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¿por qué no estamos indignados?

Editorial

¿por qué no estamos indignados?

Por si la forma tan reprobable en que murió Victoria Salazar, o los motivos que la orillaron a dejar su país en busca de una mejor situación de vida, no fuera suficiente, todavía habremos de agregar la indiferencia del pueblo mexicano, que no se indignó ante su asesinato, que no encauzó protestas enérgicas contra tan artero crimen cometido por policías y que poco le importó que ella, una mujer salvadoreña, fuera víctima de abuso.

Por qué a diferencia de lo que ha sucedido en otros países, con episodios parecidos, como el homicidio de George Floyd, en Estados Unidos, cuya muerte en circunstancias casi exactas provocó una reacción ferviente, ¿en México el asesinato de Victoria mereció nada más que unas cuantas horas de enojo y luego nada? ¿Por qué? ¿Cuándo nos volvimos tan indolentes a la tragedia?

Y, a la verdad, el caso de Victoria Salazar no fue un escándalo cualquiera. Las horribles imágenes de su muerte le dieron la vuelta al mundo. Muchos medios de comunicación dieron a conocer la noticia. Lo que mereció críticas severas a las instancias de seguridad del país y hasta se puso en tela de juicio la responsabilidad del Gobierno de México. Inclusive, el presidente de El Salvador condenó los hechos públicamente y exigió justicia plena.

A pesar de todo, la prensa mexicana no se inquietó y tampoco la sociedad. Con esto no queremos decir que no hubo cobertura de los hechos porque sí la hubo. Hubo incluso reportajes muy detallados del crimen y por lo cuales nos enteramos de que Salazar sufría abusos de parte de su pareja y que éste había atentado contra sus propias hijas, y que una de ellas había tenido huir de su hogar debido al incesante acoso y violencia. La pregunta es si la cobertura fue suficiente. A nuestro parecer no lo fue.

Pero la pregunta que todos deberíamos contestar es ¿por qué respondimos con tanto desinterés cuando lo que se esperaba eran movilizaciones, protestas contra del abuso policial, exigencias de justicia, clamores de no más violencia, no más feminicidios y por la protección a las mujeres?

No faltará el que diga que la situación de inseguridad que vivimos desde que empezó la guerra contra el narcotráfico nos ha robado la capacidad de sorprendernos y encolerizarnos. Por desgracia, tiene razón. Sin embargo, no es motivo para justificar el desprecio hacia el dolor y el pesar ajenos.

Nosotros creemos que la respuesta podría estar en otra parte, y sería muy triste que estuviéramos en lo correcto.

Hace dos años, ante la presencia de las caravanas migrantes, el diario Washington Post realizó una encuesta para recabar la opinión de los mexicanos sobre el fenómeno migratorio y sobre la permanencia de los migrantes en el territorio nacional. Descubrió que seis de cada diez mexicanos no está de acuerdo con que personas centroamericanas vivan en el país y un porcentaje similar se inclina por que los inmigrantes sean deportados. Para mayor sorpresa, resulta que estos son números superiores a los que se registran en Estados Unidos acerca del mismo tema.

¿Será acaso este el motivo por el que los medios nacionales casi no se interesan en darle cobertura y difusión a los diversos temas de la migración en nuestro país? ¿Será por esto que casi no nos enteramos de lo que pasan los salvadoreños, guatemaltecos y hondureños en México? A ver, ¿cuántos reportajes se han hecho desde los albergues? ¿Cuántas noticias hemos visto por televisión sobre vejaciones, violaciones, maltratos, secuestros, extorsiones y asesinatos contra los inmigrantes? Sinceramente, muy pocos.

Por otro lado, demostramos indignación ante los abusos de la policía fronteriza contra los mexicanos. Nos enojan los maltratos contra los nuestros, que encierren en jaulas a los niños. Y no lo pensamos dos veces para exigir un trato digno para nuestros paisanos en Estados Unidos y que sean respetados sus derechos humanos. Paradójicamente, no somos capaces de ayudar a los migrantes centroamericanos, no los cuidamos, no los protegemos y hasta nos incomoda su presencia.

Victoria Salazar vino a México pensando que aquí encontraría la seguridad que no tuvo en su propio país. En cambio, recibió de nosotros indiferencia, dolor y finalmente la muerte.

Tal vez nunca lo sabremos, pero sería verdaderamente penoso que la falta de sensibilidad y coraje por la muerte de esta mujer se deba a la xenofobia de los mexicanos.

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