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Un futuro de muros o de liberación (o el negro historial de Israel en América Latina)

II PARTE

Alex Aviña

…»De repente, los métodos que demostraron su eficacia en Nablús y Hebrón empezaron a hablar en español».

Fue en los mortíferos campos de Centroamérica donde las armas, la tecnología y los asesores militares israelíes demostraron su impacto de contrainsurgencia más profundo y duradero. Durante las décadas de 1970 y 1980, una serie de gobiernos dictatoriales respaldados por militares y oligarquías terratenientes desataron una represión a gran escala contra sus respectivos pueblos. A las demandas populares de democracia y justicia social se respondió con el terror del Estado. Y esto, a su vez, desencadenó una radicalización política masiva y, en países como El Salvador, Guatemala y Nicaragua, poderosos ejemplos de lucha armada colectiva. Una mezcla de Teología de la Liberación y marxismos heterodoxos alimentó a las organizaciones guerrilleras con apoyo popular.

Frente a estas amenazas revolucionarias, los regímenes intensificaron y ampliaron sus respuestas terroristas, armadas, entrenadas y apoyadas por el complejo militar industrial israelí. Estas respuestas asesinas obligaron en ocasiones al gobierno norteamericano a retener o suspender la ayuda militar durante finales de los años 70 y 80. Entonces intervino Israel. Las fuerzas del régimen de Somoza que el Frente Sandinista de Liberación Nacional (los sandinistas) derrocó en 1979 estaban armadas casi exclusivamente con armamento israelí (Jimmy Carter había suspendido la ayuda norteamericana en 1978). Entre 1975 y 1979, el 83% de las importaciones de material de defensa por parte de El Salvador procedían de Israel, después de que los Estados Unidos suspendieran la ayuda en respuesta a la represión gubernamental.

Esta relación se intensificó a partir de 1981, cuando el Congreso norteamericano le impidió a Ronald Reagan ampliar la ayuda militar a la junta cívico-militar gobernante, a falta de «progresos significativos» en materia de derechos humanos y reforma democrática. Israel proporcionó al menos 100 instructores militares, ordenadores, armas y, tal como reconoció el comandante de la Fuerza Aérea Rafael Bustillo en 1984, napalm.  Privada de armamento norteamericano en 1977, Guatemala recibió también la gran mayoría de su armamento y asistencia militar de Israel hasta bien entrada la década de 1980. Llegó a tener Incluso su propia fábrica de municiones y piezas para los fusiles de asalto Galil.

En esos mortíferos campos centroamericanos, algunos oficiales militares formularon otra razón por la que recurrieron a las armas y métodos israelíes. Cuando un periodista preguntó al coronel salvadoreño Sigifredo Ochoa Pérez si sus métodos contrainsurgentes se basaban en la política norteamericana en Vietnam, respondió: «Perdieron. Los norteamericanos no saben nada… Los taiwaneses y los israelíes sí que saben». Tras haber recibido entrenamiento militar en Israel a mediados de la década de 1970, Ochoa Pérez también se vio influido por la política exterior de ese país hacia sus vecinos. Acusando a la Nicaragua sandinista de apoyar a las guerrillas salvadoreñas, quería promulgar la «solución israelí»: la invasión de su país vecino. «Para Ochoa», tal como escribieron Milton Jamail y Margo Gutiérrez, «Nicaragua se convertiría en el Líbano de Centroamérica».

Reaccionarios centroamericanos como Ochoa Pérez, sostenía el periodista George Black, admiraban la invasión de 1982 «en muchos planos distintos:  Israel era un país que recurría a una fuerza militar decisiva para resolver sus contradicciones, lo hacía desafiando abiertamente a la opinión mundial y era capaz de doblegar a Washington a su voluntad.» Algunas cosas no han cambiado.

En Guatemala, la importación de tácticas, asesores y tecnología israelíes de «pacificación» desarrollados originalmente en los Territorios Ocupados resultó más profunda y extensa. En medio de un «genocidio silencioso» cometido contra las comunidades mayas a principios de la década de 1980 -campañas militares de tierra quemada diseñadas con la ayuda de asesores militares israelíes-, los guatemaltecos de derechas debatieron la «palestinización» de los pueblos indígenas del país, que constituían más de la mitad de la población del país. Los asesores israelíes les dijeron a los oficiales militares guatemaltecos que «trataran a los indígenas como a los palestinos, que no confiaran en ninguno de ellos».

Esta clase de tratamiento condujo a la erradicación de pueblos indígenas enteros, a la demolición de lugares sagrados y a más de seiscientas matanzas. Algunas de estas matanzas -como la de Dos Erres, en la que soldados de élite violaron a mujeres y niñas, mataron a niños a mazazos y asesinaron al menos a trescientos aldeanos en diciembre de 1982- ponen de manifiesto la influencia israelí. Un informe de la Comisión de la Verdad de la ONU de 1999, informa Loewenstein, descubrió «fragmentos de balas de armas de fuego y vainas de fusiles Galil, fabricados en Israel». En 1983, los militares habían matado a más de 100.000 mayas, obligando a otros 100.000 a huir a México.

En un reportaje sobre Guatemala de principios de 1983, mientras los militares llevaban a cabo su campaña genocida, Dan Rather, entonces presentador de noticias de la CBS, resumió sucintamente la ventaja competitiva de Israel en el negocio de las armas: «Israel ha ayudado [a Guatemala] sin hacer preguntas… y no les enviaron congresistas, activistas de derechos humanos o sacerdotes… establecieron su red de inteligencia, probada en Cisjordania y Gaza, diseñada sencillamente para vencer a la guerrilla.»

O, tal como afirmaba un vídeo promocional de 2011 de la empresa israelí de defensa y seguridad Global CST, tras describir una incursión militar colombiana en Ecuador en 2008, que asesinó a un alto mando de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), «de repente, los métodos que demostraron su eficacia en Nablús y Hebrón empiezan a hablar en español.»

Para la década de 1990, esa transferencia asesina contribuyó a más de medio millón de muertes, desapariciones y refugiados de Centroamérica. A lo largo de ese proceso, Israel se había convertido en el mayor exportador de armas per cápita del mundo. Y lo sigue siendo todavía.

Conclusión: La frontera entre Palestina y México

En un mensaje de Twitter fechado el 14 de noviembre de 2023, el Dr. Ghassan Abu Sitta -cirujano plástico y reconstructivo hasta hace poco destinado en el Hospital Al Ahli de Gaza- describía cómo había acogido a pacientes con docenas de heridas de bala en el pecho y el cuello disparadas desde drones francotiradores israelíes que volaban a baja altura. «Cuando se trata de matar», publicó en un mensaje, «son muy innovadores».

Las formas de violencia cotidiana y genocida necesarias para mantener la ocupación colonial y el apartheid israelíes pueden desarrollarse en las lejanas Gaza y Cisjordania, pero sus tecnologías volverán -y ya lo han hecho- a casa. La innovación que describe el Dr. Abu Sitta resulta inmensamente lucrativa, con compradores propicios en todo el mundo que desean tecnología represiva «probada en combate». Escribo esto relativamente a poca distancia en coche de las más de cincuenta torres de vigilancia construidas por Elbit Systems que vigilan la frontera entre Arizona y México, posiblemente junto a agentes de la Patrulla Fronteriza que han viajado a Israel para recibir formación. Esta es la frontera entre Palestina y México: construida sobre los actuales proyectos coloniales de los Estados Unidos que siguen despojando a las comunidades indígenas de sus tierras y su soberanía, y mantenida con tecnología desarrollada violentamente en Gaza y Cisjordania. Muchos miembros de la nación Tohono O’odham no querían esas torres Elbit en sus tierras. Y, sin embargo, ahí están, desplegando su contrainsurgencia contra los refugiados.

El genocidio en curso en Gaza producirá nuevas tecnologías israelíes de represión y contención. Surgirán nuevos drones francotiradores, nuevos muros, nuevas bombas, nuevos programas espía -todos ellos probados en comunidades palestinas-, listos para venderlos a gobiernos más interesados en la contrainsurgencia y el control de la población que en la gobernanza democrática.

Así pues, la lucha palestina por la liberación nacional y la autodeterminación sigue teniendo una dimensión mundial vital. No se detiene ante los muros y las fronteras militarizadas de Gaza o Cisjordania. Apoyar su liberación es, en cierto sentido, apoyar la liberación de todos.

La liberación palestina está, pues, íntimamente ligada a la nuestra. Esto va más allá de la solidaridad. Tal vez los millones de personas que han salido a la calle en los últimos dos meses lo perciban así. Un científico y ecologista palestino, el Dr. Mazin Qumsiyeh articuló esta idea durante su visita en agosto de 2023 a la frontera entre Arizona y México. El periodista Todd Miller describe cómo, de pie bajo la sombra de una torre de vigilancia Elbit, el Dr. Qumsiyeh se refirió al cambio climático como una «Nakba global». Luchar contra las torres de Elbit era luchar contra la respuesta de apartheid del Norte Global al cambio climático. «Quieren que estemos divididos y que no sea una lucha conjunta», declaró el Dr. Qumsiyeh. «No me gusta la palabra solidaridad. Lo mío no es la solidaridad con los indígenas norteamericanos. Su lucha es mi lucha».

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