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Javier Santiago Castillo

Acapulco, “lugar de juncos colosales” o “lugar de cañas”, tiene dos mil años de haber sido poblado por indígenas. Los españoles descubrieron la Bahía en 1512. La ciudad fue fundada en 1550 y fue llamada Ciudad de los Reyes. Fue hasta 1565, junto con Manila, que ambas localidades se convertirían en punto de encuentro de tres culturas: la asiática, la europea y la autóctona; al transformarse en un punto clave del comercio internacional, durante los siglos XVI al XVIII, primera etapa de la globalización contemporánea, por tener el monopolio del comercio con todo el Pacífico.

El 80 por ciento de lo exportado era de origen mexicano y el 20 provenía de España, Francia, Alemania y Génova. Los productos del continente americano que se introdujeron a Filipinas fueron: el maíz, la piña, la papaya, la patata, el trigo, el algodón, el café, el cacahuete, el chico, el maguey, la calabaza, las almendras, zapotes, chirimoyas, mameyes guayabas y camote.

Los productos importados eran canela, pimienta, clavo, té, telas de seda pintadas o bordadas en hilos de plata y oro, tibores y vajillas de porcelana china y japonesa, piezas de marquetería con incrustaciones de nácar o marfil, lujosas manufacturas para adorno de las casas, las habitaciones y las camas, además de costosas ropas para sacerdotes y altares de las iglesias.

Durante la guerra de independencia el comercio intercontinental se interrumpió y se restableció a mediados de la década de los años veinte del siglo XIX. Los obstáculos para el desarrollo del puerto fueron, esencialmente, la pérdida del monopolio comercial con la región del Pacífico y la incomunicación con el resto del país.

La situación cambió con la construcción de la carretera pavimentada, que se inició por órdenes de Álvaro Obregón en 1920 y fue inaugurada, en 1927, por el presidente Plutarco Elías Calles y el inicio de los vuelos desde la ciudad de México en 1929, aunado a la construcción del aeropuerto en 1945, convertido en internacional en 1967.

En la década de los treinta del siglo pasado la élite posrevolucionaria percibió el potencial turístico de Acapulco. El presidente Pascual Ortiz Rubio promovió la construcción de un hotel, de nuevos muelles, malecones y la pavimentación de calles. Por su parte, la iniciativa privada inició sus inversiones construyendo los hoteles, Mirador y el Majestic. Juan Andrew Almazán se hizo de 22 hectáreas y construyó el Hotel Hornos, inaugurado en 1938. Para principio de los años cincuenta se construyó el primer hotel de lujo “Villa Vera Racquet Club”.

En 1947 el presidente Miguel Alemán inició la inversión de la avenida costera del puerto y otras obras que sumaron 32 millones de pesos. Para fines de la década Acapulco era el centro turístico más importante de América Latina. La promoción derivada de la visita de las estrellas de Hollywood y nacionales como John Wayne, Elizabeth Taylor, Orson Wells, Tyrone Power, Errol Flyn, Cantinflas, María Félix, Pedro Armendáriz y muchos más. En 1952 Jacqueline y John F. Kennedy pasaron su luna de miel en sus playas.

La Perla del Pacífico se convirtió en una ventana de la modernidad de México y en un gran negocio para la élite política, particularmente la alemanista. Las grandes mansiones de las élites nacionales y extranjeras proliferaron, junto con el incremento de las desigualdades socioeconómicas.

La década de los años cincuenta fue su despegue turístico con miles de visitantes, para los sesenta serían cientos de miles y para los setenta superarán el millón. Para 1979 Acapulco proporcionaba al país el 42% de los ingresos turísticos.

La decadencia de Acapulco como centro turístico se inició en los setenta con la promoción, en el sexenio de Luis Echeverría, de Cancún. La expropiación de los terrenos en lo que se convertiría en Punta Diamante en los años ochenta y noventa del siglo pasado fue un intento por revitalizar el turismo de lujo en el puerto, que sobrevive, pero con una relevancia disminuida. El lugar se ha convertido en un centro del turismo urbano nacional, de manera particular de la clase media de la ciudad de México, pero, también de sectores populares que se hospedan alegremente en el “Hotel Cama Arena”.

La relevancia de Acapulco en el contexto del estado de Guerrero es múltiple. El municipio aporta el 27.2% del PIB del total del estado, lejos queda Chilpancingo en segundo lugar contribuyendo con el 11.28. También lo habitan el 22% de los guerrerenses. En consecuencia, la mayor parte de la Población Económica Activa (PEA) se concentra ahí. Los datos oficiales establecen el desempleo en 0.95% de la PEA, cifra que oculta el enorme empleo informal. Es un motor económico y el municipio que aporta mayores recursos fiscales al estado.

Guerrero es el tercer estado con mayor marginación, sólo superado por Chiapas y Oaxaca. Aunque es el segundo estado con mayor proporción de pobres en México, 66.4% de la población, sólo después de Chiapas. El tercer lugar en analfabetismo con 13%, después de Oaxaca y Chiapas. Cuarto lugar en el país en rezago educativo en la población de 15 años y más, debajo de Oaxaca, Chiapas y Michoacán.

El narcotráfico en Guerrero tiene fecha de nacimiento: 1973. Tiempos de caciques, de lucha social agraria, de la guerra sucia, de guerrilla. Los capos sinaloenses introdujeron la siembra de marihuana y amapola, encontraron un campo fértil ante la marginación y represión del campesinado. Hoy la complejidad de la delincuencia organizada es alta por el número de organizaciones que se disputan y controlan el territorio. El estado ocupa el séptimo lugar en número de homicidios, con 800 asesinatos en la primera mitad de 2023. La extorsión y el cobro de piso afectan la actividad económica.

Por su parte, la inquietud de la naturaleza ha estado presente en la Perla del Pacífico en terremotos y huracanes desde tiempos inmemoriales. A lo largo de un siglo los ciclones se han presentado sin una secuencia cronológica en1921, 1935, 1961, 1965, 1993 y Paulina en 1997, que fue de nivel 4 y, a los 26 años Otis de nivel 5.

Cualquier desastre natural tiene consecuencias sociales y políticas, sobre todo en los países con grandes desigualdades, como es el caso del nuestro. El caso icónico fueron los sismos de 1985 de la ciudad de México. La sinergia social frente a esta calamidad surgió con una fuerza impensada, haciéndose cargo del rescate de personas, acopio de víveres y atención a los heridos ante un Estado pasmado.

La magnitud de la catástrofe de Otis rebasa cualquier acción gubernamental. Son diversos los frentes a atacar: apoyos alimentarios y de enseres a la población, salud, vivienda, infraestructura de comunicaciones y urbana y, reactivación a la actividad económica. El gobierno federal ha reaccionado con acciones concretas y con el ofrecimiento de invertir 61 mil millones de pesos en la reconstrucción y promovido con los empresarios hoteleros la reactivación de la actividad turística. Lo cual ha sido cuestionado por la oposición política.

La falta de previsión es responsabilidad de los gobiernos anteriores y del actual. No existe un plan de contingencia ante huracanes en el Pacifico, ni infraestructura para atender las necesidades de la población antes estos siniestros. Fue un error desaparecer el Fonden, debería reestablecerse y nutrirlo anualmente.

Más allá de disensos y jaloneos, es claro que la clase política no ve que Acapulco, que Guerrero está seriamente afectado por tres catástrofes: la pobreza, la delincuencia organizada y el huracán. De las tres entidades más pobres del país, Guerrero, históricamente, es la más olvidada de las políticas oficiales.

La respuesta a la catástrofe debe ser la implementación de un programa de desarrollo y seguridad regionales, que contemple la vocación productiva de las diversas zonas del estado. El objetivo prioritario debe ser el bienestar de la población. La entrega de dinero palía la pobreza, no acarrea bienestar.

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