• Spotify
  • Mapa Covid19

Letras Desnudas

Mario Caballero

Coronavirus y el populismo

El coronavirus o COVID-19, en su nombre científico, no es un asunto que nadie debería tomar a la ligera, especialmente los gobernantes.

Como muchos ya sabemos el Covid-19 surgió en Wuhan, China, y aunque todavía nadie sabe con precisión cómo nació, se presume que muy probablemente provenga de los murciélagos. Los expertos explican que lo que produce es una fuerte afección respiratoria que se propaga de persona a persona. Los síntomas principales son fiebre, tos y dificultad para respirar. Las complicaciones más graves terminan en neumonía en ambos pulmones, fallo renal e incluso la muerte. Es por ello que este virus afecta con mayor letalidad a aquellos pacientes con dolencias crónicas previas. La diabetes puede ser una de ellas.

Según los últimos datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), el índice de mortalidad del Covid-19 se sitúa entre el 2 y 4 por ciento en Wuhan. Mientras que fuera del área de esta ciudad se reduce a 0,7 por ciento. En España, por ejemplo, y en concreto en Madrid, que es la comunidad con más casos de ese país, la letalidad asciende hasta 7 por ciento debido a que los brotes de infección fueron detectados en residencias de personas mayores, que viene siendo uno de los grupos de población de riesgo con peor pronóstico de coronavirus.

Al momento de redactar estas líneas se registran 10 mil 31 muertos por la pandemia. España ha superado la cifra de los mil muertos y roza los 20 mil infectados. Italia es la nación más golpeada de toda Europa, con más 4 mil personas fallecidas tras tener 627 muertes en un solo día. Si se pregunta si estamos enfrentando una de las catástrofes naturales más mortíferas de la historia moderna, no le quepa la menor duda que la respuesta es sí.

Por todo ello, el interés supremo de los gobernantes debería ser evitar que el virus siga propagándose como un jinete del apocalipsis. Porque -pensemos- si el Covid ha causado crisis sanitaria en países desarrollados, con importantes avances tecnológicos y médicos, con recursos económicos, con gente profesional y capacitada, como Estados Unidos, por ejemplo, ¿qué será de aquellas naciones pobres y atrasadas como las muchas que hay en Latinoamérica? Repito: no es un asunto que deberíamos tomar a la ligera.

IRRESPONSABILIDAD

Por desgracia, hay varios casos en el mundo en que los presidentes han sido insensibles o se tomaron la situación demasiado relajados. Ignoraron las advertencias, no aprendieron la lección de España e Italia, no se dejaron asesorar por gente especializada en pandemias, y hoy son los ciudadanos los que están pagando las consecuencias.

“Los populistas que no se tomaron en serio el coronavirus” fue como llamó Andrés Oppenheimer a su pieza de reflexión sobre el momento que atraviesa América Latina por la pandemia, publicada en El Nuevo Herald, en Miami, Florida.

Para Oppenheimer lo característico del momento es, de un lado, la situación de emergencia que está comenzando a presentarse en el continente americano; del otro, la insensatez y la irresponsabilidad con que están actuando muchos mandatarios latinoamericanos para contener la propagación del virus.

Difícil transmitir la elocuencia, y la precisión de la elocuencia, de Oppenheimer. Lo cito para no deformarlo:

El presidente Donald Trump no es el único líder populista que inicialmente minimizó la pandemia de coronavirus, perdiendo un tiempo crucial para preparar a su país ante la crisis. Varios líderes latinoamericanos han sido tan irresponsables como él, y algunos todavía están restándole importancia a este desastre.

Si la Organización Mundial de la Salud fuera más audaz, debería denunciar entre otros al presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, por estar dando un pésimo ejemplo durante la pandemia.

López Obrador no sólo se dio la mano e intercambió abrazos con docenas de personas el fin de semana pasado durante una visita a la ciudad de Ometepec en el suroeste de México, sino que publicó en Twitter un video que lo muestra tomando a una niña de los brazos de su padre y besándola en la mejilla.

El video muestra a la niña alejando su rostro de López Obrador, y al presidente persistiendo hasta que finalmente logra darle un beso prolongado, e incluso morderla burlonamente con los labios.

Cuando los periodistas mexicanos preguntaron posteriormente si López Obrador no estaba dando un mal ejemplo, haciendo exactamente lo opuesto al distanciamiento social aconsejado por los expertos, el subsecretario de salud de México, Hugo López-Gatell, respondió que “la fuerza del presidente es moral, no es una fuerza contagiosa”.

Esto ocurrió el pasado fin de semana, tres meses después de que el coronavirus explotara en China en diciembre, y después de que prácticamente todos los expertos internacionales advirtieran que se extendería a todo el mundo.

Pero en México, a pesar de tomar algunas medidas menores, el gobierno está proyectando cualquier cosa menos una sensación de emergencia nacional.

La alcaldesa de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, dio luz verde al festival de música Vive Latino, que atrajo a una multitud de más de 70,000 personas el 14 y 15 de marzo. Para entonces, México ya había reportado al menos 41 casos de coronavirus.

En Nicaragua, el autócrata Daniel Ortega realizó una manifestación multitudinaria contra el coronavirus el 14 de marzo. No estoy bromeando: la manifestación patrocinada por el gobierno se tituló “Amor en tiempos de COVID-19”, y los participantes marcharon con carteles alabando a Ortega y su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo, por su “victoria” contra el virus.

El presidente populista de Brasil, Jair Bolsonaro, que ha dado negativo en el test de coronavirus a pesar de que varios miembros de su entorno han resultado infectados, apoyó una manifestación progubernamental en Brasilia el 15 de marzo y participó él mismo en el acto. Estrechó la mano de muchos de sus seguidores allí, mientras que el número de casos confirmados de coronavirus en Brasil se acercaba a 200.

Otros presidentes latinoamericanos, incluidos los de Chile, Colombia, Guatemala y Argentina, han actuado de manera más responsable. Varios ya han tomado medidas drásticas para garantizar el distanciamiento social, siguiendo los pasos de Corea del Sur en las primeras etapas de la crisis.

El denominador común de Estados Unidos, México, Brasil, Nicaragua y otros países que inicialmente minimizaron la gravedad de la pandemia es que están liderados por populistas.

Se preocuparon más por mantener una imagen de progreso económico o por tratar de desacreditar a la prensa ?que estaba alertando correctamente sobre la pandemia? que en evitar la calamidad que se venía.

Trump decía el 7 de marzo, tres meses después del inicio de la epidemia en China, que el coronavirus “no me preocupa en absoluto”, y antes había sugerido que era un invento de sus opositores políticos. Solo aceptó la gravedad de la crisis después de que la bolsa de Wall Street colapsó a mediados de marzo.

López Obrador decía el 12 de marzo que “hay quien dicen que debido al coronavirus no hay que abrazase, pero hay que abrazarse… No pasa nada”.

Definitivamente, la OMS debería denunciar a los presidentes que se han negado a tomar en serio la crisis del coronavirus, de la misma manera en que otras agencias de las Naciones Unidas denuncian a los líderes que violan los derechos humanos, o dañan el medioambiente. Este es un problema global que exige un monitoreo internacional.

COROLARIO

Andrés Oppenheimer es claro en su razonamiento. Pero dejemos el populismo a un lado y enfoquémonos en que, si estos líderes políticos no cambian de actitud y sus respectivos países terminan duramente afectados por la pandemia del coronavirus, tendrán una responsabilidad descomunal. Nada más pensemos en el peso que recaería en Andrés Manuel López Obrador y Jair Bolsonaro, que gobiernan los dos países más poblados de la región, con más de 325 millones de personas entre ambos. ¡Chao!

yomariocaballero@gmail.com

Compartir:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *