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Un recorrido en el transporte público de Toronto. Una retrospectiva

Jesús Martínez Soriano

Toronto, Canadá. El pasado sábado 27 de mayo la Comisión de Tránsito de Toronto (TTC) por sus siglas en inglés, convocó a un evento denominado Doors Open (Puertas Abiertas), en dos lugares diferentes ubicados al este de la Ciudad y pertenecientes a la propia Comisión, uno de ellos en Danforth Avenue, a la altura de la estación Coxwell del metro. Ahí la TTC exhibió algunos autobuses urbanos, montó una exposición fotográfica de parte de sus instalaciones y puso a la venta artículos promocionales de los diferentes medios de transporte público de la ciudad. En realidad, fue un evento bastante modesto, nada grandilocuente, pero hubo un aspecto que en lo personal me retro trasportó en el tiempo hasta principios de la década de los 90, la primera vez que visité Canadá. Me refiero a un viejo autobús urbano, exhibido en la exposición de referencia, que es el prototipo de los varios que circulaban por Toronto en aquella época. Al observar dicho vehículo vinieron a mi memoria muchos y muy gratos recuerdos de mis recorridos en los autobuses y tranvías de esta ciudad, durante poco más de un año de estancia, algunos de los cuales desearía compartir con los lectores.

El trayecto a la escuela

Transcurría 1991, año en que quien esto escribe se encontraba residiendo en Toronto, a donde había llegado junto con un grupo de amigos a quienes había conocido en la universidad. Por supuesto que del Toronto de aquella época al de hoy en día muchas cosas han cambiado; una de ellas, de las que quizá me generan mayor nostalgia es el cambio en la actitud de la gente. Los canadienses en su mayoría parecían ser más cordiales, más cálidos, más amigables, particularmente los caucásicos descendientes de europeos, quienes eran mayoría; éstos conformaban alrededor del 70% (con predominancia de británicos y franceses), de una población que en 1991 totalizaba 27.3 millones de habitantes. (https://publications.gc.ca/collections/collection_2013/statcan/rh-hc/CS96-304-1994-eng.pdf). Tres décadas después, en 2021, los canadienses descendientes de europeos se han reducido porcentualmente a 52% del total de la población que hoy en día suma 36.9 millones de personas. (https://www.todocanada.ca/ethinicity-origins-canada-2021-census/).

Por aquellos años, era común que varios de los conductores de autobuses y tranvías saludaran y se despidieran de los pasajeros y en ocasiones tuvieran gestos y actitudes empáticas hacia ellos, como las que me tocó experimentar, una de las cuales extraigo del baúl de los recuerdos. Era un día de diciembre, en la proximidad del invierno, cuando ya empezaba a nevar con mayor frecuencia. Yo vivía en la zona de Don Mills, al noreste de Toronto; trabajaba turno completo por las mañanas al sur de la ciudad y por las tardes regresaba yo a casa para después, en la tarde-noche, acudir a una escuela pública del centro de la ciudad para estudiar el idioma inglés. Ese día, por la tarde, salía yo del edificio en el que vivía con rumbo a la escuela; me dirigí a la parada de autobús que me transportaría a la estación del metro Broadview. Recién había empezado a nevar, la nieve se acumulaba sobre el piso y se hacía cada vez más densa. Caminaba yo cuesta abajo sobre una pendiente con dirección a la avenida Don Valley Parkway, cuando observé que el autobús se aproximaba a la parada, de la que aún me separaban unos 50 metros de distancia. Traté de correr, pero no lo pude hacer porque me resbalaba yo con la nieve.

Angustiado miré hacia la parada y me percaté que el camión seguía ahí, alcancé a ver al conductor, quien sacó la mano por la ventanilla y me hacía una señal de que lo tomara yo con calma. Caminé lo más rápido que pude hasta que llegué al vehículo, el cual todavía me seguía esperando; después de abordarlo, dar las gracias al conductor por la espera y mostrar mi Metropass (como se denominaba la tarjeta mensual de transporte), bajé el cierre de mi chamarra para extraer mi libro de texto, al cual venía protegiendo de la nieve. Al ver el texto, el conductor del camión exclamó: “¡Oh, a la escuela! Muy bien.” Enseguida me preguntó a qué hora iniciaba mi clase, le respondí que a las 7:00 p.m. miró su reloj y expresó: Espero que estés en tiempo. Le dije que sí y le reiteré las gracias por haberme esperado, a lo cual correspondió con la frase “fue un placer.” Esa anécdota la recuerdo ahora con alegría, pero a la vez con cierta nostalgia.

Un viaje por tranvía al barrio chino, en un sábado de compras

Durante mi primera estancia en esta ciudad viví con un grupo de amigos, con quienes solía yo pasarla bastante bien, pero nuestra relación se fue deteriorando, por lo cual meses después decidí irme a vivir con un compañero de nacionalidad argentina, a quien había yo conocido en el lugar en donde ambos trabajábamos. Él y yo solíamos hacer muchas cosas juntos, pero había ocasiones en que no coincidíamos. Un sábado que él tuvo que trabajar yo me fui de compras a un supermercado ubicado en el barrio chino, toda vez que ahí los artículos comestibles resultaban más económicos. De regreso a casa abordé un tranvía en la calle Dundas, muy cerca de intersección con Spadina. Yo llevaba una mochila al hombro repleta de cosas, varias bolsas de plástico en mano y un paquete de bebidas de lata. Antes de abordar el tranvía coloqué el abono de transporte en mi boca, ya que no lo podía llevar en las manos ante el exceso de cosas que transportaba. Al detenerse la unidad en la parada respectiva, el conductor bajó de ella para ayudarme a subir parte de mi cargamento.

A mí me sorprendió gratamente ese gesto porque comúnmente las personas suelen tener esos detalles con la gente mayor, con mujeres embarazadas o con individuos con capacidades diferentes, pero yo no creí estar en ninguna de esas condiciones, era más bien una persona normal que apenas rebasaba los 20 años de edad. El conductor era un hombre alto, de tez blanca y aspecto amable. Por supuesto le agradecí el gesto; su respuesta fue “no te preocupes, traes muchas cosas y necesitabas ayuda”, a la vez que me esbozó una sonrisa. Ese ha sido otro de los momentos gratos que aún recuerdo de mi primera estancia en este país. El Streetcar era de esos vehículos grises y rojos que durante mucho tiempo se volvieron aquí un ícono del trasporte público y contribuyeron a embellecer el paisaje urbano de esta metrópoli, los cuales dejaron de circular a partir de 2018.

Rumbo al trabajo por el Blue Night en un día de madrugada

Era una madrugada de septiembre, ya en las postrimerías del verano de 1992. Yo vivía al este de la ciudad, en el vecindario de Scarborough. Por aquellas fechas yo me encontraba trabajando en Aurora, un poblado ubicado a una hora de Toronto, pero debía desplazarme al norte, a la altura del centro de la ciudad, en donde una camioneta de la compañía para la que trabajaba pasaba a recogerme a las 6:00 a.m. Toda vez que el metro ofrece servicio de 6:00 a.m. a 2:00 a.m., a partir de la 1:30 inicia el servicio de autobuses urbanos denominado Blue Night, en las principales calles y avenidas. Por ello, yo solía abordar el autobús que corre sobre la calle Bloor, de este a oeste y viceversa, un poco antes de las 5:00 a.m. Llegaba yo a la intersección con la calle Yonge, para tomar otro vehículo con dirección al norte hasta York Mills.

Cabe señalar que durante prácticamente las 24 horas circulan algunos autobuses de la misma TTC por las principales rutas, mismos que no dan servicio al público, sino que solo cubren emergencias (fallas mecánicas, accidentes, ausencia de conductores, etc.). Un viernes, después de caminar casi medio kilómetro, de mi domicilio hasta la parada en la calle Danforth continuación de Bloor), a la altura de la Av. Warden, mientras esperaba la Ruta 300, pasó un autobús de los que se encuentran fuera de servicio, se detuvo y el conductor me preguntó hacia donde me dirigía yo; le respondí cual era mi trayecto; ofreció llevarme hasta la altura de la calle de Pape, en donde podría abordar un autobús que estuviera más adelantado, lo cual acepté con gusto. Me preguntó que a donde me dirigiría, le respondí que, a trabajar hasta Aurora, lo cual le sorprendió; charlamos brevemente y recuerdo que me recomendó tener cuidado porque en los días subsiguientes empezarían a sentirse los fríos de otoño. Al llegar a la calle Pape, en donde me dejó, se despidió muy cordialmente de mi y yo no tuve más que agradecerle su buen gesto.

A poco más de tres décadas de aquellas vivencias, muchas cosas han cambiado. Canadá sigue siendo uno de los países con los más altos niveles de vida en el planeta, pero varios aspectos se han perdido. Como ha señalado la escritora y periodista Lydia Perovic, una inmigrante originaria de Montenegro, la antigua Yugoslavia, en su libro Perdida en Canadá, publicado en 2022, “El Canadá del que yo me enamoré se ha extinguido”. (https://nationalpost.com/opinion/excerpt-the-canada-i-fell-in-love-with-is-gone). La afirmación parece un poco exagerada, pero los extranjeros que conocimos al Canadá de hace tres décadas si percibimos ese cambio. En su mayoría la gente parecía más cordial, más cálida y más amigable. En la actualidad continúan observándose algunos gestos como los que he compartido con los lectores, pero de manera más aislada, más excepcional. Para quienes tuvimos la fortuna de presenciar al Canadá del inicio de los 90, quedan las anécdotas, las vivencias y los recuerdos entrañables experimentados en la sociedad canadiense de aquella época que hoy echamos de menos.

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2 Comentarios

  • R. Pérez 19 de junio de 2023

    Pienso que actualmente el ritmo de vida nos ha distraido de lo que ocurre en nuestro entorno. Me recuerda a los pueblos chicos donde todo mundo te saluda sin precisar conocerte en cambio en las grandes ciudades difícilmente te voltean a ver. Muy amena narrativa! Se percibe la nostalgia mencionada.

  • Gabriela Pérez 20 de junio de 2023

    La mayoría pensaríamos que con el tiempo la calidad de vida mejora. Comparto la nostalgia de quien escribió este artículo, y no porque haya vivido en Canadá en los 90’s, si no porque también e observado una desintegración moral y fraterna en la sociedad. Las personas se han vuelto más individualistas e indiferentes. Agregando la deficiencia de lacalidad de los alimentos, artículos y nivel educativo con el que gozabamos años atrás. Muy buen artículo, gracias.

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