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Letras Desnudas

Mario Caballero

El Senado de la República no puede llamarse más Cámara Alta, sobre todo después de las sendas, estúpidas, machistas y bajas acusaciones de la senadora morenista Rocío Abreu, quien acusó a su colega Lilly Téllez de “acostarse con medio TV Azteca”, “levantar maridos” y de muchas otras bajezas.

¿Cámara Alta? Para nada. Hoy el Senado mexicano toca niveles subterráneos de vergüenza internacional, en un declive constante.

México es un país pletórico de problemas. Lo bueno, y lo fascinante, es que todos se pueden enfrentar a través del debate. Claro que nadie tiene una varita mágica para resolverlos, ni nadie tiene, por más inteligente y experimentado que sea, la solución perfecta a cada uno de ellos. Por eso todas las sociedades democráticas del mundo tienen que debatir, con base en argumentos, propuestas y evidencia empírica, las mejores salidas.

Pero en México esto no está ocurriendo por dos enormes razones: el secuestro del debate público y el bajo nivel de los políticos.

No podemos negar que el debate sobre las políticas públicas se ha perdido. Desde que el actual gobierno se supo ganador de las elecciones de 2018, todo gira alrededor de la política y del presidente.

Todas las mañanas, desde las conferencias de prensa, se impone la agenda del día a día, que por lo general son cortinas de humo que polarizan la discusión pública, desvían la mirada de los asuntos que en verdad importan y, dicho sea de paso, captan toda la atención de los medios de comunicación, que hacen coro a la voz cantante.

Esto no es un asunto menor. Lo peor es el nivel del debate que se da en las plazas y los recintos legislativos. ¿Qué es eso de que el Senado sea un campo de batallas campales donde los temas de gran trascendencia para el país se cejan mediante insultos y sobre temas personales y privados? Ahora, ¿cómo pueden estas “legisladoras” exigir respeto si no se respetan ellas mismas, ni a sí mismas? Una desgracia nacional.

Son entendibles las rivalidades entre los actores políticos y hasta las diferencias personales que pudiera haber entre unos y otros, pero una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa.

Los escenarios públicos, sean cual sean, como en este caso el Senado de la República, deben respetarse, ya que se trata de un espacio donde deben tratarse los asuntos de interés común, del pueblo de México y, como mencionamos antes, donde se tienen que buscar soluciones a los múltiples problemas por medio de razonamientos y argumentos. No es ventilando los asuntos personales como se lograrán las respuestas y los acuerdos que necesita el país.

INDIGNANTE. ABORRECIBLE

Lo ocurrido entre las senadoras Lilly Téllez y Rocío Abreu merece muchos calificativos. A mí se me ocurren indignante y aborrecible. Indignante porque sucedió en el Senado y en medio de la importantísima discusión sobre la reforma constitucional que extiende la participación de las Fuerzas Armadas en las tareas de seguridad pública hasta el 2028.

En lugar de debatir la viabilidad de la reforma, si era necesario dejar al Ejercito en las calles por más tiempo, de cuestionar los resultados de las fuerzas castrenses en el combate al crimen organizado, realizar otras propuestas que fortalecieran a las policías locales y municipales en vez de darle más poder a la milicia, en fin, de hablar que esta iniciativa de Morena está propiciando la militarización del país, se recurrió a la diatriba sin sentido ni razón: al chisme de lavadero. Un espectáculo indignante e intolerable.

Es aborrecible por todo lo que se dijo o, mejor dicho, dijeron las senadoras. ¿A quién le importa si Téllez le robó el marido a alguien o si es cuestionable que se acueste con quien le venga en gana? Por supuesto, a nadie que esté verdaderamente interesado en el bienestar de la sociedad. Vivimos en un país democrático y laico, donde de nada sirve escupir moralinas.

A todo esto, ¿dónde quedó la inteligencia de Rocío Abreu? ¿Dónde aquel discurso de que no son iguales? ¿Dónde su dignidad de mujer ante las millones de mujeres que atestiguaron sus injurias, machistas y absurdas, contra otra mujer?

La morenista debería saber que la batalla por la libertad sexual y el uso del propio cuerpo ya la dieron las mujeres hace muchas décadas. Además, el reproche de que Lilly se acostó “con medio TV Azteca” (como lo asegura), es la definición del machismo por excelencia. Del más rancio y pueril. Y en el colmo, se escucharon varios ¡bravo! ¡bravo! cuando soltó el micrófono.

Es más, alguien debió decirle a Abreu que ahí donde ella percibía indignidad, ella debió ser digna. Donde vio que su compañera legisladora hacía del debate un circo, ella debió dar ejemplo de altura parlamentaria. Donde dijo “venimos a ser senadores, no a dar espectáculos, esto no es un show”, debió callar. Sobre todo, ser congruente política e ideológicamente con su partido, que se dice de izquierda y que presume personificar el Gobierno de la paridad, pero ella sólo respondió con un inmundo y aborrecible discurso.

DEBERÍA RENUNCIAR

Sin duda alguna, toda la participación de Abreu debería quedar registrada en los anales del Senado de la República, para saber que, en el año 22 del siglo XXI, una senadora de la Cuarta Transformación se le fue con todo a otra acusándola de acostarse con todo aquel que quiso y todo por no tener argumentos para debatir una reforma de esencial importancia.

A estas alturas, no valen de nada todas las disculpas que pudiera dar Abreu, lo más sensato es que deje el asiento en el senado, ya sea por vergüenza propia o por solicitud del partido.

UNA PENA

Por lo demás, es una pena que se hayan perdido los debates de sustancia durante este sexenio. Y se debe, en buena parte, a la baja calidad de nuestros políticos. No generalizo, pues hay entre todo ese inmenso grupo algunos actores políticos que entienden de la cosa pública y que saben debatir con argumentos en lugar de que con insultos y etiquetas.

Este déficit de auténticos políticos se debe, en parte, a la pérdida de valores e ideologías de los partidos, que para captar votos postulan al más atractivo, al más popular, al futbolista, al actor de telenovelas, al payaso, al comediante, y no a mujeres y hombres preparados y realmente comprometidos con las causas de la sociedad, que entienden que la política no es un estilo de vida sino el vehículo para defender los derechos de los ciudadanos y alcanzar el bienestar común.

Ojalá que regresen los debates de sustancia protagonizados por verdaderos políticos. Los que tienen que ver más con políticas públicas que con política a secas. México necesita acuerdos, soluciones a los problemas, no de politiquería y charlatanes.

@_MarioCaballero

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