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Harold Meyerson

Ahora lo ves, ahora no lo ves. La tarde del 29, aproximadamente 24 horas después de que treinta de los demócratas de la Cámara de Representantes enviaran una carta al presidente Biden instándole a que intentara negociar una solución a la guerra de Ucrania con Vladimir Putin, los firmantes retiraron la misiva. Resulta que sus firmas las habían recogido a principios y mediados del verano, antes de que Ucrania hubiera iniciado algunas contraofensivas con éxito. En ese momento, los republicanos aún no habían prometido interrumpir la ayuda estadounidense a Ucrania, una postura a la que los treinta demócratas han dejado claro que se oponen; declararon que estaban tanto a favor de las negociaciones como de la continuación de la ayuda. Sin embargo, en la última semana, Kevin McCarthy [líder de la minoría republicana en la Cámara de Representantes] (quien no inspira ninguna confianza en que pueda identificar Ucrania en un mapa) ha prometido que una mayoría republicana en la Cámara de Representantes pondría fin a la ayuda a Ucrania, lo que hizo que la carta se asemejara a cargar contra la política de la administración Biden y Ucrania.

Al parecer, la mayoría de los firmantes no sabían que la carta se enviaría el 29; algunos parecen haber creído que estaba efectivamente muerta. Ahora sí que lo está, aunque las preguntas que planteaba y la crítica que formulaba siguen sin respuesta.

Esa crítica la planteó de forma muy sucinta George Beebe, del Quincy Institute for Responsible Statecraft. A Beebe se le citaba en la información del The Washington Post que dio a conocer la noticia de la carta, afirmando: “El riesgo de la estrategia [de la administración] es que carece de una idea acerca del desenlace final”. Lo cual es cierto, aunque las únicas partes que parecen tener idea -aunque diametralmente opuestas- de un desenlace final son Rusia y Ucrania.

A pesar del océano de incertidumbre y contingencia en el que todos nos movemos, hay, al menos, una serie de tendencias distintas e identificables en la forma en que los estadounidenses y Occidente reflexionan acerca de la guerra de Putin. Por nombrar sólo algunas, están, para empezar, las que resultan sencillamente equivocadas, entre ellas:

 – Los fascistas pro-Putin. El fundador de esta facción fue Pat Buchanan, quien hace casi dos décadas comenzó a escribir que, dado que Putin era claramente antigay, antifeminista, algo así como un nacionalista blanco, opositor de la democracia liberal, la derecha estadounidense debería sumarse a él. Entre los adherentes posteriores se encuentran Viktor Orban, Tucker Carlson y una parte del sotobosque de Trump (me viene Steve Bannon a la cabeza), aunque la mayoría ha silenciado su apoyo hasta ahora.

– Los quiero y no puedo de pacotilla. Tanto Donald Trump como, el antepasado fin de semana, Silvio Berlusconi (cuyo partido es uno de los tres que hoy gobiernan Italia) han expresado su admiración por la presunta dureza de Putin, su brío autocrático y (cuando lo comparan con ellos mismos) su relativa juventud. Esto no quiere decir que estos matones envejecidos no sean también pro-fascistas, pero hay aquí un elemento personal que no debe ignorarse.

– Los seguidores de las bases republicanas. Las encuestas muestran que el porcentaje de republicanos que quieren cortar la ayuda de los Estados Unidos a Ucrania se ha elevado ahora a un tercio de los miembros del partido y de los que se inclinan por él -sin duda, el tercio más consumido por el odio a los demócratas satánicos, y más susceptible a la Putin-filial de Trump y Tucker. Se trata de un grupo al que la mayoría de los cargos republicanos, y Kevin McCarthy en particular, temen ofender mortalmente; de ahí que el Partido Republicano de la Cámara de Representantes se comprometa a cortar la ayuda a Ucrania.

– La pequeña porción de la izquierda que culpa a los Estados Unidos de la guerra: para ellos, la expansión de la OTAN hasta las fronteras de Rusia es el casus belli que justifica las locuras de Putin. Sin duda, ha habido mucha gente en la izquierda (y entre ellos, George Kennan y, bueno, yo mismo) que hace tiempo escribió que la marcha de la OTAN hacia el Este era un error, pero la mayoría de nosotros no pensamos que eso exculpe a Putin en lo más mínimo por la matanza asesina que ha decidido emprender. Al fin y al cabo, las estipulaciones antialemanas del Tratado de Versalles, no se plantearon como defensa de los líderes nazis en los juicios de Nuremberg.

Luego están los que apoyan el apoyo de los Estados Unidos a Ucrania, en parte o en su totalidad. Entre ellos:

– Los tradicionalistas en política exterior. En este grupo parecen incluirse defensores de la OTAN como Mitch McConnell, que pueden sacrificarse o no por defender los valores democráticos (ciertamente no cuando se trata de los derechos de voto para todos los norteamericanos), pero que se oponen a aquellos que amenazan la hegemonía estadounidense.

– Los tradicionalistas de la política exterior también comprometidos con la hegemonía estadounidense, pero con un mayor aprecio por la democracia, y un deseo de defenderla y luchar contra el fascismo cuando sea posible, que los de Mitch McConnell. Es decir, la administración Biden, entre otros.

– Liberales y progresistas que siempre son ambivalentes con respecto a la hegemonía estadounidense, pero que son demócratas y antifascistas acérrimos.

– Los partidarios de la Realpolitik que, como Beebe, no ven que esto acabe bien y temen las consecuencias de una guerra prolongada (por no hablar de un recrudecimiento) para Ucrania, Europa y la economía norteamericana y mundial, pero aun así desean apoyar a Ucrania.

Los treinta firmantes de la carta ahora retirada pertenecen a estas dos últimas categorías, al igual que, según sospecho, la mayoría de los liberales y progresistas en general.

Nadie sabe hasta cuándo apoyará el pueblo norteamericano nuestra ayuda a Ucrania. Las bases republicanas andan usando la cuestión a modo de arma como parte de sus diatribas contra Biden, pero no se sabe si esta oposición desbordará a las bases. O, más exactamente, cuándo desbordará esta oposición a las bases, ya que nuestro apoyo, por muy necesario y encomiable que sea, no puede ser indefinido.

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