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Cinco años después, ¿qué pasa con el #Metoo?

PRIMERA PARTE

Julie Wark

El #MeToo tiende a ser presentado sin tapujos por el contexto social y político como un fenómeno en el cual hombres poderosos a nivel individual cometen violencia sexual contra mujeres vulnerables a nivel individual. A cinco años de que todo empezara, el 15 de octubre de 2017 con el famoso tuit de Alyssa Milano, con una pandemia y muchos otros escándalos de por medio, #MeToo puede parecer ahora algo pasado de moda, pero como la punta de un iceberg, representa una “gran calamidad”: para empezar, todo el duradero sufrimiento causado por la violencia sexual. Imagíne a Chanel Miller muchos millones de veces más y en situaciones aún más espantosas. Citando a Marc Bloch: “Tal como el progreso de una enfermedad muestra al médico la vida secreta del cuerpo, el progreso de una gran calamidad arroja información valiosa sobre la naturaleza de una sociedad”. El empleo de la palabra “enfermedad” es apropiado porque el #MeToo revela un mundo poscapitalista moribundo en el que los seres humanos regularmente cometen actos de violencia, no sólo contra otras especies sino también contra su propia especie y, alentados por el poder, se encaminan a destruir todo el planeta.

#MeToo ofrece una visión de los sistemas legales, de la policía, de las estructuras de poder, de la clase social, de los medios de comunicación, de las relaciones de género, de la violencia, de la corrupción, de la política, de la economía, de quién se incluye en la narrativa y de quién se deja fuera, del racismo, de los modales y las costumbres sexuales, del condicionamiento social de la sexualidad y el amor humanos y, en general, de cómo nos relacionamos con el mundo natural. Al principio se expresaba en términos bastante elementales de denuncia y solidaridad (limitada): “Yo también. Sugerido por una amiga: Si todas las mujeres que han sido acosadas o agredidas sexualmente escribieran Yo también como estado, podríamos dar a la gente una idea de la magnitud del problema”.

#MeToo se extendió rápidamente, con diversos modos de expresión y enfrentándose a una variedad de problemas según el contexto local. No es exacto hablar de él como un movimiento único. Según Wikipedia, arraigó en Afganistán, Australia, Canadá, Chile, China, Etiopía, Francia, Alemania, Irán, India, Israel, Italia, Japón, Kenia, Nepal, Nigeria, Noruega, Pakistán, Palestina, Filipinas, Corea del Sur, España, Suecia y Reino Unido. Sea cual sea la forma que adopte, #MeToo ha demostrado, si es que hace falta una prueba, que la violencia contra las mujeres no es sólo un problema de Hollywood.

Una buena manera de explorar el significado, los subtextos, las implicaciones, el éxito y el fracaso de #MeToo es contrastarlo con su predecesor, el no etiquetado Me Too fundado por Tarana Burke, una activista afroamericana de los derechos civiles del Bronx que sufrió abusos sexuales y violaciones cuando era niña y adolescente. Me Too y #MeToo tienen orígenes muy diferentes. La primera, surgida en una situación de pobreza, pero también de espíritu comunitario, lucha simultáneamente contra el racismo omnipresente, uno de cuyos resultados es que las activistas negras deben elegir entre centrarse en ser negras o en ser mujeres. El énfasis de Me Too está en el “Too” [también] mientras que el de #MeToo está en “Me” [yo]. Las personas pobres o desfavorecidas reconocen que la adversidad es

compartida y que su fuerza es la unidad o la comunidad, mientras que las personas más acomodadas son egocéntricas y, en el extremo de la escala, lo expresan en comunidades cerradas, ropa de diseño a medida, jets privados, islas, etc. Si el #MeToo se centra vengativamente en los abusadores, el Me Too se ocupa de cuidar a los abusados. De ahí que Burke incluya a los niños y hombres maltratados: “Piensa en un auditorio lleno de niños y cuenta uno de cada seis niños. Son muchos niños. Y esos niños se convierten en hombres”. Para el MeToo, los abusos sexuales son una cuestión de derechos humanos. Para el #MeToo, es un problema de las mujeres, que al final conlleva a una división política sobre lo que realmente es una mujer.

“Comunidad”, para #MeToo, significa una serie de “yo” pero no “nosotras” en el sentido inclusivo. Hablando de los límites de la hermandad, Tarana Burke dice: “[…] muchas veces, cuando las mujeres blancas quieren nuestro apoyo, utilizan un paraguas de ‘mujeres apoyar a las mujeres’ y olvidan que no prestaron el mismo tipo de apoyo”. Los aspectos excesivamente del “yo” y de la reivindicación de un #MeToo “armamificado” han dificultado su trabajo. Las respuestas a los abusos y acosos sexuales son muy diferentes no sólo en todo el mundo, sino en los propios Estados Unidos. Las representantes más escuchadas del feminismo dominante hoy en día suelen ser mujeres blancas de clase media bastante acomodadas, muchas de las cuales nunca han oído hablar del Colectivo del Río Combahee. Incluso cuando las miembros radicales del feminismo de la “segunda ola” de los años sesenta y setenta luchaban por la igualdad de ingresos y de derechos y simpatizaban con los movimientos de los Derechos Civiles y del Poder Negro, la oposición a la guerra de Vietnam, la liberación nacional, las protestas estudiantiles y el activismo gay, la mayoría más pobre y silenciada de las hermanas seguía siendo pobre y silenciosa. El componente radical del feminismo de la segunda ola fue pronto barrido bajo la alfombra. “Aunque luchábamos contra enemigos comunes, a veces el atractivo de las soluciones individuales nos hacía descuidar a las demás” dice Audre Lorde. Para muchas mujeres, la batalla estaba hecha y ganada una vez satisfechas sus propias necesidades.

Las decisiones personales tienen consecuencias políticas. El combativo eslogan de los años sesenta “lo personal es político” malinterpretado como “he ganado mi propia batalla”, se convirtió en algo principalmente personal. Lo político tiende a restringirse a una u otra queja sobre los hombres que nos mantienen abajo. El indonesio –y otras lenguas dravídicas, kartvelianas, caucásicas, asiáticas, americanas, africanas, australianas y austronesias, pero ninguna lengua europea fuera del Cáucaso– presenta la “clusividad” en primera persona en dos formas del nosotros: la exclusiva kami (nosotros, pero no tú) y la inclusiva kita (nosotros, que significa tú también). Esta sería una distinción clarificadora en las discusiones sobre nosotras, las feministas. Las otras mujeres son el tú excluido de las kami, mujeres oprimidas por los privilegios obtenidos por las mujeres kami.

El hashtag es una especie de valla divisoria [#############] con el Me Too en un lado y el #MeToo en el otro. Cualquier movimiento que gane impulso de esta manera puede convertirse fácilmente en una copia de marketing hipercargada, un tropo que, debidamente reiterado, ignora y distrae de las experiencias reales de abuso y de los sistemas que lo permiten y fomentan. La taquigrafía fácil de reconocer permite muchas interpretaciones según las agendas individuales. Cuanto más se repite una idea, más difusa se vuelve, y las connotaciones molestas, desafiantes o repulsivas se evaporan en un gran número de pronunciamientos de efecto instantáneo. Las plataformas de los medios sociales prosperan con las narrativas maniqueas, blancas y negras, correctas e incorrectas, la cultura de la cancelación, la política de la identidad, todo simplificado hasta el punto del absurdo lógico. Difundir una idea-etiqueta a millones de personas no es garantía de que la persigan más allá de los millones de Likes, especialmente cuando se empuja con la ilustración de caras famosas. Si el medio es el mensaje, la comunicación rápida con hashtags no guarda relación con, por ejemplo, el tiempo y la paciencia que requiere ver durante horas a una Anita Hill dolorosamente sola que es maltratada por un Comité del Senado encabezado por Joe Biden. Esto requiere digerir y analizar –importar– lo que está ocurriendo, ser testigo de su angustia cuando se ve obligada a describir el burdo comportamiento del juez Clarence Thomas, y hacer el ejercicio de describir lo que representa.

Ningún fenómeno social o político existe en el vacío. Tiene una historia y forma parte de un sistema. Una retrospectiva de la denunciante Anita Hill (presentada como una Jezabel negra sexualmente voraz) muestra cómo los estereotipos sexuales y racistas están entremezclados con la Realpolitik en sus formas más descaradas. La raza, desacreditada por la ciencia moderna como concepto biológico significativo, es uno de los hilos enredados en el abuso sexual del mundo real porque ha perdurado como categoría social incrustada en viejos patrones de discriminación política, institucional e interpersonal. Del mismo modo, el sexo entendido como binarismo de género ya no es científicamente sostenible, pero el sexismo, la construcción social, sigue prosperando. El racismo y el sexismo estuvieron muy presentes en el calvario de Anita Hill. Pero, poco se aprendió de ello, en parte porque el hashtag evita la complejidad, y en parte porque las viejas ideas de jerarquía social mueren con fuerza, pues la narrativa del #MeToo es deprimentemente cerrada.

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