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Roy Gómez

Sal y luz del mundo…

En el pasaje evangélico que escuchamos hoy, Jesús quiere decir a sus discípulos y, en ellos, a todos nosotros, cuál es el papel del cristiano en el mundo. Para ello, utiliza los ejemplos o comparaciones, que mejor nos puedan ayudar a entender dicho papel. Hoy nos encontramos con estas dos: Ustedes son la sal de tierra. Ustedes son la luz del mundo. Sin duda, las imágenes que Él ha escogido en el texto de hoy son altamente sugestivas: el cristiano tiene que ser sal de la tierra y luz del mundo. La sal y la luz son dos elementos que forman parte de la vida cotidiana, elementos importantes y necesarios para nuestra vida.

Ustedes son la sal de la tierra, dice el Señor. El cristiano, en efecto, tiene que ser como la sal, que aporta a la vida el buen sabor de la fe, el sabor de los valores del evangelio; y esto lo hace de un modo humilde y discreto, sin buscar el aplauso. Pero, además, el Señor nos advierte sobre la existencia de un peligro: que la sal venga a perder el sabor, es decir, que nos podamos diluir en medio de la sociedad y perdamos nuestra identidad cristiana. Éstas son sus palabras: si la sal se vuelve simple, no sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente (Mt 5, 13). Habrá que esforzarse, pues, por mantener el sabor auténtico de la fe, no sólo por nuestro propio bien, sino para poderlo ofrecer a quienes puedan necesitarlo.

Ustedes son la luz del mundo, añade Jesús. Si la sal es importante, la luz, sin duda, lo es tanto o más. Y es que sin luz la vida se tornaría muy difícil por no decir imposible. La luz nos permite ver las cosas en su realidad y andar por el camino correcto. Si vamos a oscuras lo normal es que tropecemos y nos caigamos o causemos destrozos. En el mundo del espíritu la luz tiene una gran fuerza simbólica: en todos los tiempos y culturas, el ser humano ha buscado la luz de la verdad, se ha afanado en poner luz a los interrogantes más profundos de la existencia. Pues bien, la fe en Jesús resucitado es la luz que puede dar respuestas a todas las inquietudes del hombre. Al creyente pueden asaltarle inquietudes y oscuridades, pero sepa que está capacitado para mantenerse firme en su fe.

Se trata, también, de tomar conciencia de que todos nosotros, como seguidores de Jesús, estamos llamados a prolongar su acción evangelizadora con nuestra palabra y sobre todo con nuestro testimonio. No podemos, ni debemos disimular nuestra fe. Nos lo dice el mismo Jesús en este otro pasaje del evangelio de hoy: No se enciende una lámpara para meterla debajo de celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa (Mt 5, 15). El cristiano es, debe ser, lámpara que ilumine a los demás. Sea cual sea su puesto en la Iglesia, ésta es la misión evangelizadora que todos los cristianos tenemos encomendada. Ante esta afirmación quizá alguien pregunte: pero ¿en qué consiste eso de ser luz? Las lecturas de este domingo, tomadas del profeta Isaías y del apóstol san Pablo, nos ayudan a responder.

Una de las respuestas la encontramos en la primera lectura, tomada del profeta Isaías: Partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que está desnudo. Entonces surgirá tu luz como la aurora… (Is 58, 7-8). Ésa es la verdadera luz que podemos vivir y transmitir; y ahí está la Campaña del Hambre que hoy mismo estamos celebrando. En ella se nos hacen presentes tantas y tan diversas necesidades que esperan nuestra atención. Si vivimos los valores de la caridad, el amor desinteresado, la justicia, la solidaridad, si compartes ?añade el profeta más adelante? tu pan con el hambriento… brillará tu luz en las tinieblas (Is 58, 7. 10). Lo mismo que nos decía antes el salmo responsorial: En las tinieblas brilla como una luz el que es justo, clemente y compasivo (Sal 111, 4).

San Pablo, por su parte, en la segunda lectura, al dirigirse a la comunidad de Corinto, nos dice: Mi palabra y mi predicación no fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu (1 Cor 5, 4). Es decir, la palabra portadora del mensaje que queremos hacer llegar en nuestra misión evangelizadora no necesita grandilocuentes discursos sino sólo de la palabra sencilla que brote del corazón y sea testimonio vivo de nuestra fe, una de que ha de tener más tarde su manifestación en hechos muy concretos.

En definitiva, serán nuestras obras las que muestren que somos sal de la tierra y luz del mundo. En otras palabras: nuestro ejemplar modo de vivir mostrará a los demás la luz que ilumina nuestra vida; los auténticos valores que vivamos serán los que podrán contagiar la fe. Sólo así, seremos testigos evangelizadores para las personas que nos rodean. Ésta era, precisamente, la conclusión de Jesús en el pasaje que hemos leído: Que vean sus buenas obras y den gloria a su Padre que está en el cielo (Mt 5, 16). No buscamos el aplauso de los hombres, sino la aprobación de Dios.

Hoy te bendecimos, Padre, porque nos destinas en Cristo a ser sal de la tierra y luz del mundo, para dar sabor a un mundo insípido y triste, áspero y desabrido; para dar luz a una tierra inhabitable, sumida en tinieblas y devastada por el egoísmo, la mentira y la injusticia. Ayúdanos con tu gracia y transfórmanos con tu Espíritu, para que nuestras tinieblas se hagan luz. Sólo así, podremos transmitir esperanza, gozo y paz. Que así sea. Luz.

royducky@gmail.com

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