De Aquí y de Allá
Salvador Monroy Ordaz
@SalMonOrd
Vacunas, Transmisión y Normalidad
En diciembre pasado, al aplicarse las primeras dosis de vacunas contra COVID-19 en México y en el resto del mundo, el ánimo era inmejorable: por fin se podía vislumbrar el control de la pandemia y un gradual regreso a la normalidad pre-virus. Desgraciadamente, este optimismo debe ahora ser moderado por los hechos descubiertos en estos tres meses, y por las posibles implicaciones de ello.
El primero, ahora más que evidente, es que la vacunación a nivel global tomará muchos años más. La simple fabricación de las vacunas ha resultado más difícil de lo planeado, e incluso la aplicación de las dosis ya fabricadas se enfrenta a diversos cuellos de botella, que van desde falta de frascos hasta la logística para aplicar las inyecciones a millones de personas. También, como hemos comentado en este espacio, las vacunas no se han repartido, ni se repartirán en los próximos años, de manera proporcional a todos los países.
Luego, está el problema de la transmisibilidad del virus en personas ya vacunadas. Aún no se resuelve la duda de si las personas infectadas pero asintomáticas son también transmisoras, o en qué medida lo son, y lo mismo ocurre ahora ya con personas vacunadas. Diversos estudios llevados a cabo en Reino Unido e Israel, dos países que ya han vacunado a un porcentaje considerable de su población, arrojan resultados confusos y contradictorios al respecto. Las implicaciones de que la vacuna prevenga el desarrollo de un cuadro grave de la enfermedad pero que no bloquee la transmisión son enormes para el tan ansiado “regreso a la normalidad”.
Si, como se sospecha, la vacunación no reduce la carga viral lo suficiente como para cortar la transmisión, las implicaciones son muchas. No bastará con vacunar, como se tenía calculado, a un 70% de la población adulta para lograr la inmunidad de rebaño, sino que se tendrá que llegar prácticamente a la totalidad de la población. Esto, a su vez, requerirá que la producción y distribución de vacunas tenga que aumentar casi en un 50% tan solo para salir de la actual situación de emergencia. Se tendrá que vacunar también, por si las dudas, a parte de la población juvenil, lo que presionará aún más a los laboratorios y a los sistemas de salud pública. Además, se tiene que tomar en cuenta el surgimiento de nuevas variantes del virus. Si bien las que han surgido hasta ahora parecen responder bien a la vacunación, el simple hecho de que el virus siga circulando entre la población abre la posibilidad de que alguna mutación ya no sea controlable mediante vacunas. Este es el principal punto en contra de la reapertura de escuelas. Solamente la población escolar en México comprende a unas 35 millones de personas, no mucho menor a la población total de España. Las escuelas, y el movimiento de alumnos hacia ellas, podrían convertirse en nuevos, y enormes, focos de contagio.
En esta situación, ningún pesimismo sale sobrando. Llevaría a una nueva oleada de confinamientos y cierres de fronteras, pero se antoja difícil que la población las acepte otra vez, habida cuenta de que ya se conocen los estragos económicos que generan. Quizá pudiera compensarse con lo que también se ha aprendido sobre el control por vías no medicinales de la pandemia y así lograr un equilibrio entre distanciamiento social y control de contagios, y con lo relativamente poco que se sabe en cuanto a tratamientos terapéuticos una vez que la enfermedad se ha manifestado en una persona.
Será entonces necesario que las medidas de control impuestas por los gobiernos sean consensuadas con la sociedad, mediante canales democráticos y participativos. Se corre el riesgo de que, simplemente, ahora se tenga que combatir el escepticismo de la sociedad, además de la enfermedad en sí misma.