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Política fallida, no reconocer que la violencia nos ha rebasado

Enérgico el llamado del presidente nacional del PRI, Alejandro Moreno Cárdenas, para que el Estado intervenga y dé garantías de seguridad a los precandidatos que buscan representar a su pueblo en las próximas elecciones de junio.

En su visita a Chiapas, celebrada este jueves para atestiguar la toma de protesta de Olga Luz Espinosa Morales como la candidata del Revolucionario Institucional al gobierno de Chiapas, quien al mismo tiempo está al frente de la coalición que conforma con el PRD y PAN, el líder priista se encontró con la desagradable noticia de la muerte de quien era precandidato a la alcaldía de San Juan Cancuc, Diego Pérez Méndez.

El político lamentó que la violencia se encuentre fuera de control de las autoridades. Apenas el jueves el Instituto Nacional Electoral confirmó que en el país al menos 76 candidatos han solicitado la protección de las autoridades federales y locales para que puedan realizar sus campañas electorales.

Es indudable que la situación se pondrá peor, aunque el guiño del ejecutivo federal es que no pasa nada, todo está tranquilo, salvo en dos o tres entidades donde la violencia se ha salido de control. Como lo dijimos recientemente, la ciudadanía y los aspirantes sólo están a la espera de que haya los resolutivos por parte de Morena para de ahí tomar lo conducente, y por ello se estima que los problemas están por comenzar.

De ahí que el aviso que externó Moreno Cárdenas de que el gobierno federal y de los estados garanticen la seguridad de los candidatos a fin de que los grupos delincuenciales no sean los que encabecen la celebración de las elecciones es una petición que tiene sentido y que es responsabilidad de las autoridades proporcionarla.

Hoy a diferencia de otros procesos electorales, la situación se torna crítica y hasta cierto punto insostenible y con demasiado riesgo, de que en algunas zonas se lleven a cabo elecciones democráticas y confiables.

El asesinato del precandidato de Cancuc pone el dedo en la llaga pues su crimen llama a la reflexión sobre si queremos una elección donde se contabilicen los crímenes como una forma normalidad para llegar al poder.

A nadie gusta ni desea que la democracia esté a un paso de pasar a la historia como la parte medular para acceder al poder, pues la muerte de decenas de personajes, candidatos o no, pero relacionados con la política y con el proceso electoral, no tiene que ser el camino para ganar o perder a la mala.

En una competencia democrática tiene que reinar la civilidad, la paz, el diálogo, no las amenazas y mucho menos la utilización de lar armas para eliminar a los contrincantes que no desdeña el pueblo, pero que no son los ideales para los grupos criminales o los grupos de poder.

Ojalá que no haya ese desbordamiento de la violencia que tanto se teme para esta jornada electoral. La muerte del indígena Diego Pérez Méndez, tiene que ser una llamada de atención para el gobierno estatal y federal de que debe intervenir drásticamente para que no siga habiendo desenlaces fatales.

Lamentablemente esto no ocurrirá de manera inmediata pues los grupos de poder, al margen de la ley, se han posesionado de algunas zonas del país para hacer de las suyas.

“Los mexicanos vivimos en un país donde la violencia está fuera de control y hay incompetencia de las autoridades para imponer la ley y garantizar paz en todo el territorio nacional”. Y, además, se tiene razón cuando las autoridades federales en lugar de reconocer el estado fallido, insisten en negar la realidad de que la violencia nos ha alcanzado.

La descomposición no tiene para cuándo solucionarse ni mucho menos que se le haya encontrado una salida para llevar a erradicarla. De ahí que es imprescindible que el primer paso para iniciar el camino de la reconciliación social es reconocer que se está en estado imperfecto. Tiene más sentido decir que la política de los abrazos ha fallado y llamar a la unidad para que juntos, pueblo y gobierno, se unan para combatir las fuerzas del mal.

Estamos a tiempo de enderezar el barco y no nos lleve mar adentro, navegando a la deriva.

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