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Dr. Gilberto de los Santos Cruz.

A finales del siglo XX las políticas estatales invirtieron en la educación de varias generaciones de jóvenes rurales, lo que implicó acelerar la transformación tecnológica, la construcción de escuelas agrícolas y el desarrollo de la agricultura moderna, así nacieron en 1972 las primeras Escuelas Tecnológicas Agropecuarias y años después los Centros de Bachilleratos agropecuarios. El gol fue modernizar las estructuras productivas y educar a los jóvenes del momento, creando instrumentos político-económicos para que se convirtieran en agentes del cambio.

Las instantáneas de jóvenes de distintos pueblos nos relatan los desafíos del ser joven rural: la vergüenza de ser campesino, el estigma de labrar la tierra, el poco dinero ganado por trabajar con las manos y lo difícil que resulta obtener una parcela. Todas nos hablan de las formas adulto-céntricas para organizar el trabajo en el campo, del linaje patriarcal en la herencia de la tierra, la necesidad de una educación libre de sesgos urbano-céntricos y la falta de apoyo político para la formación en la autogestión.

“Caminar dos días para ir al hospital, es morir en el intento” (joven chiapaneco).

“Estar con un pantalón todo el año es bien difícil” (joven migrante).

La contemporaneidad ha reforzado poderosos modelos juveniles que convocan a los jóvenes viviendo en rancherías, ejidos, comunidades y pueblos para salir e irse a alcanzar aquello que no está en su lugar de origen. ¡Este es el reto más grande! Querer ser distinto a lo que se es y lograr enraizarse con lo que se tiene. Para los jóvenes de la ‘ruralidad’ el problema no está en la niñez rural que regularmente nos habla de júbilo e interacción con la naturaleza, sino en el momento crucial en que los chicos buscan ‘algo más’ y eso no está ahí. Esto se recrea con las representaciones de la urbanidad, la modernidad y las juventudes. Cuando ‘no hay más qué hacer’ porque no hay escuelas y no hay trabajo, entonces sólo se puede buscar novio o novia, casarse, huirse o irse del pueblo. Si las nociones de desarrollo y civilización están puestas fuera de su espacio y lejos de sus ejemplos de vida, ‘sus padres’, entonces el reto es mayor.

En América Latina tenemos a campesinos organizados por la lucha de la tierra, indígenas rurales convencidos en que el trabajo colectivo y comunitario educa para la paz y la salud humana. Convencer a las generaciones adultas y viejas que el futuro y la mejora no están en superarlos a ellos, ni en que los jóvenes logren cambiar su vida, estudiando, obteniendo trabajos asalariados y convirtiéndose en obreros para dejar de ser campesinos; es un gran reto.

Los jóvenes del Movimiento Sin Tierra, los de la Vía Campesina (AL), los Rurales en Movimiento, la Red de Juventud Rural, entre otros más, reclaman su reconocimiento como pilares de la economía familiar campesina y el goce pleno de sus derechos. Frente a la pluriactividad rural, los jóvenes tienen desafíos importantes ya que cuentan con pocas garantías laborales, carecen de apoyos gubernamentales mientras se les exige ser líderes y sacar adelante al campo. En ellos recae la promesa de la vida rural venciendo a la pobreza estructural.

El reto no está en la ruralidad sino en el acceso al poder y al recurso tierra para seguir habitándola y transformando la vida, lejos de los despojos, las militarizaciones, el narcotráfico, el patriarcado y la violencia. Gran parte de las y los jóvenes que viven en, por y del campo, están dispuestos a trabajar su tierra, pero pocos la tienen, esto es resultado de crisis agrarias, expropiaciones y formas patriarcales para acceder a ella. Cuando la descendencia es femenina regularmente ocurre la exclusión, las hijas generalmente no la heredan y tampoco manejan sus propios recursos. Falta promover una mayor participación de las jóvenes del campo desde la libertad y la autonomía, desapegadas de los roles de género y de la edad asociadas al grupo doméstico; esto es, al cuidado de las y los otros y a la ayuda de las madres.

Las asambleas y los consejos marginan a los jóvenes rurales de la toma de decisiones para ordenar la vida del campo. Las estructuras regularmente son sexistas y gerontocracias. De ahí que los jóvenes rurales busquen políticas de juventud que les brinden respeto y garantías. Sobre todo, insisten en una educación agroecológica, sustentable y soberana alimentariamente, con bases políticas para el desarrollo de capacidades auto-sostenibles.

Muchos trabajan desde niños (labrando la tierra, echando tortilla, cosechando cafetales, pescando en los ríos, rasurando los borregos, produciendo artesanías, cargando a hermanitos) en su adolescencia tienen ya experiencia y conocimientos al respecto ¿por qué no dignificar sus proyectos y decisiones. Es cierto que muchos campesinos vivían dentro de sus pueblos, donde cultivaban, producían artesanías, alimentaban a sus familias, y hacían sus devociones. Sus vidas se guiaban por un conjunto complejo de tradiciones, obligaciones, y derechos, y probablemente la mayoría solo aspiraba a vivir estas vidas sin sobresaltos. Sin embargo, muchas veces para vivir estas vidas dentro de sus pueblos, los campesinos tuvieron que relacionarse con las fuerzas económicas y los actores políticos fuera de sus pueblos. Vendían sus productos o su mano de obra, acudían al sistema judicial para solucionar los conflictos internos o defenderse de los foráneos, y, por esto, construían sus ideas de su lugar dentro de un universo más amplio.

Los historiadores de la política popular también deben tomar en cuenta la profundidad del impacto de los sucesos de 1808 sobre muchos novohispanos. La crisis moral y política era impactante, y muchos miembros de todos los grupos sociales sentían la necesidad de actuar. Además, la crisis los hizo considerar acciones que hubieran sido impensables antes. Aunque es posible que Hidalgo y sus lugartenientes utilizaron esta crisis para buscar el destino de un estado nacional soberano, no anunciaron tal proyecto a sus reclutas o reclutas potenciales entre los muchos grupos sociales del México contemporáneo. Para entender los motivos de los campesinos rurales que respondieron al llamado de los insurgentes, tenemos que analizar el discurso de los líderes en vez de sus intenciones finales.

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