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Letras Desnudas

Mario Caballero

Meditemos en esto. Que el presidente Andrés Manuel López Obrador haya abordado en la conferencia de prensa del viernes pasado el caso de los menores intoxicados de Bochil, Tapachula y Tuxtla Gutiérrez, y que además haya instruido a la secretaria de Seguridad y Protección Ciudadana, Rosa Icela Rodríguez, para que junto con la Secretaría de Salud investiguen a fondo qué fue lo que pasó con los niños, algunos de ellos presuntamente afectados con cocaína, podría estar poniendo de manifiesto fallas e incluso negligencias en la cadena de responsabilidad por parte de las autoridades locales encargadas del caso.

“Mandamos a hacer una investigación a fondo que encabeza Rosa Icela Rodríguez, hoy voy a ver al gobernador y le voy a preguntar, porque ellos están más cerca, tienen más elementos”, dijo.

Y agregó que hay al menos dos versiones sobre lo sucedido. Una se refiere a que los estudiantes llevaban agua con cocaína en los termos y, la otra, que los que “vendían cocaína se enteraron que habría una revisión de mochilas y todos tiraron sus pastillas al tanque de agua, está como muy especial el asunto” (sic).

Tiene razón. Que los niños llevaran cocaína en sus termos o que los vendedores hayan contaminado el tanque o los tanques de agua de las escuelas con algún tipo de droga ante el rumor de que serían revisados, está para tirarse de los pelos. ¿Cómo fue posible que algo de esta naturaleza haya ocurrido en municipios que no tienen ninguna relación entre sí, que están a muchos kilómetros de distancia el uno del otro y específicamente entre menores de edad? Como que algo no cuadra a simple vista.

Ciertamente, está muy especial el asunto.

¿QUÉ PASÓ?

¿Qué pasó? ¿Cómo pasó? Y ¿quién o quiénes son los que causaron este problema que puso a Chiapas en el foco de la atención nacional? Son algunas de las interrogantes que merecen responderse, debida y oportunamente.

Empero, la solución de todo esto no es tan fácil como parece. No se circunscribe en nada más investigar qué sustancia puso mal a los menores, cómo es que llegó a las escuelas, localizar a las personas responsables y dictar las sanciones más pertinentes para castigar el delito y con ello evitar su repetición. No. Aunque, claro, sería lo idóneo. Tanto para la tranquilidad de los padres de los niños perjudicados como para la sociedad misma.

Me parece que lo que corresponde en este caso es ir al trasfondo de lo sucedido. Hacer un escrutinio de las causas originales más no sólo de las consecuencias. Sí, revisar en qué punto se quebró la cadena de responsabilidades de todos los implicados para que llegáramos a esta situación. Esto es: el gobierno, la familia y la sociedad. Ya lo dice el refrán, “una cadena es tan fuerte como su eslabón más débil”.

EN PRIMER LUGAR

Es cierto, el gobierno es responsable de mucho, pero no de todo lo que sucede en la vida de las personas. Es su deber y su función administrar los recursos, proteger los derechos de los ciudadanos, bridar garantías de seguridad, hacer valer las leyes, fomentar la estabilidad económica y generar condiciones para el bienestar de la sociedad. Establecer medidas para que menores estudiantes no sean intoxicados con sustancias ilegales en las escuelas, podría ser una de sus muchas responsabilidades, pero no totalmente.

Estoy convencido de que la actual administración estatal ha realizado grandes esfuerzos por hacer de Chiapas un estado seguro. Muestra de ello son los bajos índices de los delitos de alto impacto y delitos generales, por lo cual somos la segunda entidad más segura del país.

Sin embargo, ¿por qué pasó esto y por qué las autoridades sanitarias, educativas y judiciales se demoraron tanto en rendir un informe del caso, informe que dicho sea de paso no despejó con claridad las dudas?

Las respuestas están en que alguien en esa cadena de responsabilidades no cumplió con su deber. Quizá se abandonaron los viejos protocolos de revisión, se aflojaron los trabajos de prevención, se dejaron de abordar los temas en cuanto a drogadicción en las aulas de clases o no hay vigilancia policial, entre otros motivos, pero la realidad es que no toda la responsabilidad es del gobierno y de las autoridades competentes.

En fin, no es enteramente obligación de estas autoridades, como de los directivos y docentes de las escuelas, revisar lo que los estudiantes tienen en las mochilas y en sus termos de agua. No obstante, deben retomarse estas acciones para impedir que esta situación se convierta en algo común. Ahí está ahora su responsabilidad.

No se malinterprete. No se trata de exculpar al gobierno, sino sólo de delimitar el ámbito de su competencia.

PÉRDIDA DE VALORES

Donde, considero, hay una mayor responsabilidad es en el seno familiar.

Si apelamos a la versión de que los niños llevaban cocaína en sus botellas de agua, no podemos sino sólo advertir que hay en ello una terrible pérdida de valores.

No es por culpar a nadie por lo sucedido con los niños, pero nadie puede negar que en nuestra sociedad actual sea más fácil para un padre o madre de familia darles el celular a sus hijos que prestarles atención.

También es cierto que cada padre y madre cumple con un rol en el trabajo y en el hogar. Sin embargo, ¿por qué dejar de vigilar a los hijos? ¿Por qué no inculcarles principios, el valor del trabajo, el amor, el respeto y la educación?

En las últimas décadas, las tasas de deserción escolar han incrementado. Peor todavía, también lo hicieron los porcentajes de suicidios en menores. De 2019 a 2020 creció en un 12%. Y lo mismo ha ocurrido con los índices de drogadicción y alcoholismo en edades tempranas.

Esto, indudablemente, se debe a la falta de interés por parte de nosotros como padres, que ya no supervisamos qué hacen nuestros hijos, no preguntamos cómo les va en la escuela, quiénes son sus compañeros de clase y con quiénes se junta o juega.

Esta responsabilidad es muy grande. La escuela no educa, enseña habilidades e imparte conocimientos que servirán para el futuro profesional de los niños. Los responsables de hacer mujeres y hombres de bien son los papás, y las cosas importantes de la vida, como el respeto, la honestidad, el fervor a Dios y a la familia, se aprenden en el hogar.

La sociedad también es responsable. Porque ha comenzado a ver la violencia, la delincuencia, la violación a los derechos humanos, los homicidios, feminicidios, drogadicción, alcoholismo, etcétera, como algo normal, como parte del paisaje, como situaciones inherentes a nuestra nueva realidad.

LA OTRA INTOXICACIÓN

Estos hechos, tan deleznables como preocupantes, no deben ser motivo para lanzar conjeturas y endilgar culpas. Deben tomarse, con todo rigor, como una lección de vida. Donde el gobierno, familia y sociedad unan esfuerzos por recuperar el tejido social, recuperar los valores y proteger a nuestros hijos, que se merecen un mundo mejor, en el que estén protegidos y sus derechos garantizados.

De lo contrario, si lo dejamos pasar como un episodio más tan sólo abonaremos a nuestra propia perdición, a la otra intoxicación: una sociedad quebrada por falta de responsabilidades.

@_MarioCaballero

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