Ricardo Monreal Ávila

Nada, ninguna acción justifica el uso de armas nucleares. Su empleo, así como la amenaza de su utilización implican graves consecuencias para la humanidad, por lo que históricamente la demanda de acciones preventivas ha sido el clamor en diversos foros multilaterales.

La postura de nuestro país, con base en su histórica tradición a favor del desarme nuclear, es reconocida globalmente, por haber impulsado y llevado a buen puerto el Tratado para la Proscripción de las Armas Nucleares en América Latina y el Caribe (Tratado de Tlatelolco, 1967). La encomienda no fue menor, si se dimensiona que por primera vez se establecía una zona libre de armas nucleares en un territorio densamente poblado en el que hoy habitamos más de 660 millones de personas. El esfuerzo y el logro de este instrumento le valió al diplomático mexicano Alfonso García Robles el reconocimiento como Premio Nobel de la Paz en 1982.

En el mismo sentido, la posición del Gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador hacia los incidentes de la invasión de Rusia a Ucrania ha sido clara: México no apuesta a las confrontaciones bélicas, sino a la resolución pacífica de las controversias, como dicta la Constitución federal. Así lo han hecho del conocimiento las y los representantes de nuestro país en el mundo.

En consecuencia, en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, el embajador Juan Ramón de la Fuente condenó de manera enfática el ataque y la toma de las plantas nucleares en Ucrania —Chernóbil y Zaporiyia—, al considerarlos una violación al derecho internacional y a la salvaguardia de ese tipo de instalaciones.

Las voces de condena se unen en este sentido y exponen la preocupación común. La embajadora estadounidense Linda Thomas-Greenfield, ante el Consejo de Seguridad, tildó el ataque a las plantas nucleares como “increíblemente temerario”.

El escenario no se vislumbra sencillo: la situación en Ucrania ha escalado desde que el 22 de febrero pasado la Cámara Alta rusa —el Consejo de la Federación de Rusia— autorizó por unanimidad al presidente Vladímir Putin el uso de la milicia más allá de sus fronteras; dos días después éste anunció una operación militar especial e invadía Ucrania, para posteriormente ordenar la activación “en modo especial de combate” de su arsenal nuclear. 

El miedo y la inseguridad que conlleva el hecho de disponer la activación del arsenal nuclear ruso y la toma de la infraestructura nuclear en Ucrania ha incrementado la sensación de alerta en el mundo. Diversos analistas piensan que el presidente Putin debería entender las consecuencias que implica que estén comprometidas estas plantas, en especial la central nuclear de Zaporiyia, la mayor de Europa y la tercera más grande del mundo, ya que existe una alta probabilidad de que la contaminación nuclear llegara a Rusia.

No está en duda el poderío nuclear ruso. De las 13,080 ojivas nucleares en el mundo, el 47.4 por ciento le pertenece a Rusia, y el 42 por ciento a Estados Unidos. Rusia es el país con el mayor arsenal de armas nucleares del mundo, tanto en activo como en reserva. Además, el director de la Agencia de Inteligencia de Defensa del Pentágono, el teniente general Scott Berrier, afirma que la Rusia de Putin “ha estado trabajando horas extra para modernizar su armamento, particularmente las armas nucleares de menor impacto”.

En tal sentido, también se especula el uso por parte de Rusia de armamento pequeño, las llamadas armas nucleares tácticas, en alguna zona remota y menos poblada de Ucrania, como una abierta declaración a lo que estaría dispuesto a hacer.

Las y los expertos en seguridad global centran su preocupación en el incremento gradual de la amenaza, y si bien la probabilidad de una guerra nuclear sigue siendo baja, continúa en aumento. Lo cierto es que la sola existencia de armas nucleares en cualquier rincón del planeta representa inestabilidad, su amenaza es latente y se extiende también hacia futuros conflictos, hacia cualquier acción que ponga en riesgo la seguridad mundial.

El contrasentido: el riesgo nuclear aumenta en proporción al uso de tecnología nuclear con fines de seguridad.

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