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Editorial

¡La revuelta trumpista!

Mexicanos y desde luego el resto de los países latinoamericanos se llegaron a considerar durante mucho tiempo, aprendices de la democracia norteamericana. Reconocían que la contienda entre dos partidos políticos, permitía que se dieran las renovaciones de poderes de manera civilizada. Sobre todo, los resultados electorales garantizaban certidumbre y aceptación generalizada.

Los candidatos querían ser como Jhon F. Kennedy, y como eran esperadas las tomas de protesta, cuando el nuevo presidente juraba sobre la biblia, respetar y hacer valer la constitución y las leyes de los Estados Unidos de Norteamérica.

Muchas de las campañas fueron tan brillantes que de ahí se heredaron los debates y el uso de marketing político. Nunca imaginar una revuelta de “locos norteamericanos” para impedir la renovación del poder presidencial. Muchos menos encabezada por el propio presidente Donald Trump.

Sin embargo, después de 4 de años del gobierno republicano, el presidente Donald Trump ha ido de “novedad en novedad”, sorprendiendo a todo mundo con sus improvisaciones y ocurrencias, y sobre todo por empoderar a “la raza aria”, como un icono de la pureza blanca de Estados Unidos.

Se ha inclinado por promover que la gente, las comunidades civiles compren armas para defenderse de los grupos con los que antagonizan, afroamericanos y latinos.

Actualmente se ha empecinado por el poder, al extremo de utilizar la estrategia que durante muchos años fue útil para “vulnerar” el poder en los relevos sexenales en México. No quiere entregar el poder al presidente electo, al que acusa de haber alcanzado resultados favorables, mediante el fraude electoral.

El problema es que los seguidores motivados por Donald Trump, no se han quedado solamente en el discurso y en la denuncia como en algunos países de latino américa, sino que han sido convocados para mediante una “revuelta trumpista”, impedir la toma de protesta de Joe Biden este 20 de enero, destruyendo el funcionamiento y la operatividad de instituciones, como el poder legislativo.

Consideran expertos, que esta semana, se escribió en Washington una página lamentable en la historia de Estados Unidos y de su democracia. Una turba de simpatizantes del presidente Donald Trump, enardecida por la retórica típica del primer mandatario, irrumpió en el Capitolio para bloquear la sesión parlamentaria que certificaría la victoria del demócrata Joe Biden.

El asalto a la sede del Poder Legislativo norteamericano –que ya tiene el saldo de una víctima fatal– dejará no solo las impactantes imágenes sin precedentes, sino también una cicatriz difícil de borrar en el sistema democrático de Washington. Los manifestantes pro-Trump, algunos portando armas, en plena revuelta invadieron el recinto del Congreso y las oficinas de los congresistas en respuesta a las denuncias de fraude electoral esgrimidas por el actual ocupante de la Casa Blanca.

Estos señalamientos de “robo de las elecciones” que ha venido trinando Trump no cuentan con bases que los sustenten y han sido rechazados por los tribunales. Al contrario, estos reclamos infundados influyeron en la derrota de los candidatos republicanos al Senado en el estado de Georgia.

Analistas consideran que el caos y la violencia que experimentó el país estadounidense constituyen un cierre vergonzoso de la era Trump. Los cuatro años de la estrella de reality show y magnate inmobiliario estuvieron marcados por las mentiras descaradas, la incitación a la polarización y a la discriminación, el desprestigio constante de las instituciones y el desprecio por los pesos y contrapesos. De hecho, el ataque al Congreso confirma el inmenso daño que Trump les infligió a los pilares del sistema democrático de Estados Unidos.

Es un daño tanto de forma como de fondo. El intento de sabotear los legítimos resultados electorales de noviembre pasado es el resultado del discurso populista que llevó al poder a Trump. A la retórica de ‘nosotros contra ellos’, la Oficina Oval de la Casa Blanca sumó una guerra permanente contra la verdad que no se detuvo, incluso en medio de la crisis institucional. En vez de calmar los ánimos de sus seguidores, el presidente Trump insistió en su mentira del fraude electoral.

Tono y actitud muy distintos de la postura asumida por Joe Biden, quien tomará posesión el próximo 20 de enero. La serenidad del presidente electo y su llamado a la responsabilidad institucional son un primer paso en la dirección correcta. Por increíble que parezca, el mundo amanece hoy con un sentimiento nunca antes experimentado en el traspaso del poder en la principal potencia: la incertidumbre.

No se equivoca Biden al decir tanto que la democracia estadounidense está bajo asalto como que “el mundo está observando”. De la manera, ojalá pacífica e institucional, como Estados Unidos –sus dirigentes políticos y su ciudadanía– pasen esta peligrosa y oscura página dependerá el mantenimiento de su necesario liderazgo global en la promoción de los valores democráticos y de las libertades políticas y económicas.

Otro reto, mucho más complejo, enfrentará la entrante administración Biden, ahora en control también de las dos cámaras legislativas. Se trata de sanar las heridas profundas de una sociedad gobernada durante cuatro años por la violenta revuelta trumpista.

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