• Spotify
  • Mapa Covid19

(PARTE II)

Rafael Borràs Ensenyat

De momento, en este terreno del “neo monocultivo turístico”, el capital turístico va ganando porque se ha hecho realidad que, en palabras de Ngugi wa Thiong’o, “el triunfo final de un sistema de dominación se consigue cuando el dominado empieza a cantarle las virtudes”. Y esto es lo que ha sucedido: Verdaderamente, las “izquierdas institucionales” –de las derechas y extremas derechas no vale la pena comentar nada porque siempre han sido turbo turistificadoras– han hecho casi inaudibles sus intenciones de “cambio de modelo productivo” (desmonocultivizar), y, sin embargo, han intensificado sus prácticas de business friendly y greenwashing en torno al “cambio de modelo turístico”. Este sentido, la política turística de las izquierdas padece, con permiso de la antropóloga feminista Rita Segato, “dueñidad” del pensamiento neoliberal.

Es, ciertamente, un triunfo temporal. Hay disputa porque hay resistencias. Ahí están, a modo de ejemplo, la Red de Ciudades y Regiones del Sur de Europa ante la Turistización; las reflexiones contenidas en el Informe “Caminos hacia un turismo post-capitalista”; el, según mi librera de referencia, aumento de demanda por parte de jóvenes de la literatura de David Harvey, especialmente de su texto “El derecho a la ciudad”. La resistencia del sindicalismo más institucional es preocupantemente débil. El “neo monocultivo turístico” impone sutilmente una situación de no conflictividad sindical ambiental.

En cualquier caso, ahora la cuestión clave es saber de qué va el cambio de modelo turístico. Estructuralmente, va de elitismo y de lujo. Centrándome en el caso de las Islas Baleares las evidencias son abrumadoras. Sólo unas breves palabras sobre el elitismo para extenderme algo más en la industria turística del lujo. El proceso de elitización se evidencia en la apuesta por un turismo con mayor capacidad adquisitiva. Las instalaciones hoteleras, el alquiler turístico (algunas restricciones en los edificios de viviendas plurifamiliares y cero restricciones en unifamiliares que, no es baladí, es donde se concentran las mansiones de lujo), la oferta complementaria (desde restaurantes y bares, hasta coches de alquiler) son cada vez más prohibitivas para la población no turística. La llamada industria náutica (que verdaderamente es para el turismo náutico) se pone al servicio de este objetivo de un turismo cada vez más para ricos. Los excesos callejeros (el “turismo de borrachera”) son perseguidos administrativamente, mientras los excesos en las opulentas mansiones o en los insultantemente caros yates son bienvenidos. Dicho en términos de nichos de mercado turístico: se apuesta por los turistas ricos, familias estadounidenses de alto poder adquisitivo, europeos adinerados y con alta capacidad de gasto cultural, deportivo, gastronómico, etc. o los llamados “nómadas digitales”, etc. Ya no son objeto de la promoción turística los metalúrgicos germanos o británicos, ni las clases medias proletarizadas, ni las proletarias empobrecidas europeas.

En cuanto a la apuesta sin complejos por el lujo, conviene recordar que estábamos advertidos. Ya en 2015, en su libro “El nuevo lujo. Experiencias, arrogancia, autenticidad”, Yves Michaud advertía que “todos los que trabajamos en el lujo de experiencias conocemos la importancia del dinero que mueven, especialmente en la hostelería de gran lujo, la venta y el alquiler de yates, la organización de recepciones o el negocio inmobiliario de privilegio». ¡Más claro agua! Y aún más: Michaud reconoce sin tapujos que la industria del lujo es suministradora de un hedonismo privativo para las personas ricas y muy ricas que «sirve para establecer diferencias y producir distinciones mediante el acceso a símbolos, objetos, comportamientos, consumos y experiencias que no pueden ser compartidos por todo el mundo, y, sobre todo, no tienen que serlo bajo pena de perder su valor…». Si a ello añadimos que, en el ámbito del turismo, estos privilegios para unos pocos se consiguen mediante la mercantilización de bienes comunes como territorio, paisaje, climatología… y que, además, van asociados a una inmensamente mayor huella ecológica, es fácil concluir que estamos en presencia de una estrategia indeseable.

Sin embargo, es lo que hay. Fíjense en esta pequeña selección de titulares y subtitulares de la prensa mallorquina de las últimas semanas: “Crean en Mallorca ‘la primera comunidad de ricos del Mediterráneo’. ‘La riqueza de Europa está aquí’ señala David A. Pieper, director de Skyland Wealth”. “EEUU penetra en Mallorca con récord de turistas e inversión en viviendas de lujo. La inmobiliaria The Agency desembarca en la Isla para aprovechar el creciente interés del público del país”. “El turismo de lujo en Mallorca se centra en incrementar su cuota en el mercado americano. Essentially, asociación que ya se acerca a la cincuentena de socios, hará una promoción propia en Miami”. “La propiedad vacacional en Mallorca, a precio de oro”. “Las casas de lujo siguen ganando terreno a las plurifamiliares”. “Baleares es el destino español que registra mayor número de ‘jets’ privados”. “Jets privados: lujosos y contaminantes. Crece la contestación a este sistema de transporte elitista por el fuerte impacto que tiene sobre el calentamiento global. Palma e Ibiza están entre los 10 lugares donde más jets privados aterrizaron de toda la Unión Europea”. Como contraste, sólo un ejemplo: “Baleares estuvo a la cabeza de desahucios por impago de alquileres en 2022. La tasa de estos desalojos fue la más alta de toda España, según los datos del CGPJ”.

No hay duda de que apostar por un cambio de modelo turístico basado en más lujo es una apuesta por la Distopía neoliberal en la que una minoría puede vivir vidas de lujo, mientras una mayoría tiene que vivir vidas precarizadas. Digámoslo sin tapujos: es una falsedad que la industria del lujo reparta más riqueza (en el lujo también es un mito el efecto de la teoría de la cascada). Y, a la vez, el turismo de lujo es extraordinariamente contaminante y generador de ingentes residuos. En consecuencia, es una apuesta indeseable, especialmente en esta época de emergencia climática y grandísimas desigualdades. Para imaginar un futuro no capitalista, es imprescindible señalar al turismo de lujo como uno de los mayores excesos en todos los sentidos.

Acabemos confrontándonos con un mito generalizado en los territorios dominados por la turistificación: el que sostiene que antes de la llegada del turismo masivo no existía nada que no fuera hambre y miseria y, por tanto, no hay que cambiar nada radicalmente. Selina Todd en “El pueblo. Auge y declive de la clase obrera (1910-2010)” nos da una lúcida clave para la confrontación: “Como la mayor parte de la gente a la que le va bien con el statu quo, muchos de ellos [de los y las gobernantes] no tienen deseo, ni voluntad, y, por tanto, tampoco ganas de imaginar un futuro diferente. Al intentar justificar los privilegios, y el sistema capitalista sobre el cual descansan, miran hacia el pasado. Pero el pasado en el que se apoyan es una fantasía. Constantemente dan forma nueva a mitos de larga data. Merece la pena explorar el abismo entre estos mitos [los del neoliberalismo] y lo que realmente ocurrió en el pasado, para desmontar el mayor mito de todos: que el capitalismo pueda funcionar siquiera en interés de todos nosotros”. Conclusión: un futuro sin dominación del capitalismo turístico es, además de necesario, posible.

Compartir:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *