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El árbol del chicle es el Manilkara Zapota (chicozapote), originario de las zonas tropicales de América, se extrae una resina natural que es la base del chicle. Este líquido es muy parecido a algunos pegamentos líquidos o goma de pegar. El nombre chicle viene del nahuatl «tzictle» y del maya «sicte». Los primeros habitantes de Mesoamérica no sólo conocían el chicle sino también la madera del chicozapote, muy preciada, ya que se empleaba para la construcción de los dinteles de sus templos.

 Tanto los mayas como los aztecas usaban el chicle para limpiar los dientes y distraer un rato el hambre y la sed, aunque mascarlo en público era algo mal visto.

Entre las poblaciones mayas la resina del árbol del chicle fue usada ancestralmente como estimulante de saliva y con fines higiénicos y medicinales. El arqueólogo Héctor Escobedo señala que esta resina pudo ser la materia prima empleada para fabricar la bola del juego de pelota de los mayas.

En 1860 el General Antonio López de Santana, durante su exilio en Nueva York, conoció a Thomas Adams, a quien le sugirió producir una goma sintética para hacer juguetes, llantas de bicicleta, botas de agua etc., a partir de la savia obtenida del árbol mexicano producida por algunos amigos en México. Los experimentos no tuvieron éxito, pero en 1869 Adams introdujo en su boca un pedazo de goma y le agradó su consistencia, por lo que decidió agregarle sabor.

El 1871 se comercializó la primera goma de mascar en Estados Unidos. Su precio era de 1 centavo de dólar y se vendía en las principales farmacias del país. El eslogan de la nueva compañía fue «Adams New York Gum No.1.». A finales del siglo XIX la explotación del chicle ya era superior a las 1000 toneladas, convirtiéndolo en una actividad económica importante en el sureste del país. El año 2006 Cadbury Adams EE.UU. celebró el 135º aniversario de la moderna goma de mascar, reconociendo como padre a Thomas Adams.

La globalización del producto llegó como consecuencia de los dos grandes conflictos bélicos del siglo XX. La Primera Guerra Mundial exportó la pasión estadounidense por la goma de mascar al resto del planeta. Su uso era muy común entre los soldados estadounidenses, hasta el punto de que el chicle se publicitaba como “un alivio para la tensión nerviosa, una ayuda para la digestión, y ante la falta de agua potable, una mitigación de la sed”.

Durante la Segunda Guerra Mundial la goma de mascar formaba parte de las raciones de los combatientes. Irónicamente, las circunstancias que lo llevaron a todos los rincones del planeta también acabaron con el floreciente mercado del chicle natural. La dificultad para conseguir la materia prima durante los conflictos impulsó la búsqueda de sustitutos. Las Plantaciones de el árbol del chicle estaban en lugares remotos y selváticos , esto hacia difícil su producción en grandes masas .

Así, en lo década de 1950 apareció la goma sintética compuesta por polímeros derivados del petróleo. La extracción de la resina cayó en decadencia, mientras la industria del chicle artificial ascendió sin límites.

Desde 1935 el gobierno mexicano ha intervenido en la explotación del árbol del chicle, desde su producción hasta su exportación. La Secretaría de Agricultura Mexicana establece los parámetros para cultivar y cosechar este maravilloso látex. La mayor parte del chicle se exporta a los Estados Unidos y, en menor proporción, a Japón.

¿Cómo se fabrica el chicle?

Se hacen cortes verticales en el árbol para que baje poco a poco la resina y se recolecta en un recipiente en la base del árbol. Una vez obtenido este líquido lechoso se derrite y purifica en un tanque giratorio. Se deja enfriar y se revuelve en una mezcladora para que quede suave. Una vez que está lo suficientemente blando, se le agregan varios ingredientes: suavizantes, endulzantes, colorantes, esencias, jarabe de maíz (fija el sabor de las esencias), etc. Y es en esta parte del proceso donde se resuelve el misterio de porqué no se debe tragar un chicle.

Además de todo lo que ya se le mezcló se le agregan conservadores y a veces, lo más peligroso, materiales plásticos que, a pesar de que no deben ser tóxicos, no se disuelven con el agua y evidentemente al tragarlos pueden provocar muchos problemas al estómago.

Oxigenación del cerebro

«La masticación va más allá del proceso de ingestión y de ser el primer paso de la digestión» adelanta el doctor Hugo Furze, presidente de la Asociación Internacional de Odontología Pediátrica (IAPD), con sede en Londres. «La masticación no es un hecho mecánico, sino que está vinculado con la fisiología, la psicología y el conocimiento.»

El puente que une la masticación y el mayor aporte de oxígeno al cerebro es el aumento del flujo sanguíneo. La masticación también estimula el flujo de saliva, una barrera de minerales que protege los tejidos bucales y evita las caries. Producimos tres décimas de mililitro de saliva por minuto, unos 450 mililitros al día. Su falta produce xerostomía, una afección conocida como «boca seca», que lesiona las encías y los dientes por falta de lubricación y protección. Para contrarrestarla, además de fortalecer los dientes o reducir el riesgo de caries, los odontólogos recomiendan nada más ni nada menos que masticar chicle sin azúcar.

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