Edgardo Bermejo Mora
Ha muerto Paul Auster. Uno de los grandes maestros contemporáneos del oficio de escribir. Hay en toda su obra un diálogo constante, una reflexión e incluso un guiño autobiográfico recurrente con sus propias experiencias de vida y sobre todo con las peripecias, bondades, exigencias, hallazgos, descalabros e infortunios a los que se enfrenta todo aquel que decide hacer de la escritura un modo de vida.
Muchos de los personajes de sus novelas son escritores. Cuando en Leviatán menciona en un pasaje las aptitudes de su personaje escritor, parecería describirse a sí mismo: “se caracterizaba por una gran precisión y concisión, un auténtico don para la frase adecuada”. En otra parte de la novela afirma de ese mismo personaje “(era) demasiado literario, demasiado orgulloso de su propia inteligencia”. Así también era él: un autor extremadamente inteligente sumergido en su propio universo literario.
Sus novelas son también un examen de la condición humana y una reflexión sobre lo contingente en todo aquello que nos ocurre. La constatación atroz de que no hay destino fijo para nadie. Auster comprende que, en cada día, en cada hora, en cada minuto, acecha ese golpe artero de la fortuna que nos puede cambiar la vida para siempre. Ya sea para bien, o para mal. O más aún, que siempre está girando sobre nosotros la rueda caprichosa del azar, pero simplemente -o por fortuna- no lo advertimos.
Sus páginas están pobladas de innumerables perlas de sabiduría: sobre el duelo, la memoria, la soledad, el amor, el abandono, la pasión intelectual, la rebeldía interior, la construcción de una nación. En su recuerdo he recogido unas pocas perlas de la sabiduría austeriana, tomadas solamente de cuatro de sus novelas.
La huida existencial:
“La velocidad era la esencia, el goce era sentarse en el coche y lanzarse hacia adelante a través del espacio. Eso se convirtió en un bien por encima de todos los demás, un hambre que debía de satisfacer a cualquier precio. Nada de lo que le rodeaba duraba más de un momento, y puesto que un momento seguía a otro, era como si sólo él continuara existiendo. Él era un punto fijo en un torbellino de cambios, un cuerpo detenido en absoluta inmovilidad mientras el mundo se precipitaba a través de él y desaparecía. El coche se convirtió en un santuario de invulnerabilidad, un refugio en el que nada podía herirle ya. Mientras conducía no llevaba ningún peso, ni la más ligera partícula de la vida anterior le estorbaba. Eso no quiere decir que no surgieran recuerdos, pero ya no producían la misma angustia que antes.
La música del azar
“Se sentía como un hombre que finalmente había reunido el valor necesario para meterse una bala en la cabeza, sólo que en este caso la bala no significaba la muerte, sino la vida, era la explosión que desencadena el nacimiento de nuevos mundos”.
La música del azar
“Cuando a un hombre la vida le parece tolerable sólo si permanece en la superficie de sí mismo, es natural que se sienta satisfecho obteniendo esa misma superficie de los demás. Tiene que responder a pocas demandas y no necesita comprometerse. El matrimonio, por el contrario, le cierra esa puerta. La existencia queda confinada a un espacio estrecho en el que uno se siente obligado a mostrarse a uno mismo de forma constante y, por consiguiente, obligado a mirar hacia el interior de uno mismo, a examinar las profundidades de su propio yo. Cuando la puerta está abierta, nunca hay ningún problema, siempre es posible huir y uno puede evitar incómodas confrontaciones con uno mismo o con los demás simplemente marchándose”.
La invención de la soledad
El amor
“Fue uno de esos encuentros casuales que parecen surgir de la nada, una ramita que se rompe y viene a tus pies”.
La música del azar
“Era como si fuésemos las primeras personas que se habían besado nunca, como si hubiéramos inventado juntos esa noche el arte de besar. A la mañana siguiente Iris se había convertido en mi final feliz, el milagro que me había sucedido cuando menos lo esperaba. Nos tomamos el uno al otro por asalto y nada ha vuelto a ser igual para mi desde entonces”.
Leviatán
La separación
“Esa extraña postdata en el que una pareja no está ni unida ni separada, en la que lo último que los mantiene unidos es el hecho de que están separados”.
Leviatán
“Aún le tenía afecto y le deseaba lo mejor, pero ya no sentía ningún deseo de verle, ningún deseo de hablarle, ningún deseo de hacer un esfuerzo más. Habían hablado de dejar la puerta abierta, pero ahora parecía que la puerta se había desvanecido, no es que se hubiese cerrado, sencillamente ya no existía”.
Leviatán
“Era demasiado ingenuo para comprender que la enemistad también puede ser una forma del amor”.
Leviatán
La soledad del escritor
“La vida se había reducido al mínimo esencial y ya no tenía que preguntarse cómo pasar el tiempo. Cada día era más o menos una repetición del anterior. Hoy se parecía a ayer, mañana se parecería a hoy, y lo que sucediera la semana siguiente se confundiría con lo que había sucedió ésta. Eso era un consuelo para él. El elemento sorpresa había quedado eliminado, lo cual le hacía sentirse más despierto, más capaz de concentrarse en su trabajo”.
Leviatán
“(El escritor) no puede vivir sin los demás. Cuando están ahí, de carne y hueso, el mundo real es suficiente. Cuanto estás solo, tienes que inventarte personajes, los necesitas para que te hagan compañía”.
Leviatán
“Aquel era el libro que (…) siempre había imaginado que era capaz de escribir, y si había hecho falta un desastre para que lo empezara, entonces quizá no había sido realmente un desastre”.
Leviatán
La vida
“La vida cambia. La vida continua. Aprendemos a vivir con ello”.
Brooklyn Follies
El lenguaje
“El lenguaje es tan importante como la historia, forma para de ella, y en cierto modo son inseparables”.
La invención de la soledad
El libro
“Nadie puede decir de dónde proviene un libro, y menos que nadie la persona que lo escribe. Los libros nacen de la ignorancia, y si continúan viviendo después de escritos, es sólo en la medida en que no pueden entenderse”.
Leviatán
La escritura
“A pesar de los muchos desastres que me creaba, conseguía seguir escribiendo, avanzar sin reducir el paso. Mi mesa se había convertido en un santuario, y mientras siguiera sentándome allí y luchando por encontrar la palabra siguiente, nadie podría alcanzarme. (…) No sabía si el libro era bueno o malo, pero esa ya no me parecía importante. (…) Estaba haciendo lo que tenía que hacer y lo estaba haciendo de la única manera que me era posible. (…) Aunque mi vida se cayera a pedazos, seguiría habiendo algo por lo que vivir”. Leviatán
Leviatán
“Toda mi edad adulta la he pasado escribiendo historias, poniendo a personas imaginarias en situaciones inesperadas y a menudo inverosímiles”.
La lectura
“Mientras tienen mi libro en sus manos, mis palabras son la única realidad que existe para ellos”.
Leviatán
“Leer era mi válvula de escape, mi desahogo y mi consuelo, mi estimulante preferido: leer por puro placer, por sentir esa hermosa quietud que te envuelve cuando resuenan en la cabeza las palabras de un autor”.
Brooklyn Follies
“Cuando una persona es lo bastante afortunada para vivir dentro de una historia, para habitar un mundo imaginario, las penas de este mundo desaparecen. Mientras la historia siga su curso, la realidad deja de existir”.
Brooklyn Follies
La fotografía
“La cámara ya no era un instrumento que registrara presencias, era una forma de hacer desaparecer al mundo, una técnica para encontrar lo invisible”.
Leviatán
“Dicen que una cámara puede robarle el alma a una persona, en este caso creo que fue justamente lo contrario. Creo que con estos retratos el alma de Sachs le fue devuelta gradualmente”.
Leviatán
Los artículos periodísticos
“Le parecía que los artículos publicados en revistas y periódicos eran cosas del momento, escritas por razones específicas, en momentos específicos. Por lo tanto, llevarlos a un libro sería demasiado permanente para ellos. Se les debía dejar morir de muerte natural. Que la gente los leyera y los olvidara, no había necesidad de erigirles una tumba”.
Leviatán