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De dos series para no pensar en el obradorato

Anamari Gomís

Estoy de vacaciones en este otrora DF. Hace frío, más frío adentro de las casas que afuera. Me siento amodorrada, lacia, lo cual no quiere decir que no tenga un montón de tareas, pero me he dado al dolce far niente, más o menos. Leo, escribo algunos párrafos de mi nueva novela, hago ejercicio, duermo de más y he visto la última serie de The Crown y las dos temporadas de Los enviados. De The Crown me quedo con una sensación de entusiasmo. La reina Elizabeth II, a pocos meses de cumplir 80 años, decide no abdicar a favor de su hijo Charles, príncipe de Gales, porque juró velar por la corona británica “whether her life was short or long”. Y fue lo suficientemente larga como para que la emulemos, aunque no pasemos a la historia ni tengamos que planear nuestro funeral ni apostemos por las monarquías. Resulta muy fascinante la relación entre la reina y el primer ministro Tony Blair, cuya popularidad, sobre todo al principio, le hace sombra a la monarca y eso le afecta a su majestad, así que busca estrategias para sobresalir sin abandonar nunca las tradiciones de la monarquía británica.

Los enviados trata de un asunto muy diferente y misterioso. Dos enviados del Vaticano, dos sacerdotes jóvenes, muy listos y con agallas, deben demostrar si a donde los envían ha ocurrido un milagro o no. La Iglesia prefiere que los sucesos extraordinarios sean comprobados lo más científicamente posible.

Los enviados tienen que convertirse en detectives, como les ocurre a fray Guillermo de Baskerville y a su pupilo Adso de Melk en la gran novela de Umberto Eco El nombre de la rosa (1980), quienes tienen que indagar quién o quiénes cometen los asesinatos que suceden en una abadía del norte de Italia en el siglo XIV.

Los enviados son un sacerdote español, Simón Antequera, personificado por el actor español Miguel Ángel Silvestre, abogado y conocedor del derecho canónico, amén de junkie redimido por la religión y un buen servidor de Dios que le dio la mano y lo salvó, y el cura mexicano Pedro Salinas, homónimo del poeta español de la generación del 27, encarnado por Luis Gerardo Méndez, que viene de buena cuna y es médico.

Salinas es serio, tiene excelentes modales y, para él la vida dedicada Dios y la medicina van antes de todo. Antequera vive con dudas, se queja del silencio de Dios, como Jeremy Iron protagonizando al Papa Borgia, que, cuando intenta resolver sus preocupaciones con Dios, al no encontrar respuestas, mira hacia arriba y dice “Oh, yes, the eternal silence.”

La serie, que lidia con los errores humanos, con el asesinato y el oscurantismo, sobre todo en la segunda temporada, también deja en el aire lo maravilloso e inexplicable.

En la primera temporada, conocemos a los protagonistas. Salinas se niega a tutearse con Antequera, el cura español desenfadado y divertido, pero finalmente hacen equipo para descubrir si un sacerdote mexicano, de costumbres demasiado libres, es capaz de devolver a la vida a personas que han muerto. Todo sucede en un pequeño pueblo y el que produce los milagros desaparece de manera enigmática. El asunto se centra en su búsqueda.

Entretanto, salen a la luz los manejos en un Orfanatorio por parte de los curas que dizque velaban por los niños y se evidencian tratos oscuros impuestos por un importante eclesiástico. Al saber que los enviados lo investigan, el eclesiástico pide al Vaticano que regresen a los enviados a la Santa Sede.

La serie es crítica de los chanchullos de la Iglesia y ofrece muestras de sus corruptelas.

En la segunda temporada, los enviados se encuentran en un pequeño pueblo pesquero de Galicia para analizar si es verdad que una monja de un monasterio casi vacío tiene visiones reveladoras, como la dirección en Canadá de una niña que fue sustraída del pueblo 20 años atrás y luego dada en adopción. Al mismo tiempo funciona una hermandad castigadora, formada por hombres del lugar, que parecieran traídos del medioevo. La alcaldesa del lugar, que se propone conseguir inversionistas para crear empleo y modernizar el lugar, es acosada por la dichosa hermandad. Participan conocidas actrices españolas, como Marta Erura de la serie El guardián Invisible y Susi Sánchez, quien ha intervenido en películas de Pedro Almodóvar.

Esta producción mexicano-española, Los enviados, para Paramount, ha congregado escritores y productores de España y Argentina y uno de los directores es nada menos que Juan José Campanella, además de Hiromi Kamata, Martino Zaidelis y Camilo Antolini. Campanella, guionista y productor argentino ha dirigido grandes películas argentinas e incluso recibió un Óscar por el mejor filme extranjero, El secreto de sus ojos (2010) que, si lo la han visto, búsquenla, no se arrepentirán. Campanella ha obtenido varios premios. Luis Gerardo, el actor mexicano que interpreta al sacerdote Pedro Salinas, declaró lo importante que fue para él haber sido dirigido por Juan José Campanella.

Los enviados resulta una serie de acción, la incorporación de los sacerdotes a al mundo detectivesco, aderezada con asuntos paranormales que, aunque son la fuente de las historias, no son el objetivo principal sino una parte de la trama. Si gozan de unos días de vacaciones, véanla, se intrigarán, se enchufarán a la pantalla por un rato para olvidarse de la guerra en Medio Oriente, de las consecuentes muertes, de la invasión rusa en Ucrania, de las “glorias” obtenidas por el obradorato, de los miles de muertos y desaparecidos que la Cuatroté omite, la falta de medicinas, el desplome del sistema de salud, el aumento de la pobreza, la destrucción de una parte de la selva maya etcétera, etcétera. Ojalá que el 2024 no nos aplane a los mexicanos, luchemos por lo que hoy se mira imposible.

¡Ah, y tampoco dejen de ver la última temporada de The Crown, experimenten un poco los intríngulis y dolores de cabeza de la monarquía británica!

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