El Cristalazo
Rafael Cardona
Hoy, cuando inexorablemente lleguen los vientos helados del último año con su cauda maltrecha de promesas barridas y arrastradas por el piso como hojas secas de una arboleda sin frutos, con resultados apenas de miseria y palabrería, insuficientes para una culminar la imaginaria epopeya, veleidosa e incapaz de llegar a tiempo a la cita para transformar la historia, para hacer un surco indeleble en el universo mexicano, para delimitar el antes y el después, el alfa y la omega ; ahora, cuando ya se afilan los lápices de quienes van a marcar para siempre sus errores, sus tantos errores, el excelentísimo señor presidente de la República, como si no se diera cuenta de la hora, envía con una mensajera juvenil, al imprecisamente denominado Honorable Congreso de la Unión un documento farragoso de origen, lleno de cifras crípticas y amañadas cuyo contenido es innecesario escudriñar así convoquen desde ahora a su glosa parlamentaria con el penúltimo capítulo de una bitácora cimentada toda en cientos o quizá miles de mentiras, imprecisiones, verdades a medias, falacias por entero, sueños febriles, delirios obsesivos, rencores por todas partes, ponzoña acumulada en la rabia de los años de la lucha por el poder, con tan densa acritud, como para impedir el placer de ser y sentirse absolutamente poderoso en un pobrecito país acostumbrado a inclinar la cerviz sin mirar a los ojos del supremo, del tlatoani, del hermano mayor, del hombre del Gran Poder, de aquel a quien no se contradice, pero ni siquiera esa obsecuencia lacayuna de los macehuales agradecidos por pensiones de diverso motivo, lo hace sentirse bien, porque como nos enseñó Gabriel García Márquez en su retrato del poder bananero en el Patriarca otoñal, el supremo líder de la Cuatro Te, vive pensando en sus viejos enemigos, en sus villanos indispensables, en los obsesivas evocaciones de personajes cuya maldad le impidió alcanzar del poder cuando el gozo era posible todavía, con aquella energía fenomenal de los menos años, con la salud íntegra sin los achaques de una farmacia ambulante, pero ahora, con algunos enemigos más agregados en los años recientes, se vive en la rumia senil porque a todos “los reconoció, uno a uno, con la memoria inapelable del rencor”, porque si el poder ofrece vitamina “Pe”, como dicen los clásicos, también dispensa estamina “eRe”, la rencorosa sustancia ocre y biliosa –amarillo vejiga, dicen los tubos del óleo de los pintores–, con la cual se endurecen los sentidos, se aguzan las intuiciones, se decoran las estrategias de toda clase en la incesante labor de convencer y persuadir y mentir y engañar para presentar el discurso por encima de la realidad, porque “en sus palabras siempre había otra verdad detrás de la verdad”, pero esa es la ley del cacique, porque “el poder cree que puede ordenar que quiten la lluvia de donde estorba y la pongan en tierra de sequía”, mas no importan las creencias o las intenciones, la realidad es tan simple como la descompostura de la maquinaria en el más difícil de todos los juegos: la conquista del poder y su traslado, porque si resulta arduo conseguirlo, también es complicado transmitirlo sin dejar en el traslado los restos del corazón y las entrañas, como sucede en la alta montaña, una vez arriba se debe preparar el descenso, y ahí vienen los accidentes mortales, con el cuerpo cansado y las provisiones mermadas, porque ni siquiera los mejores han logrado domesticar las ambiciones acotadas de quienes en los tiempos de la sucesión se rendían dóciles ante la simple mirada de quien podía inclinar la balanza, hacer rodar el cargamento de los dados y repartir las cartas marcadas con la inteligencia del tahúr, sobre todo cuando toda la vida se ha sido un fullero mendaz y cotidiano diestro en la engañifa como sucede en este caso, y así, poco a poco el poder se desliza, se agota, huye, como la arena del reloj y no hay poder humano en contra de esa ley, ni siquiera cuando se cambian los horarios por capricho o se tiene vigor para poner a modo el calendario, clausurar los aeropuertos, modificar la ruta de los aviones; abrir y cerrar caminos, playas y carreteras; vías de ferrocarril, reventar montañas y destruir árboles de ceibas centenarias en el trazo inútil de un tren selvático cuyo circuito lleva de ninguna parte a ninguna otra, porque ya sabemos, como en las Dos Bocas, “los políticos ponen la primera piedra donde nunca se habrá de poner la segunda”, pero se hace porque ahí cerca está mi casa de retiro y ancianidad, ahí me enviarán mi pensión de adulto muy mayor, ahí, donde en la hamaca citaré a la dama blanca o la dama de negro o la parca, pues, mientras urdo libros llenos de los mismos viejos lugares comunes de mi muy estrecha visión personal; porque voy a ser el biógrafo de mi personaje, el relator de sus andanzas, el constructor verbal de mi leyenda aunque mis escritores de cabecera, los ayudantes de mi prosa farragosa y pedregosa, ya se hayan muerto, pero no importa; siempre es posible leer poco y escribir mucho; saber menos y presumir más, y no será este el primer caso y allá, en la finca campestre, pluma en mano, veré la prosperidad de mi rumbo, mi terruño, mi sureste abandonado por otros, cuya felicidad ahora garantizo para los años venideros cuando yo ya ni siquiera la pueda ver, pero vale la pena desde ahora destruir el santuario de iguanas, jaguares y saraguatos chillones, porque todo eso puedo hacer, como tengo capacidad para desvirtuar la enseñanza de la historia, olvidar el mundo de las matemáticas y entregar los instrumentos del gobierno y el Estado a una persona de escasa capacidad y probada lerdez para cualquier cosa como no sea decir, si Andrés, sí Andrés, como tú digas y mandes y memorizar completas mis encíclicas y cartas papales, pero toda esa sumisión se convertirá, tarde o temprano, en altivez vengativa, porque la banda presidencial es una segunda piel y se hunde en las carnes y contamina con su venenosa materia a quien la recibe, así como la piel del león de Nemea intoxicó al pobre Heracles y lo consumió hasta la muerte, pero la única pregunta es si lo hará desde el principio o taimada soltará cordel para de pronto, imbuida por los consejeros cuya habilidad más notable es la paciencia, soltar el zarpazo en forma de embajada o cargo burocrático menor en alguna comisión, no para probar la necesidad de sus invaluables servicios, experiencia y sabiduría, sino para recalcar quien manda ahora sobre el otro, con lo cual obligaría al poderoso de hoy a reagrupar sus fuerzas tradicionales y desde el Movimiento para la Regeneración Nacional, organizar la revocación del mandato y meterle un zape a la insumisa, y decirle tenga para que aprenda, o como dijo alguna vez el hijo de Bendición Alvarado, “nadie se mueva, nadie respire, nadie viva sin mi permiso”, pero por lo pronto vamos a la realidad: hoy dormiré a pierna suelta bajo el mismo techo cuya amplitud palaciega cobijaba al gran Benito Juárez, porque hoy tengo aún todo el poder y pronto lograré toda la gloria, porque ¿saben?, “vivir en la casa presidencial es como estar a toda hora con la luz prendida” y tarde o temprano, al salir la luz se apaga y entonces uno se va a otra parte y se dispone a acabar, a terminar con esto, convencido en el fondo del gran fracaso y el ocaso, porque “el día que la mierda tenga algún valor, los pobres nacerán sin culo”.