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Radicales y libres

Edgardo Bermejo Mora

Si aceptamos que las movilizaciones, reclamos y demandas de los grupos feministas, en sus muy diversas expresiones y conformaciones ideológicas o políticas, constituyen el movimiento social más relevante, de mayor impacto y sin duda el más enérgico del primer cuarto del siglo XXI, especialmente la última década, tras la irrupción en 2017 del “Me Too” como el gran detonante.

Si reconocemos que México ha sido parte de esa gran ola global, y que también aquí han logrado organizarse y movilizarse de manera masiva y contundente, hasta hacer no sólo visible sino ineludible e inaplazable el cumplimiento de sus demandas.

Si de manera muy sucinta podríamos resumir en tres aspectos medulares la agenda de estas reivindicaciones: el fin de las violencias de todo tipo contra las mujeres, particularmente los feminicidios; la equidad de género en todos los ámbitos de la vida pública; y el desmontaje de todas aquellas expresiones -políticas, culturales, ideológicas, económicas, familiares, normativas, domésticas y aún semánticas- en las que persiste un modelo, e incluso un lenguaje, dominado por el paradigma de lo masculino en un sentido hegemónico, es decir el patriarcado -que es real, palpable, continuo y no un mero lugar común, o una palabra predecible y desgastada del vocabulario insurrecto-.

Si partimos, pues, de estas premisas ¿Podríamos entonces reconocer como una conquista mayor, histórica e irreversible del movimiento feminista la inminente llegada de una mujer a la presidencia de México? Más allá de los predicamentos partidistas, las filias y fobias de cualquier signo, ¿Podemos aceptar que el 2 de junio tradujo en forma de sufragios el contundente mandato del 90 por ciento de los mexicanos que acudimos a las urnas para manifestar nuestro deseo de que una mujer nos gobierne?

Me parece que en la medida los feminismos de diverso signo hicieran suya esta victoria política, se abriría un camino aún más relevante para la continuidad de su lucha y sus demandas en los próximos seis años. ¿Puede ser este primero de octubre el nuevo punto de partida desde el cual sacudir aún con más fuerza a la realidad hasta reinventarla con una radical perspectiva de género y un acento libertario?

Quiero pensar que es posible. Quizá en los movimientos feministas se incuba una ruta de consensos y reconciliaciones ecuménicas de nuevo cuño, que revierta, o al menos reduzca, la polarización extrema de los últimos años. Si la mitad de la población mexicana se sabe una sola, tal vez logren cambiar el rumbo de la muy crispada y desgastada conversación pública del país. Un verdadero golpe de timón con las mujeres -no sólo una, o unas pocas, sino todas- al frente de la embarcación.

2.

En Radicales libres (Alfaguara, 2021), la escritora Rosa Beltrán acudió a un término de la química para sugerir una manera de ponerle nombre al ethos que ha animado la vida misma y los afanes de muchas mujeres en México en la última media centuria: aquello que tiene el valor de no transigir deviene radical; aquello que se rebela a toda forma de sometimiento enarbola, de manera natural, las banderas de la libertad.

La novela comienza en los estertores múltiples de 1968 y culmina con una conversación en Zoom durante la pandemia de Covid. Entre estos dos extremos disímbolos (la hazaña libertaria, insumisa y expansiva de los sesentas vs. el encierro introspectivo y el aislamiento obediente de la pandemia) transcurre la historia de tres generaciones de mujeres mexicanas -abuela, madre, hija- que son también tres maneras de contar y de ver la historia contemporánea de México. Ahí donde genealogía e historia se entrelazan, Rosa Beltrán encontró la materia prima de su relato.

Quienes conversan en Zoom al final de la novela es un grupo de primas cuyas juventudes o infancias transcurrieron en la segunda mitad de la década de los sesenta, en el sur clasemediero de la Ciudad de México. Las más grandes fueron “edecanes” de minifalda y tacón -vaya empleo tan patriarcal- en las Olimpiadas de 1968. Medio siglo después, como consecuencia del Covid, se reencuentran cada uno desde su encierro con el poder del relato que reúne a la tribu alrededor del fuego. Hacen del confinamiento su contrario: una experiencia comunitaria, un acompañamiento a distancia con el simple poder de la palabra y de la memoria. Con un pasado compartido, pero vidas y experiencias posteriores muy diferentes, al final de una de sus conversaciones advierten un punto en común:

“Tras una sesión que fue más allá de lo terapéutico, llegamos a una conclusión: por nada del mundo cambiaríamos el destino que elegimos. Todas trabajábamos. A todas nos apasionaba lo que hacíamos. Y esto, que se oye tan simple, significa mucho más de lo que hubiéramos planeado en aquellos años en los que nuestra preocupación era pensar cómo lograríamos complacer al novio de la adolescencia haciendo que nuestros besos supieran a paleta helada de limón.

Después de que cada una contara sus glorias y sus desgracias y subsecuentes planes para remediarlas. Maripaz dijo:

-Primas, dense cuenta, hemos cumplido cabalmente nuestro destino de feministas.

Soltamos una carcajada.

-No primas, lo digo en serio.

Y puestas a observar, nos dimos cuenta de que tenía razón. Ninguna dependía de un hombre, ninguna estaba a la espera de que un príncipe cumpliera sus deseos, ninguna vivía esperando que fueran verdad los cuentos de hadas. Simplemente, no existía el «se casaron y fueron muy felices». Habíamos aprendido a ser felices de otra forma”.

Feministas de Madrid marchan este viernes 25 de noviembre de 2022 con motivo del 25N con el lema

Feministas de Madrid marchan este viernes 25 de noviembre de 2022 con motivo del 25N con el lema «El machismo mata, viola, explota y borra a las mujeres». EFE / Kiko Huesca

No solo sobre las mujeres, la novela es también un ensayo sobre la maternidad: sus alcances, sus devociones, sus limitaciones, sus negaciones, y aún sus renuncias. La novela arranca cuando la aún joven madre de la narradora -ya separada del marido- un buen día se trepa en una motocicleta con su amante, abandona a sus hijos y lo deja todo atrás. Un acto atroz de abandono, pero acaso también un acto de liberación radical, que a la hija, abandonada a las 14 años y quien se queda al frente del resto de sus hermanos, le tomará una vida entender, hasta darse cuenta que ella también, a su modo, emprendió un camino paralelo al de su madre, y que su hija -una joven del siglo XXI- encontró por igual en el auto destierro una manera de reafirmarse: ya adulta decide vivir fuera del país, cansada de la violencia y la inseguridad, incluida la violencia contra las mujeres.

3.

Comparto en este tercer apartado algunos fragmentos brillantes y sugerentes de la novela, salidos de la buena prosa de su autora.

– “Te decían «niña» como si te dijeran tonta; te decían tonta como si te dijera disfuncional; te decían disfuncional como si te dijeran mujer”.

– “Lo que ocurre no es sólo cosa de aquel a quien le ocurre. Todos nos esta sucediendo a todos, todo el tiempo. Cuando mueves una ficha del tablero el juego les cambia a los que te rodean”.

– “Nunca sabemos a ciencia cierta cuándo empezamos a ser el otro en que nos convertimos. Generalmente nos damos cuenta mucho tiempo después, cuando ya somos nuestros días futuros”.

– “Estaba empezando a vivir desde esa otra memoria que todos llevamos en el cuerpo, la de ser otra posibilidad”.

– “Sólo se envejece desde el momento en que nos abandona la idea de que nos espera lo mejor, y se instala en cambio la certidumbre de que la vida, nuestra vida, es lo que fue”.

– “Si no estuviéramos dispuestos a compartir el dolor de aquellos a quienes amamos ¿Podríamos considerar a esa una relación íntima, valiosa?

– “Se es madre de muchas formas distintas, incluso a la distancia”

– “Hay muchas formas de la maternidad, lo que importa es como una hija lo recibe y lo que es capaz de hacer con ella”.

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