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La Jornada
Reyes Martínez Torrijos y Patricia Vázquez, enviado y corresponsal


Bacalar, QR. Arqueólogos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) revelaron a La Jornada el esplendor de las estructuras mayas ubicadas en el grupo principal de la zona arqueológica de Ichkabal, en Quintana Roo, en las que trabajan desde hace meses para que desarrolle su potencial y se convierta en uno de los mayores atractivos de la ruta del Tren Maya.
Ubicada a sólo 30 kilómetros de lo que será la estación Bacalar del proyecto ferroviario, la ciudad maya fue descubierta hace 28 años, pero este 2022 entra en una etapa de investigación profunda con vistas a su apertura. El sitio, que durante casi un siglo evadió la llegada de los investigadores, comienza a mostrar sus monumentales pirámides para enriquecer el conocimiento sobre la cosmogonía y la grandeza de esa civilización mesoamericana.
Margarito Molina, director del Centro INAH Quintana Roo, detalló en entrevista aspectos del paraíso al que pronto se dará acceso al público, y que se vincula al Tren Maya porque el proyecto presidencial integra la infraestructura con el patrimonio cultural en términos materiales y arqueológicos.
Molina prevé la revitalización de la cultura viva en la región, de la mano de dependencias como la Secretaría de Cultura federal y el mismo INAH.
La Jornada realizó en exclusiva un recorrido por la zona ritual y milenaria de Ichkabal, considerada una de las urbes más grandes e importantes del área maya del periodo preclásico tardío en el actual México…
La sensación de tiempo detenido comienza desde la pequeña población que da acceso: El Suspiro. La brecha de más de 20 kilómetros que conduce a la zona arqueológica está rodeada de vegetación tupida con tramos en los que apenas cabe un automotor.
La arqueóloga Sandra Balanzario, también adscrita al Centro INAH Quintana Roo, refiere que hay mucho por descubrir, pues existen indicios de que en Ichkabal está el origen de la dinastía Kaanu’l (Serpiente), una de las más poderosas de la civilización maya.
El grupo arquitectónico principal consta de cinco extraordinarios edificios, denominados con sencillez del uno al cinco. La investigadora describió que el primero de ellos tiene una base similar a la de la Pirámide del Sol de Teotihuacán, de 250 metros por lado, aunque sólo tiene una altura de 40 metros.
El número dos cuenta con un basamento de 160 metros de longitud sobre el que construyeron cinco templos, de los cuales sólo se ha excavado uno. En suma, apenas comienza el descubrimiento del complejo.
Con una antigüedad de al menos 2 mil 400 años, el conjunto central abarca una superficie de siete hectáreas, superior a las casi cinco que ocupa el Zócalo de la Ciudad de México. Las estructuras, recubiertas aún por la vegetación en varias de sus caras, congregan en sus orillas el verde selvático y la piedra ennegrecida por el tiempo y la intemperie. El silencio de la plaza central es roto en ocasiones por la estridencia de un tucán o un faisán.
El complejo central está organizado en armonía con los puntos cardinales. Aún luce decorados ceremoniales en negro y rojo, por los que se presume que los habitantes tuvieron que comerciar con poblaciones de Guatemala para adquirir hematita especular, un mineral que produce un color rojo intenso y brillante en la oscuridad, que también fue usado en Teotihuacán.
El ascenso por las escalinatas de uno de los edificios más altos es escabroso por la elevación de los peldaños de casi 50 centímetros, por el sol que cae a plomo y la elevada temperatura del ambiente.
En un singular efecto visual, en una escalera lateral, mientras ascienden dos de los visitantes, sus sombras parecen un felino escalando. Desde la cima, Balanzario indica que se atisban, a una decena de kilómetros, los promontorios de la zona arqueológica de Dzibanché, con la que Ichkabal se hallaba conectada por medio de calzadas prehispánicas, ahora casi destruidas.


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