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Nadie es profeta

Fr. Roger Gómez, omp.

Me resulta admirable, a la vez que digno de compasión el protagonista de la primera lectura de hoy. ¡Vaya historia la de Jeremías hace una barbaridad de años! ¡Admirable e incluso me atrevo a decir que «envidiable» que el Señor se dirigiera a él de forma tan clara, con palabras tan bellas y llenas de ánimo! Aunque también le avisa de que lo va a pasar mal. ¡Vaya con los elegidos del Señor! Te elegí antes de que nacieras, te constituí profeta de las naciones, pero lucharán contra ti los reyes y príncipes, los sacerdotes y el pueblo. ¡Menudo plan! No podrán con él, le promete Dios, pero, lo pasará fatal y Dios seguirá insistiendo en que no renuncie, que no se canse, que siga.

Y ¿qué tiene que ver lo que le pasó a aquel admirable y sufrido profeta tan lejano, con lo que me pasa a mí? ¿Para qué me sirve la historia de Jeremías? La Biblia nos enseña, entre otras cosas, que cuando Dios se acerca al hombre, su Palabra pretende cambiarnos y prepararnos para la lucha/misión: cambiarnos a nosotros, así como nuestras relaciones y e incluso situaciones concretas de nuestro mundo. Y cuando Dios nos sale al encuentro, lo hace teniendo en cuenta el contexto personal, social, político y religioso, para poder plantear sus planes y propuestas. Es decir: Dios busca, elige, se acerca a personas concretas para ofrecer caminos a su pueblo. Así lo decía Jesús: «el Espíritu de Dios está sobre mí y me ha ungido para…».

El relato de la vocación del profeta comenzaba así: «En tiempos (en los días) del rey Josías» … Es probable que no sepamos casi nada de las circunstancias de aquel rey ni de la situación del pueblo por aquel entonces. Baste decir que el pueblo lo estaba pasando mal: había muchos problemas, se habían desanimado, cada cual se buscaba la vida como podía («sálvese quien pueda»), y se consolaban y entretenían con falsas esperanzas y con cantos de sirena de sus dirigentes políticos y religiosos: pero no enfrentaban su situación con valentía. Derrotismo, comodidad, confusión y desesperanza. Ahí se presenta Dios llamando a Jeremías.

Quizá sea bueno recordar qué entendemos por «profeta». No se trata de un tipo extraño con habilidades de adivinación sobre el futuro. No solían ser personajes de prestigio o con grandes dotes de convencimiento ni oratoria. En nuestro caso, Jeremías debía tener problemas de dicción: era tartamudo. El profeta es, ante todo, una persona muy sensible a lo que está ocurriendo en medio de su pueblo. Y es alguien con una profunda experiencia de oración, alguien reflexivo y consciente de sus propias limitaciones y… ¡poco más!

El día en que fuimos bautizados, y nos ungieron con el «Aceite/Óleo Sagrado», el sacerdote pronunció sobre nosotros estas palabras:

Dios todopoderoso, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que te ha liberado del pecado y dado nueva vida por el agua y el Espíritu Santo, te consagre con el óleo de la salvación para que entres a formar parte de su pueblo y seas para siempre miembro de Cristo, sacerdote, profeta y rey.

Es decir: que todo bautizado ha recibido una llamada de Dios para que sea su profeta, su portavoz, su mensajero. Y por lo tanto podemos aplicarnos nosotros lo mismo que escuchó Jeremías: «antes de formarte en el vientre, te escogí, antes de

que salieras del seno materno, te consagré, y te nombré profeta». Nada menos que Dios soñando desde toda la eternidad contigo, para encomendarte una tarea: comunicar a «alguien» lo que Él nos diga. Todo un Dios esperando tu respuesta, que acojas su Palabra, que la hagas palabra tuya, y que la anuncies, aunque tengas que ir contracorriente, y te veas viviendo de distinta manera a como vive todo el mundo, más que nada, porque el mundo no va como Dios quiere. Y seguramente tampoco como queremos muchos. No es necesario repasar nuestras circunstancias sociales, económicas, educativas, políticas, o insistir en los grandes retos de la ecología, de los refugiados, de los descartados por el sistema. Creo que ya los conocemos, al menos en teoría. 

Pues ya que todos hemos sido consagrados como profetas por nuestro bautismo, y debiéramos «vivir con valentía nuestra vida cristiana» para no ser hoy «insignificantes», o espiritualistas que viven en las nubes, y no tienen nada que aportar al mundo de hoy, e incluso «cómplices», me propongo y les propongo brevemente, y sin entrar en detalles, algunas posibles llamadas:

-Sin miedos y sin nervios. Cuando la situación política y económica es confusa, insegura, cuando las cosas no van como deseamos, no podemos entrar en agresividades, descalificaciones, burlas, insultos y desprecios de «los otros». Nos toca dar un testimonio de serenidad, diálogo, respeto, encuentro, pacificación y reflexión. Nuestra fuerza, nuestros criterios y nuestros valores, están en la Escritura, en Dios. Seamos, pues, personas de reflexión, oración y discernimiento.

-Cuando hay tanta corrupción, tanta maldad, tanto dolor, tanta irresponsabilidad en el ejercicio de la política, la economía y el mundo laboral, nosotros ofreceremos: Transparencia, honestidad y justicia, y nos pondremos al lado de quienes la defiendan y promuevan. Sin caer en el fácil «y tú más» o el «todos son iguales», «o los otros lo harían peor», o en fanatismos de cualquier color.

-Cuando la casa común que es este planeta Tierra está tan deteriorada, y cuando el consumismo como estilo de vida nos ha vuelto egoístas, mientras tantos se aprietan el cinturón hasta la asfixia, a la vez que otros multiplican sus ingresos, nosotros optaremos por la austeridad, por la solidaridad, por el consumo responsable.

-Cuando hay tantas personas heridas, descartadas, desterradas, ignoradas, abandonadas a su suerte, nosotros elegimos ser hospital de campaña, y tender puentes, y ser acogedores, y ejercitar la misericordia del buen samaritano que se detiene, que cura y venda y acompaña al que está al borde del camino.

-En este tiempo de relaciones «líquidas» como se llaman ahora, pasajeras, poco comprometidas, poco cuidadas, bastante superficiales, pasajeras, y andamos demasiado saturados con las relaciones «virtuales», a la vez que poco atentos a las relaciones reales, presenciales y cercanas, cuidar la ternura, el diálogo, la escucha, la compañía, la presencia, los detalles, la atención a los otros, empezando por los más cercanos.

Poniendo en práctica algunas de estas claves, probablemente nos sintamos incomprendidos, cuestionados, criticados. Podremos tener la tentación de que esto no es más que una gota de agua en la inmensidad del mar. Podremos sentirnos solos e incomprendidos, especialmente por los más cercanos, por los de «dentro», por los nuestros. ¡Pero si eso mismo le pasó a Jesús en el Evangelio de hoy! Y antes a Jeremías y a tantos otros después que él. Si el Evangelio, por medio de sus seguidores no somos levadura, sal, palabra profética, propuesta alternativa de vida, no habría servido de nada la venida de Jesús, su mensaje, ser discípulos suyos. Seríamos simplemente «una pieza de museo» de otro tiempo, perfectamente inútil y prescindible. Pero si ponemos en el centro el Amor, todo será distinto. Ser PROFETAS DEL AMOR. Suena bien, aunque seguramente nos duela. Que así sea…Luz.

royducky@gmail.com

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