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(I PARTE)

Miguel Salas

El 10 de marzo de 1923 fue asesinado Salvador Seguí, el Noi del Sucre, por pistoleros pagados por la patronal catalana. Fue uno de los más importantes dirigentes sindicales del anarcosindicalismo y del movimiento obrero del Estado español. Cien años después sigue siendo un referente para distintas fuerzas sindicales y políticas.

El sindicato CGT ha organizado diversas jornadas, elaborado un documental y publicado una Antología de sus textos. Lo han hecho también otras tendencias anarquistas y del anarcosindicalismo. CCOO de Catalunya conmemoró el centenario con un acto sobre Seguí y su compañero Peronas, asesinado en el mismo atentado. ERC organizó una conferencia reivindicando a Seguí. Otra jornada se realizó en su pueblo de origen Tornabous (Lleida) Se han publicado numerosos artículos de prensa y seguro que ha habido más actos de los que aquí se mencionan. Este reconocimiento es un caso único en el movimiento obrero español.

Seguí no solo fue un dirigente sindical y gran orador en una época de profundos cambios políticos (Primera Guerra Mundial, Revolución de Octubre, crisis revolucionarias al finalizar la guerra) sino que fue también un precursor a la hora de responder a los problemas de esa época tan convulsa. Víctor Serge lo retrató así en sus Memorias de un revolucionario: “encontré al hombre extraordinario de aquellos tiempos de Barcelona, el animador, el jefe sin título, el político intrépido que despreciaba a los políticos, Salvador Seguí, al que apodaban afectuosamente Noi del Sucre. Escrutábamos allí los problemas de la Revolución rusa, de la próxima huelga general, de la alianza con los liberales catalanes, del sindicalismo, de la mentalidad anarquista opuesta a la renovación de las formas de organización”. El mismo autor se inspiró en Seguí para el personaje de Darío en El nacimiento de nuestra fuerza. Después de su muerte, Andreu Nin escribió: “Ningún movimiento de cierta importancia se desarrolló en Catalunya, durante estos quince años, sin la participación de Seguí. […] Era un orador potente, un dirigente de multitudes, correcto en la forma, pero con una gran vehemencia. Su altura, su voz timbrada, producían una profunda impresión en las masas. Era también un organizador extraordinario”.  Su amigo, Gabriel Alomar, señaló con aire poético: “Se improvisó unas alas sobre sus hombros de operario, y se elevó con ellas sobre su nativa condición. Por eso era la justificación viviente de su propia doctrina”.

No nos ocuparemos aquí de su biografía, que está estupendamente explicada por Emili Cortavitarte, presidente de la Fundación Salvador Seguí, sino de algunos debates en los que intervino y que, de una manera u otra, siguen presentes. No era un doctrinario, sino que buscaba respuestas a los nuevos retos a partir de su ideología anarcosindicalista. Fue uno de los impulsores de los sindicatos únicos, abandonando la anterior organización por oficios. Buscó alianzas sindicales y políticas para enfrentarse a la patronal y a los gobiernos de turno o polemizó con otras tendencias anarquistas sobre que la eventual victoria de una revolución no significaba la implantación inmediata del comunismo libertario.

La CNT crisol de los debates

Durante esos años, la CNT era la fuerza más importante del movimiento obrero y donde se fraguaban y debatían la mayoría de los problemas políticos y sindicales que afectaban a las clases trabajadoras. El éxito de la huelga de La Canadiense con la conquista de las 8 horas de trabajo había dado un enorme impulso a la organización. Hacia 1920 la CNT tenía unas 800.000 personas afiliadas, casi 500.000 en Catalunya. Una potentísima fuerza en ascenso y una amenaza real para los capitalistas y la Restauración borbónica de la época.

No era, nunca lo fue, una organización monolítica, y en su interior convivieron y polemizaron la línea anarcosindicalista o de sindicalismo revolucionario de Seguí, Pestaña o Peiró, y la de quienes se decantaban por el anarquismo insurreccional de los que posteriormente formarían la FAI, los Durruti, García Oliver, Ascaso, etc. Y también quienes apostaban por un sindicalismo revolucionario relacionado con la III Internacional. Andreu Nin y Joaquín Maurín fueron secretarios generales del sindicato entre 1921 y 1922 y, posteriormente, representaron el ala revolucionaria del comunismo ibérico, fundando la Izquierda Comunista y el BOC (Bloc Obrer i Camperol) que unificaron en el POUM. En esos debates se impuso la posición anarquista que determinó la política de la CNT hasta 1939.

Mucho se ha escrito sobre cómo hubiera evolucionado el pensamiento de Seguí. No pretendemos especular ni hacer un debate artificial y anacrónico sino reflexionar sobre algunos de los problemas que afrontó.

Sindicalismo revolucionario

En el libro Apóstoles y asesinos, el autor Antonio Soler recoge la opinión de la patronal sobre Seguí: “Con las huelgas que pone en pie y sus negociaciones nos desarma. Es el más subversivo, el más resbaladizo, el más dañino”. En esa época de duros enfrentamientos los hubo también sobre el tipo de sindicalismo para enfrentarse a las patronales y combatir al Estado. 

El anarcosindicalismo de la CNT, con sus virtudes (acción directa, participación, intransigencia frente a la patronal y al Estado) y sus defectos (falta de estrategia y apoliticismo), impregnó a una parte del movimiento obrero durante generaciones y excedió su propio marco.

Muchos años después, López Bulla, que fue secretario general de las CCOO de Catalunya durante la clandestinidad y la transición, explicaría lo que aprendió de los viejos militantes anarcosindicalistas de Mataró (donde Joan Peiró ejerció como dirigente de la CNT y del sector del vidrio). El mismo López Bulla reconocía que una parte de los orígenes fundacionales de las CCOO se basan en la transmisión de esas experiencias. El sindicato no solo como organización para mejorar las condiciones de vida y de trabajo sino también como un movimiento sociopolítico que forma parte del conjunto de actores políticos y sociales partidarios de la emancipación de la clase trabajadora.

La crisis actual del sindicalismo de clase, debido tanto al neoliberalismo imperante como a las dificultades para responder a la globalización capitalista y, sin duda, a la adaptación de los equipos dirigentes, quizás necesita recuperar pasadas experiencias en las que combinar la lucha inmediata por el salario con la respuesta a los problemas generales de las clases trabajadoras. Volver a dar la voz a los afiliados y afiliadas, no conformarse con el mal menor, no limitarse a la gestión, un sindicalismo de movilización como condición para la negociación.

Un sindicalismo de combate, valga decir revolucionario, en el sentido de ayudar a transformar la sociedad partiendo de lo básico y concentrando en ciertas reivindicaciones generales que mejoren la vida de todos y todas, tanto de los que tienen empleo como los que no, quienes lo tienen fijo o precario. Un sindicalismo que no vive ni se supedita al marco burgués y capitalista, sino que defiende su propia idea de una sociedad diferente, que fomenta la solidaridad, democratizando las relaciones laborales, combatiendo la discriminación laboral y haciendo del sindicato una escuela de formación y educación contra las normas e ideología imperante.  

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