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Dr. Gilberto de los Santos Cruz

Sin lugar a dudas, los jóvenes de hoy en día, hombres y mujeres, viven en un mundo y en circunstancias muy distintas de las que les tocó vivir en su etapa de juventud a las generaciones pasadas. Los cambios experimentados en el orden de lo social, cultural, económico, político, demográfico, han abierto nuevas y mayores oportunidades para los jóvenes, a la vez que nuevas y viejas problemáticas para su desarrollo personal y su inserción y participación en la sociedad. Así, por ejemplo, no obstante haber nacido y crecido en medio de las recurrentes crisis económicas que han azotado a México en las últimas dos décadas, a los jóvenes de hoy les ha tocado vivir en una época en la que las oportunidades de ingresar y avanzar en la escuela se han multiplicado, de manera que su nivel de escolaridad es superior al de las generaciones anteriores. Los jóvenes de hoy están también mejor informados sobre diferentes aspectos de la vida y la realidad que les circunda. Han crecido en un entorno en el que se han incrementado las posibilidades y los medios necesarios para tomar sus propias decisiones, y en el que se han ampliado progresivamente las oportunidades de participación de la mujer en la esfera pública y en un plano de mayor igualdad con el hombre. Pero junto a todo ello, también enfrentan nuevas problemáticas asociadas a los procesos de urbanización, modernización y globalización vividos a nivel mundial y nacional que afectan la vida de las familias y sus integrantes, imponiendo nuevas y mayores demandas y limitaciones para su desarrollo y bienestar, así como otras problemáticas ya añejas que no han logrado ser resueltas y contribuyen a hacer de los jóvenes del país un sector de la población especialmente vulnerable, así como heterogéneo y segmentado, que si bien comparte la pertenencia a un grupo de edad, encierra en su interior distintas condiciones y experiencias de vida, posibilidades de desarrollo y acceso a oportunidades.

En este documento se aborda una dimensión central del quehacer de los jóvenes, la relacionada con su rol de estudiante que, entre otras cosas, constituye uno de los elementos definitorios de una etapa de la vida denominada juventud. El documento está organizado en dos partes. En la primera de ellas se aborda lo relacionado con la educación de los jóvenes, analizando cuestiones tales como la asistencia actual a la escuela, el nivel de escolaridad alcanzado, la edad a la que dejaron de asistir a la escuela y el tipo de estudios que realizan. En la segunda parte se compara el nivel de escolaridad alcanzado por los jóvenes que son hijos del jefe del hogar con el nivel de escolaridad de sus respectivos padres, así como el patrón por edad de la salida de la escuela y las diferencias en las elecciones vocacionales de unos y otros.  En las sociedades actuales, la educación escolarizada ha pasado a ocupar un lugar central en el proceso de socialización y formación de los niños y jóvenes, constituyendo la actividad fundamental con la que general e idealmente se asocia la existencia de una etapa de la vida denominada juventud. Mientras los jóvenes permanecen en el sistema educativo son «estudiantes», lo cual supone un rol social instituido y positivamente valorado, que involucra un conjunto de ritos que tienen valor en sí mismos independientemente del valor propio de los aprendizajes al implicar una cierta organización de la vida cotidiana y la participación en espacios de socialización e interacción entre pares, muchas veces los únicos de que los jóvenes disponen para encontrarse con otros de su edad.

La expansión del sistema educativo en las últimas décadas, junto a la creciente valoración y concientización por parte de la población del papel de la educación escolarizada, no sólo como medio de movilidad social, sino, y quizá principalmente, como herramienta indispensable de los individuos para moverse e interactuar en las sociedades modernas, han sido elementos que han propiciado la incorporación de crecientes proporciones de todos a la escuela, especialmente de estas últimas, quienes durante mucho tiempo tuvieron un acceso a ella aún más limitado que los hombres. Si bien todavía se está lejos de lograr un nivel de escolaridad satisfactorio, que alcance al menos lo que se ha planteado como la escolaridad mínima que cada mexicano debe idealmente tener, es decir, nueve años de escuela, es preciso reconocer como uno de los logros más importantes en materia educativa de los últimos tiempos al acceso casi universal de los niños a la escuela y la disminución, entre la población infantil y juvenil, de la brecha educativa que antaño separaba a hombres y mujeres de todas las edades.

De acuerdo con la información reciente arrojada por la ENECE 97, más de 97 por ciento de los jóvenes de 12 a 24 años, hombres y mujeres, han tenido acceso a la escuela en algún momento de su vida, siendo notable que aun entre los jóvenes de familias dedicadas a las tareas del campo, tradicionalmente los más marginados de los servicios educativos, solamente 5 por ciento de los hombres y 6 por ciento de las mujeres del grupo de edad en cuestión nunca habían asistido a la escuela, lo mismo que 4 por ciento de los y las jóvenes pertenecientes a los hogares más pobres, entendidos éstos como aquéllos ubicados en el cuartil de ingresos per cápita más bajo.

Sin embargo, el hecho de ingresar a la escuela constituye sólo el primer paso de una trayectoria que, todavía con elevada frecuencia, se ve truncada de manera temprana, particularmente para los niños y jóvenes de los sectores socioeconómicamente menos favorecidos, de tal manera que puede afirmarse que la problemática educativa actual no radica ya tanto en incorporar a los niños al ámbito escolar, sino en lograr que niños y jóvenes de todos los sectores sociales permanezcan y avancen en la escuela durante un periodo más prolongado, que les permita acceder a los niveles superiores de la enseñanza.

Una manera de visualizar la permanencia de los jóvenes en la escuela es a través de la fracción de éstos que continúan asistiendo a ella.

En efecto, los datos muestran el gran acercamiento que han tenido los y las jóvenes en el renglón de la asistencia a la escuela, de tal suerte que, si bien en prácticamente cada edad entre los 12 y los 20 años la proporción de mujeres que permanecen en ella es menor a la de los hombres, las diferencias son muy pequeñas, ubicándose en la mayoría de las edades por debajo de los tres puntos porcentuales, siempre a favor de los hombres. Aun cuando el panorama cambia ligeramente a los 21 años, cuando la diferencia entre hombres y mujeres se amplía hasta alcanzar los cinco puntos porcentuales,la asistencia escolar de unos y otras vuelve a acercarse después de esa edad.

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