Estrictamente Personal
Raymundo Riva Palacio
Marcelo Ebrard, que ya tiene claro que él no es el candidato de Andrés Manuel López Obrador para que lo suceda como presidente, está teniendo un déjà vu. Lo vivió en 1993, cuando el presidente Carlos Salinas optó por Luis Donaldo Colosio como su sucesor, dejando a un lado a su mentor y amigo, Manuel Camacho Solís. El entonces jefe del Departamento del Distrito Federal se sabía política e intelectualmente superior a Colosio, y durante el gobierno de Salinas había sido uno de sus principales operadores políticos. Entre ellos había un viejo acuerdo no escrito, un compromiso implícito donde si Salinas llegaba a la Presidencia, Camacho lo sucedería.
Camacho estaba seguro que sería designado candidato del PRI, y cuando no lo fue, tuvo un arrebato que fue resuelto en un desayuno con su viejo compañero de la universidad, que le ofreció la cartera de Relaciones Exteriores. La irrupción del EZLN le dio a Camacho otro escenario de lucimiento, negociando con sus líderes no la paz en Chiapas, sino la estabilidad para la elección presidencial. Las luces sobre Camacho hacían ver la campaña de Colosio como un barco sin destino y haciendo agua, pero el balazo que mató a Colosio, políticamente también lo mató a él, y lo arrojó a un largo y frío periodo en el Gulag mexicano, hasta que su talento político le permitió reinventarse.
Ebrard se siente política e intelectualmente superior a Claudia Sheinbaum la jefa de Gobierno de la Ciudad de México y su principal adversaria para la Presidencia. También ha sido uno de los principales operadores políticos del presidente Andrés Manuel López Obrador, con quien existe un acuerdo desde hace seis años para que la candidatura presidencial se quedara con él, para evitar que la izquierda se dividiera, como le dijo Camacho en su exitosa persuasión, y que en 2024 se pagaría su gesto. Como Salinas con Colosio, Ebrard entiende que esos acuerdos se rompen, y su realidad actual es la de López Obrador con Sheinbaum, que está repitiendo la práctica monárquica de que se hereda al hijo, no al hermano.
La historia de Ebrard y López Obrador es larga, conociéndose cuando el primero era el brazo derecho de Camacho en la regencia capitalina, y el segundo un líder de la izquierda social tabasqueña, que marchaba a la Ciudad de México con diferentes motivos, y regresaba a La Chontalpa con dinero del presupuesto salinista para repartir en su tierra. Se conocen muy bien, por lo que ambos saben de lo que son capaces y de los compromisos que, si no se agudizan las contradicciones, no se cumplirán. Camacho no pudo con Salinas, pero de aquel aprendizaje, Ebrard lo está intentando con López Obrador.
Desde diciembre el canciller planteó los términos de su estrategia: piso parejo para la contienda por la candidatura, tres encuestas que midan conocimiento y confiabilidad, y que dejen sus cargos para tener una competencia balanceada. Ebrard quiere una especie de primaria en Morena donde haya debates y quien aspire a la candidatura se exponga, arriesgue y muestre de qué está hecha, o hecho. Sheinbaum no lo desea de esa forma, y ha dado señales de que quiere estirar lo más que pueda una renuncia, o incluso no hacerlo hasta que sea ungida como candidata, ni ir a debates, exponerse o arriesgarse. No lo necesita. El elector que necesita para ser ungida, López Obrador, está de su lado.
Ebrard, que no es ingenuo, está consciente de ello, y ha trazado una estrategia que para algunos puede ser suicida. En las últimas semanas elevó el nivel de crítica al proceso sucesorio que se está llevando a cabo en Morena, exigiendo lo que pidió desde diciembre, pero al mismo tiempo, sin darle cita al líder del partido, Mario Delgado, para que puedan platicar sobre los procedimientos y disipar tensiones. Ebrard tiene que darle largas para poder mantener un discurso endurecido que de otra forma perdería potencia, como asegurar que si no hay encuesta hay favoritismo, y exigir a los gobernadores que no vayan como búfalos detrás de Sheinbaum. Pero ella no es la destinataria, sino López Obrador.
Entonces, si las crecientes presiones retóricas tienen como blanco a López Obrador, ¿no es una estrategia que le impacta negativamente? Lo es, en el corto plazo. En el mediano plazo está agudizando las contradicciones internas, quizás al punto de que exploten, pero siempre dentro del ámbito político. No parece tener otro camino Ebrard que jugar al límite con una estrategia donde más no puede perder, y de acuerdo como reaccionen y actúen sus adversarios y lo procese el presidente, pudiera alcanzar su objetivo de quedarse con la candidatura presidencial.
Es un camino largo y empinado el que tiene que subir, lleno de fuerzas hostiles que no quieren que tenga éxito, pero no tiene ninguna otra alternativa. Le quedan varias semanas para tratar de revertir lo que hoy parece inevitable, y mediante dos tácticas, cambiar la decisión de López Obrador. La primera es sobre algo que parece obvio, pero no lo es: garantizarle la continuidad del proyecto y el blindaje político y judicial para él y su familia. La segunda es escalar el conflicto retórico frente a Sheinbaum, como lo está haciendo, para elevar la presión y que se vea obligada por la opinión pública al piso parejo, a debates y a renunciar al cargo, elevando el costo de no hacerlo, para llevarla al punto del enfrentamiento con él y colocarla en una dimensión diferente en la que la pueda observar bajo otros ángulos López Obrador.
Ebrard no puede llegar al periodo de encuestas para la candidatura si no modifica el momento actual, donde Sheinbaum va arriba de Ebrard en todos los estudios demoscópicos. Tampoco puede llegar a esa cita mientras ella mantenga el cordón umbilical del presidente. A diferencia de Camacho, Ebrard no cree que tiene la candidatura en su bolsa, sino al revés, lo que le puede dar mayor fortaleza, como en una guerra, donde el soldado más audaz y valiente, es aquel que ya se sabe muerto.