, pero quedé muy impactado. Extremo cuidado con lo que se llamó, por el formalismo ruso, materialidad del lenguaje, el sonido, la consideración puntual, micrológica de la palabra. No solo su aspecto semántico, un todo, una integridad, de ahí la importancia de ‘El golpe de dados’ de Mallarmé (1897). Es tan importante esa consideración como la lectura de poesía norteamericana: la generación de los modernos: Pound, Cummings, Williams, Eliot, Marianne Moore… hay que agregar a la vanguardia latinoamericana de principios de siglo: ‘Trilce’ y ‘Residencia en la Tierra’, absolutamente notables; Altazor, monumento, en el sentido bueno de la palabra, fuera de serie. Por último, la poesía de Nicanor Parra: los antipoemas, un momento crucial y parteaguas en la poesía latinoamericana. Todo eso me formó, eso relacionó con el ruido, con el sonido y la atención a la reflexión sobre el propio poema, característica que viene del siglo XIX para cierta poesía, para la que hago”.

“Alegría gustaría

ahora, necesaria, incluida

en todo, entera, sin que fuese

esa gracia especial, hímnica

de los grandes momentos con esferas

celestiales, dale al alma.

Alegría concreta, alegría de tocar

el cuerpo-carne, el cuerpo-música,

más o menos

amados. Ruiseñores con, cántaros con,

ausencia con, aun carencia, omnipresente

en el mundo, en la palabra. Que si va,

que si no va con este tiempo y vuelve

sola, absurda, incomprendida ética,

como un otoño, como las hojas grises del árbol

en otoño, tristes. Es que sólo la alegría vuelve.

Decirla desde ya para que vaya”.

Eduardo Milán

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