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Roy Gómez

La segunda lectura de hoy comenzaba así: Hermanos, una nube ingente de espectadores nos rodea. Se refiere a los grandes personajes del Antiguo Testamento de los que ha venido hablando en capítulos anteriores.  A ellos nosotros podríamos añadir otra lista, seguramente más larga, de testigos y santos que se han jugado el pellejo por ser fieles al Señor. En su gran mayoría fueron personajes incómodos para su tiempo, por su estilo de vida y por los valores que intentaban vivir con radicalidad: el puro Evangelio. No pocas veces encontraron oposición y rechazo dentro de la propia Iglesia.  

Todos esos espectadores están contemplándonos, como preguntándonos: «¿Y ustedes qué? ¿están corriendo la carrera que les toca? ¿tienen puestos los ojos fijos en Jesús o en otras cosas?».  Porque al mirarle se hace evidente que soportó la cruz y el desprecio, y la oposición de los pecadores. Porque el Reino que él anunciaba y al que dio comienzo, provocó y provoca el rechazo de muchos.

El Jesús que nos encontramos en el Evangelio de hoy es muy poco «dulce», bastante intranquilizador y que plantea las cosas claras: ¿Piensan que he venido a traer al mundo paz?  No, sino división. Y también: He venido a prender fuego en el mundo.  Es decir: Que seguir a Jesús no es cómodo, no es tranquilo, no estamos exentos de desprecios y rechazos, como tampoco lo estuvo él. Por ejemplo: Hay que estar dispuesto a beber el mismo cáliz que él bebió; hay que negarse a sí mismo, tomar la cruz y seguirle cada día. Por eso son muy relevantes las palabras de la carta a los hebreos: Quitémonos lo que nos estorba y el pecado que nos ata.

Y es que hoy, los cristianos necesitamos bastantes dosis de aguijón, salir de nuestra mediocridad.  No basta con ser buenas personas o no hacer cosas mal vistas; no es suficiente con ir a misa los domingos y rezar un poco de vez en cuando o hacer alguna obra de caridad.  Tenemos que convertirnos en profetas, al estilo de Jeremías, y hacer oír nuestra voz:

Hacen falta cristianos que se tomen en serio el mundo de la política, donde nos jugamos tantas cosas, y nos muestren lo que es la ética, honestidad y la vocación de trabajar generosamente por los demás. 

  • Hace falta que los cristianos se impliquen mucho más en la educación de los niños y jóvenes: los planes de estudios, las materias a las que se da prioridad y a las que no, los sistemas de evaluación. 
  • Es necesario que se oiga mucho más la voz de los cristianos en el mundo del trabajo y de los sindicatos y de los medios de comunicación.
  • Es urgente que los cristianos unamos nuestras voces y acciones en la defensa de la vida en todas sus dimensiones y de la ecología.
  • El mundo de hoy necesita testigos del amor, cristianos que vivan muy en serio el sacramento del matrimonio y demuestren que, con ayuda de Dios, se puede ser fiel y feliz.
  • Hace falta poner freno a este consumo desenfrenado que se hace a costa de los países más pobres y de la gente más pobre, y en el que la riqueza esté en muy pocas manos.
  • Los cristianos tenemos mucho que enseñar sobre lo que significa la tolerancia, ya que sabemos que todos los hombres somos hermanos, por encima de razas, religiones, sexo y opciones personales.
  • Es necesario que los cristianos demos ejemplo de cómo se puede querer y cuidar a nuestros mayores, a los enfermos, y a los marginados de todo tipo. Que se nos vea participar en voluntariados y acciones solidarias.
  • Necesitamos que los que nos llamamos cristianos, no nos avergoncemos de serlo y expresarlo, que no nos lo guardemos para dentro, y que construyamos una Iglesia y unas comunidades cristianas participativas y bastante menos clericales.

Las palabras «ardientes» de Jesús en el Evangelio brotan de un corazón apasionado, que desea grandes cambios, que quiere purificar (destruir) con el fuego del Espíritu todo lo que no es de Dios, todo lo que impide el avance del Reino, todo lo que no es proyecto de Dios. Y ese corazón apasionado, le llevará hasta la Pasión (su bautismo de fuego).

Este mundo necesita un vuelco. Necesita discípulos de Jesús más comprometidos y renovadores. Mientras haya tanto sufrimiento, tanta injusticia, tanto «antirreino», no podemos vivir conformados, secos, en el «limbo-hoyo». ¡Ay si hablan bien de ustedes!, decía Jesús. Pues no: tendremos que plantar cara a quien sea, incluso dentro de la propia familia, entre los amigos, y hasta dentro de la propia Iglesia, porque hay muchas opciones y estilos de vida, y opiniones y criterios, incompatibles con el Evangelio.

Termino con estas palabras de hebreos: «No se cansen ni pierdan el ánimo. Todavía no han llegado a la sangre en su pelea contra el pecado». Contra el pecado del mundo, y el pecado de «conformarse» y dejarlo todo como está. Corramos, con constancia, en la carrera que nos toca. Que así sea…Luz.

royducky@gmail.com

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