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Letras Desnudas

Mario Caballero

Es indignante que ante el horror, el dolor y el sufrimiento de la gente de Acapulco, que fue la ciudadanía más afectada del estado de Guerrero por el huracán Otis, nuestros gobernantes estén en la chunga, haciendo declaraciones triunfalistas e inclusive echándole porras al presidente López Obrador por acciones y beneficios que los mismos damnificados niegan.

¿Por qué en lugar de eso no mejor se ponen a trabajar? Nada ganan al tratar de esconder la crisis humanitaria que se está presentando en esa localidad, donde hasta la alcaldesa Abelina López Rodríguez no ha podido informar la cifra real de muertos, desaparecidos y ni siquiera un conteo aproximado de los comercios, hoteles y de las familias que sufrieron daños o que lo perdieron todo.

Creo que no hace falta decir que este evento natural ha venido a exhibir la indolencia e incapacidad de nuestros gobernantes, que no han sabido qué hacer para solucionar el desastre. No hay energía eléctrica, agua para beber, alimentos, insumos y para el colmo se ha acabó el combustible.

Lo peor del asunto es el embuste y la descalificación a ultranza. Mientras los gobernantes mienten al decir que ya todo está bajo control, censuran lo que ellos no están haciendo. Como la atención médica y el reparto de alimentos que están haciendo diversos organismos no gubernamentales y la sociedad civil organizada a favor de las personas afectadas.

TESTIMONIOS

Pero, al fin de cuentas, todo lo que se pueda decir en este espacio acerca de la crisis humanitaria de Guerrero y de la irresponsabilidad gubernamental que gira en torno a ésta, no le hará justicia en lo mínimo.

Me permitiré, por tanto, traer a mención lo que dos periodistas contaron al estar en el lugar de los hechos.

El primero es un reportaje de León Krauze, columnista de El Universal y conductor de Univision, quien con libreta en mano y un camarógrafo siguiéndolo como su sombra, documentó el horror en que viven decenas de familias de una comunidad aledaña de Acapulco.

Narra:

“Enrique agitaba desesperado su pancarta al borde de la carretera rumbo a Acapulco.

“¡Ayúdenos! ¡Cualquier ayuda humanitaria! ¡Para los niños!, gritaba a todo pulmón, implorando que los autos que pasaban disparados hacia la tragedia en la costa de Guerrero se detuvieran un instante a compartir víveres, o siquiera escuchar… Enrique intuía que su comunidad comenzaba a tener las horas contadas. Por la mañana, arengó a buena parte de las 50 familias campesinas que viven en un puñado de casas de cartón y lámina en Los Coyotes, a 30 kilómetros de Acapulco: “Si no salimos, nadie nos va a ayudar”.

León cuenta las horas de angustia que vivieron esas familias en la comunidad, donde al momento de redactar estas líneas no ha llegado el apoyo del gobierno, ni del federal ni el estatal.

Relata:

“Hasta hace unos días, María de Lourdes vivía con su hijo Eric, de 24 años, en una minúscula casa con paredes de cartón, trozos de plástico y techo de lámina. Dormían juntos en una cama, bajo cobijas que todavía están pagando a plazos. La noche del huracán, el camino de terracería que está a unos metros se convirtió en un río y Eric pensó que el agua se llevaría todo. Dice que se echó a su madre a la espalda y corrió para luego luchar, con el agua a la cintura, hasta ponerse a salvo. Confiesa no saber de dónde sacó la fuerza.

“Vianey vive cerca con su hija, su nuera y tres nietos pequeños. También vieron crecer el torrente. El viento se llevó el techo de su casa y arrancó las paredes. Aterrados, los niños vieron salir volando algunos de los animales que les daban sustento. Cuando el huracán arreciaba corrieron hasta la casa de un vecino donde se refugiaron dentro de un auto minúsculo. Imaginémoslo: 10 personas y un perro dentro de ese automóvil, escuchando el rugido de la tormenta, suplicando que el peso de toda esa gente fuera suficiente para que el carro no se moviera y fuera arrastrado por la corriente.

“Más allá de la carretera, la calle de terracería por donde bajó el caudal que por poco se lleva la vida de Lourdes y Eric es la única que conecta Los Coyotes con el resto de las comunidades cercanas a La Venta. El agua la convirtió en un embudo, en un callejón sin salida. Hoy, los escombros no permiten el paso. No hay manera de llegar a la pequeña escuela donde Kimberly y sus primos sueñan con un futuro distinto. Raimundo, un hombre elocuente que describía la escena, comenzó a llorar. Si no hay manera de llegar a la escuela, me dijo, no hay manera de que los niños estudien y si no hay manera de que los niños estudien, tampoco hay porvenir. Si alguien no ayuda a limpiar esa calle de terracería, la gente de Los Coyotes no tendrá salida: “Estamos como perros encerrados, no tenemos para dónde correr”.

Las historias narradas por Krauze siguen, pero remata su reportaje con lo siguiente:

“¿Qué vendrá para Los Coyotes y su gente cuando el lodo se haga polvo? ¿Podrán los niños volver a la escuela al final del camino de terracería? ¿Comprenderá alguien realmente la magnitud de la tragedia de este, el otro Acapulco?”.

SEGUNDO

Lo que sigue es lo que Héctor Jiménez Landín, periodista de El Financiero, contó en las redes sociales al llegar a Acapulco vía aérea con su equipo técnico:

“Antes de aterrizar, le solicitamos al piloto realizar algunas tomas de la zona costera, para dar cuenta de la magnitud de los daños a la infraestructura hotelera que de seguro será de más del 80% como se ha dicho. Desde los primeros minutos de ver algo de la devastación provocada por la inédita fuerza de los vientos de Otis sabíamos que los números de muertos y heridos estarían por debajo de lo dicho por el gobierno. Tocando tierra, nos dimos cuenta que no había justo eso, gobierno.

“En los kilómetros que recorrimos a pie la costera, no había ni un solo policía municipal o federal para dar certeza a la población local o turistas para indicar qué estaba pasando.

“Los habitantes de Acapulco nos paraban en nuestro camino para preguntarnos si a través nuestro podríamos lanzar mensajes a sus familias que estaban bien y que lo que dejó el huracán Otis era mucho peor de lo que nadie imaginaba (incluidos nosotros). “Ayúdenos a que nos traigan agua y luz”, nos suplicaban.

“Llegando a la glorieta de la Diana Cazadora, donde pudimos tomar señal satelital, mucha gente nos gritaba que fuéramos a las partes altas de Acapulco, donde estaban igual o peor las cosas. Y en efecto, tres días después del paso de Otis, pudimos llegar hasta esas colonias donde decenas de árboles fueron arrancados desde la raíz, los postes de luz, cables de fibra óptica, tinacos de agua, todo lo que estaba sobre los techos, ahora estaba en los cofres de los autos y en el piso. Ahí me preguntaba, cuánto tiempo tardará Acapulco completo en levantarse.

“Lo más preocupante, señalaban nuestros entrevistados, era que una vez que se robaran todo (de los negocios y plazas comerciales), lo que seguía era meterse a las casas a hacer lo mismo. “Tenemos mucho miedo”, decían.

“Hay mucho por relatar, pero puedo concluir por ahora que el desastre que dejó el huracán Otis de inicio nos rebasó a todos, sociedad, medios, todo el gobierno, el municipal, estatal y el federal. Hay que apurarnos a atender a los acapulqueños, urge”.

Me sumo a la propuesta. ¿Quién más lo hace? No esperemos a que lo haga el gobierno que, como hemos visto, está rebasado.

yomariocaballero@gmail.com

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