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Una nueva diplomacia cultural para México

Edgardo Bermejo Mora

La semana pasa participé en la Universidad Iberoamérica en una sesión de los Diálogos por la Transformación que coordina Juan Ramón de la Fuente, y en el caso de los temas de política exterior, la Doctora Diana Alarcón. Fue en todo sentido una reunión académica donde se presentaron reflexiones y propuestas alrededor de tres temas: la imagen de México en el exterior y la diplomacia pública, la diplomacia cultural, y la cooperación cultural internacional rumbo a Mondiacult 2025. Presento en esta entrega mi participación.

En el pasado, esto es, en la mayor parte del siglo XX, la diplomacia cultural tenía un actor principal y casi hegemónico: los gobiernos de los estados nación. Uno de los principales cambios que se observan en las últimas décadas es la diversificación y la multiplicación de los diversos actores que participan tanto en las acciones consideradas dentro de la esfera de la diplomacia cultural, como en las de su aliada y vecina que es la diplomacia pública.

Se suma ahora la actuación de ciudades, regiones o comunidades específicas; pero también de universidades, medios de comunicación, ONGs, el sector privado; los usuarios de las redes digitales (esos agregados culturales involuntarios del Tiktok, Instagram o Youtube que nos representan sin que se lo pidamos), las diásporas con presencia en todo el mundo, y por supuesto las propias comunidades artísticas y culturales que dialogan e interactúan entre sí mismas con autonomía, o bien en colaboración con el resto de las instituciones y los otros actores.

Otro cambio a tomar en cuenta es que nos hemos movido de un esquema de difusión unidireccional de la cultura y de las artes (el país X exhibe en el país Y lo que X considera notable y viceversa), hacia nuevos y más eficaces esquemas de cooperación internacional que entienden a la cultura en un sentido más amplio.

El viejo modelo unidireccional de difusión de lo nacional a través de las herramientas tradicionales de la diplomacia cultural (exposiciones, conciertos, etc.) cede su lugar a esquemas de cooperación de doble vía que promueven el entendimiento y el aprendizaje mutuos con objetivos bien definidos. Las acciones a corto plazo, efectivas y vistosas pero efímeras (una exposición por aquí, un concierto por allá) son sustituidas por proyectos más complejos, capaces de dejar un legado sustentable y verificable, con impacto social.

La diplomacia cultural ha pasado del viejo modelo en el que lo principal era mostrarse a los demás bajo la premisa: “mírame, así es como soy, esto es lo mejor que tengo”, hacia una en la que la narrativa a exponer es mucho más compleja, diversa e incluyente. La nueva premisa es entonces: “conozcámonos mejor, colaboremos juntos, para que nos tengamos confianza y nos beneficiemos ambos”. Es la diferencia entre decirle a los otros “este soy y he sido en esencia, como México no hay dos” a decirles “este que soy es un yo diverso, y mi esencia se mueve, se diversifica y se altera cada día, a medida que convivo contigo y con los demás”.

Mutualidad, diálogo incluyente, confianza y comprensión, cooperación y asociación son seis palabras clave para entender a la diplomacia cultural del siglo XXI. Mientras que a las acciones de la diplomacia cultural del pasado les eran más afines palabras como: difusión, promoción, exhibición, representación, intercambio, exaltación de lo nacional, que se siguen poniendo en práctica por supuesto -y pueden ser algunas muy meritorias- pero que ya no tienen la efectividad ni el impacto que tuvieron en el pasado. Por más exposiciones que hagamos, por más artistas que movilicemos por todo el planeta.

La diplomacia cultural de México debe conducir todos sus esfuerzos en la consecución de dos aspectos de interés estratégico: ejercer influencia, es decir, hacer sentir el peso y el liderazgo de México como actor protagonista del nuevo escenario internacional; y potenciar la atracción del mundo entero hacia nuestro país, que va de lo cultural a lo turístico, de lo político a lo comercial.

Influencia y atracción, como los dos pilares que esperaríamos de la Diplomacia cultural mexicana en los próximos años, para lo cual enumero 5 acciones específicas que sólo mencionaré de paso porque no hay espacio para exponer cada una a detalle.

1.

Construir una Diplomacia Cultural de Estado con la que no contamos, para lo cual se necesita una política articulada en la que las principales instituciones del gobierno compartan una visión común, objetivos estratégicos y metas a corto y largo plazo, donde se asegure además la continuidad transexenal, particularmente las Secretaria de Relaciones Exteriores, de Cultura, de Educación, de Turismo y de Economía, pero a su vez en interacción con aquellos niveles estatales y municipales de gobierno, que por igual emprenden tareas diversas de internacionalización.

No existe en la actualidad esa plataforma institucional que contribuya a que la diplomacia cultural de México adquiera el peso de una política de Estado. Se intentó sin éxito en esta administración la creación de un Consejo de Diplomacia Cultural, creado por la iniciativa conjunta de la cancillería y la Secretaría de Cultura, pero siendo un espacio más bien deliberativo, sin mecanismos de operación, atributos, ni objetivos claros, nunca despegó y muy pronto se diluyó en el silencio.

2.

Necesitamos una diplomacia cultural transversal, horizontal e inclusiva. Que incorpore y se asocie a los nuevos actores que ya antes mencioné, y que ponga el acento ya no sólo en la difusión de las artes de México, sino en proyectos de cooperación bilaterales y multilaterales, orientados a los temas sociales que atraviesan a la agenda mexicana pero también la del planeta: la migración, el cambio climático, la pobreza, la equidad de género, los derechos de los pueblos originarios, la violencia.

3.

Si bien la creación de un Instituto de México que nos represente en el mundo como lo tienen otros países se antoja como una meta incosteable. Si podríamos en cambio crear una sólida red internacional como resultado de una alianza entre los espacios culturales con los que ya contamos: los institutos culturales que le pertenecen a la cancillería mexicana, las representaciones en el extranjero del Fondo de Cultura Económica, los centros académicos con los que cuentan en otros países instituciones como la UNAM y otras universidades, la gran cantidad de museos en diversos países dirigidos por mexicanos y mexicanas, o bien los espacios creados por las comunidades de connacionales residentes en el extranjero.

4.

La construcción de una nueva Diplomacia cultural para México requiere a su vez plantearnos nuevas maneras de entender el significado de lo mexicano en el siglo XXI. Reconstruir, reinventar y ampliar la noción de nuestras identidades como una nación ancestral y cosmopolita, sumando todas las voces de su diversidad regional, étnica y lingüística, pero también la de los de las decenas de millones de mexicanos que viven fuera de nuestro país. Hay muchas otras formas de entender y de explicar lo mexicano en el siglo XXI que no se basan en la exaltación de nuestra singularidad atávica, sino en su opuesto, nuestra manera de integrarnos y pertenecer a la rueda universal de la historia.

5.

Una de estas nuevas aproximaciones regionales para la Diplomacia Cultural de México la representa Norteamérica. A la creciente integración económica y comercial con Estados Unidos y Canadá le falta promover con más decisión un verdadero diálogo intercultural que nos presente ante el mundo como la potente región que nos decimos ser. ¿Sabremos acompañar a la próxima edición en 2026 de la copa mundial de Futbol, a celebrase en los tres países, con una propuesta intercultural sólida, coherente e innovadora? Sera éste sin duda uno de los grandes retos para la diplomacia cultural mexicana del próximo gobierno.

Concluyo: la Diplomacia Cultural de nuestros días es un espacio en expansión, que entiende el papel de la cultura mucho más allá de la difusión de las bellas artes. Nos permite acceder a las herramientas de la cooperación cultural internacional para atender temas fundamentales de nuestro tiempo y debe tener como propósito estratégico proyectar a México en el mundo como el actor de peso que ya es.

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