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Saúl Arellano

El informe que publicó OXFAM, “El monopolio de la desigualdad”, ha generado una importante reacción en distintos espacios de debate en México. Se trata de un análisis de las condiciones de concentración de la riqueza en nuestro país, y se plantea la pregunta respecto de si hay una captura del Estado por los poderes económicos, o si bien hay una relación de conveniencia entre los grupos con mayor riqueza y quienes detentan el poder político.

De los datos destacados en el informe global, se encuentra el que indica que los cinco hombres más ricos del mundo duplicaron sus riquezas del 2020 al 2023. Todos ellos forman parte del llamado “norte global”; todos ellos varones. Se trata de ultra ricos (quienes tienen fortunas de más de mil millones de dólares cada uno de ellos). Así, la proporción de la riqueza de los ultra-ricos, se encuentra en un 74% en el “norte global”, y el resto en el llamado “sur global”.

En el caso mexicano, 14 ultra-ricos concentran 8 de cada 10 pesos de la riqueza total del país. Y sólo el hombre más rico (que lo es también el más rico de América Latina y El Caribe) concentra 4.45 pesos de cada 100 pesos disponibles en el territorio nacional. En contraste, el 50% más pobre concentra apenas 4.77 pesos de cada 100 pesos. Dicho de otro modo, el hombre más rico de México tiene tanta riqueza como alrededor de 62 millones de habitantes. Adicionalmente, los dos hombres más ricos de México vieron crecer su fortuna en 70% a partir de la pandemia. Y ellos son, en conjunto, más rico.

Esos y los demás datos contenidos en el informe podrían generar la percepción de que tenemos un grave problema del funcionamiento de la economía en nuestro país, pues es innegable que hay una tendencia anómala, incluso a nivel planetario, del poder concentración de mercado y de los recursos disponibles.

Siendo parcialmente cierta esa percepción, en realidad el problema de fondo que está detrás de esa tendencia monopólica de la riqueza es de carácter político y por lo tanto ético.

Y frente a ello, la pregunta es ¿dónde está el Estado? ¿Qué tipo de Estado es el que podría atemperar esas desigualdades y generar, por primera vez, un quiebre estructural en las condiciones que permiten que unas cuantas decenas de familias se apropien de casi todo, y que la mayoría carezca de casi todo? Pues no se trata sólo de cuestiones de disparidades y brechas, sino que esto se traduce en pobreza y en el peor de los casos, la pobreza extrema, es decir, millones de personas que no tienen ni el mínimo para sobrevivir.

Qué estilo de desarrollo mantenemos en México es una decisión de los pactos fundamentales de la política y de las aspiraciones sociales y de realización de los derechos sociales, económicos, ambientales y culturales de la población nacional, pero también de aquella que transita por nuestro territorio.

La cuestión, ya se dijo, además de política, es también y sobre todo ética. Porque la pregunta inevitable es: ¿cuánta desigualdad y pobreza son aceptables o tolerables en una sociedad de súper abundancia? La pregunta es pertinente porque no puede negarse que hoy se tienen los recursos suficientes para que ningún ser humano estuviesen en condiciones de pobreza. Y eso debe subrayarse: ningún ser humano debería ser pobre, dadas las condiciones productivas y de desarrollo científico y tecnológico.

En efecto, cuántos impuestos se cobran, y a quién, es una decisión ético-política del Estado, el cual ha renunciado, al menos en el caso mexicano, a su mandato de ejercer la rectoría del desarrollo nacional, entendido en los términos que se encuentran establecidos en los artículos 25 y 26 constitucionales, los que deben interpretarse de conformidad con, al menos, de los artículos 1º al 6º de nuestra Carta Magna.

En el mismo sentido puede afirmarse que cuánto se paga por el trabajo, y a quién, es igualmente una decisión que obedece a ciertas reglas del mercado, pero también y sobre todo a decisiones ético-políticas. De otro modo no se explica que, en México, de cada tres dólares que se generan, dos van al capital y uno al trabajo. Una proporción inversa a la que se registra en otros países de alto ingreso.

Es cierto que se ha dado una colonización o captura del Estado; pero, sobre todo, el capitalismo global ha logrado profundizar las capacidades de lo que Marx denominó como la “súper estructura ideológica”, y que ha llevado a una “captura de las conciencias”, que ha generado una especie de “sociedad global zombi”, que padece el estado de cosas existente, pero que en buena medida venera y admira a los súper ricos.

Deberíamos ser capaces de retomar diferentes vertientes del pensamiento crítico, y no dar por sentado que, por el hecho de que la ideología dominante logró convencer a la mayoría de que la industria cultural no existe, eso sea de suyo cierto.

Por el contrario, lo que tenemos enfrente es una industria de la enajenación, con un poder que tiene una magnitud nunca antes vista; pues ha convertido incluso, a sus propietarios, en varios de los súper ricos globales a quienes les conviene y promueven que la situación no cambie y quienes cada vez más se apropian de cada vez más información: es decir, deseos, anhelos, frustraciones o ambiciones personales que están presentes de manera generalizada en el estilo de vida que decidimos tener a escala planetaria.

Investigador del PUED-UNAM

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