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Provocar el desaparecimiento de la pobreza infantil

Luis David Fernández Araya

En las últimas dos décadas los avances económicos, culturales y sociales en América Latina y el Caribe han impactado positivamente en el bienestar de la población infantil y han permitido la creación de mejores condiciones institucionales para que el ejercicio y el disfrute de los derechos de niños, niñas y adolescentes sea una posibilidad cierta.

La región logró disminuir en un 67 por ciento la mortalidad de niños y niñas menores de cinco años, y actualmente un 94 por ciento es registrado al nacer. En todos los países de la región, más niños y niñas asisten hoy a la escuela que hace diez años.

Sin embargo, 3,6 millones de niños y niñas en edad de asistir a la escuela primaria no lo hacen; no han sido generadas las oportunidades y condiciones para que lo puedan hacer.

Son muchos los retos y asignaturas pendientes que nos desafían a seguir trabajando sin descanso por sociedades más justas, inclusivas y dignas. Aquí, en la región más desigual del mundo, la infancia está en peligro. Debemos cambiar.

Es impostergable que forjemos un movimiento social comprometido, amplio y democrático para superar la desigualdad.

Debemos comprender y asumir que la desigualdad no es inevitable, como no es inevitable que 7 de cada 10 niños y niñas con discapacidad no asistan a la escuela en América Latina y el Caribe.

Debemos trabajar juntos para desentrañar las múltiples y diversas manifestaciones de la desigualdad.

Debemos actuar mancomunadamente para evitar que la desigualdad destruya el derecho a gozar de una vida digna desde los primeros años y perpetúe infinitas inequidades durante todo el ciclo de vida de las personas.

Superar la desigualdad exige que todos seamos protagonistas del cambio. Los estados, en tanto es su deber inexcusable; el sector privado, por cuanto es una responsabilidad irrenunciable; y las sociedades, porque es un anhelo impostergable; los niños, niñas y adolescentes, porque tienen pleno derecho a que sus voces y anhelos sean escuchados y tenidos en cuenta.

Todos, sin exclusiones, nos merecemos ser capaces de superar la desigualdad.

Debemos dar el primer paso y sumarnos, sin falsificaciones ni mezquindades, a cumplir con la promesa de superar la desigualdad erradicando la pobreza infantil. Sin dilaciones ni excusas. Con coraje y honestidad. Con solidaridad y creatividad.

Debemos dar el primer paso en la región más desigual del mundo, porque 70 millones de los 195 millones de niños, niñas y adolescentes, actualmente viven en la pobreza y 28,3 millones se encuentran en situación de pobreza extrema.

Debemos dar el primer paso porque la crueldad de la pobreza se dibuja en casi la mitad de los rostros de los niños, niñas y adolescentes de nuestra región. Particularmente en los niños y niñas indígenas y afrodescendientes, en los niños y niñas migrantes, en los que viven con una o más discapacidades, en quienes son afectados por los desastres naturales y el cambio climático, en quienes habitan en zonas rurales y entornos periurbanos violentos, en quienes han nacido en un hogar pobre, o en quienes simplemente por ser niños o niñas se ven expuestos a sufrir múltiples situaciones y condiciones de exclusión, violencia o discriminación.

Estas cifras son éticamente inaceptables y nos deben resultar política, económica, cultural y socialmente intolerables. Dan cuenta de una contundente violación de los derechos humanos de miles y miles de niños, niñas y adolescentes en nuestra región, en la que todos los estados han ratificado la Convención de los Derechos del Niño. Por ende, hemos asumido la indelegable responsabilidad soberana de que progresivamente y sin excusas, universalmente y sin discriminaciones, los derechos de todos los niños y niñas deben ser honrados, cumplidos, protegidos, garantizados.

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