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Jesús Martínez Soriano

Toronto, Canadá. Es el miércoles 31 de enero de este 2024. Después de concluir mi jornada laboral en Toronto, me dirijo hacia Union Station, en donde confluyen la estación del metro del mismo nombre, así como la central de autobuses y la terminal ferroviaria más grandes de Canadá. En mi propósito de continuar explorando los poblados y las pequeñas ciudades de la Zona Metropolitana de Toronto (GTA por siglas en inglés), tomo el tren GO y me dirijo a Hamilton, una metrópoli localizada al suroeste de Toronto, a unos 70 kilómetros, cuyo recorrido en tren, automóvil o autobús es de alrededor de una hora. A pesar de que ésta no es la primera vez que visito ese lugar, sino una de varias, no dejo de experimentar cierta emoción y alegría debido a que ahí he vivido situaciones bastante gratas en diferentes momentos de mi vida, algunas de las cuales desearía compartir con los lectores. Abordo el tren exprés del sistema GO, justo a las 15:51 en Union, en pleno centro, cuyos vagones se encuentran casi a su máxima capacidad, aunque tres paradas más adelante, se vacían en un 50%. Arribo a Hamilton a las 17:00 horas, es decir, un trayecto de una hora con nueve minutos, cuando empieza a oscurecer, después de haberse registrado un día frío y nublado.

La primera visita

La estación de trenes y autobuses del sistema GO se encuentra localizada en un lugar muy céntrico, por lo cual me resulta relativamente fácil caminar por las calles y avenidas del downtown. Avanzo por James Street, rumbo al norte, unas tres cuadras más adelante llego al Gore Park, en donde los pequeños arboles aún permanecen con la iluminación navideña. Lo anterior me remite de inmediato a la primera vez que estuve aquí, allá por el inicio de los novena; empiezan a fluir los recuerdos, las anécdotas, las situaciones gratas. En aquella ocasión, finales de 1991, vine a Hamilton junto con un grupo de cuatro compañeros de trabajo: Rhon, un canadiense de tez negra, con un parecido físico al famoso boxeador Mike Tyson, a quienes casi todos apreciábamos por ser un tipo bastante generoso, amable y solidario; Pedro, de El Salvador; Amadú, de África (no recuerdo de qué país), y un jamaiquino cuyo nombre no me viene a la memoria, pero a quien apodábamos “Rasta” (de Rastafari). Fue justo en una temporada similar a la actual, pero del mes de diciembre, en uno de los inviernos más crudos que yo recuerde, y por motivos de trabajo. Durante alrededor de cuatro semanas, los cinco compañeros efectuábamos el recorrido Toronto-Hamilton en automóvil, de ida y regreso, todos los días, hasta la Universidad McMaster, en donde la compañía para la que laborábamos realizaba un trabajo especial. Solíamos llegar aquí alrededor de las 7:00 a.m. y regresar a Toronto pasadas las 9:00 p.m. Por ello mismo, tengo vagos recuerdos de la Ciudad en aquellas primeras visitas, salvo las zonas del trayecto. Únicamente en dos o tres ocasiones transitamos por el centro, a lo largo del Gore Park, en donde ahora me encuentro, muy cerca de la intersección de las calles James y King, para admirar la decoración navideña que se suele colocar en esa zona. A Rhon, el dueño y conductor del vehículo, quien nos daba aventón, le gustaba mucho la Navidad y, por ello mismo, disfrutaba ver los árboles iluminados y las figuras decorativas. A pesar del cansancio que llevábamos a cuestas debido a las prolongadas jornadas de trabajo y a las desmañanadas, Rhon lograba contagiarnos su alegría.

Quizá los recuerdos más vivos y más gratos que tengo de aquellas visitas sean acerca de los trayectos matutinos; Rhon pasaba a la estación del metro Islington por los cuatro compañeros antes mencionados alrededor de las 5:40 a.m. Después de permanecer varios minutos a la intemperie a la salida de la estación del metro, pues este medio de transporte empieza a brindar servicio a las 6:00 a.m., y a temperaturas de entre -10 grados Celsius, resultaba un gran alivio para nosotros ver llegar a Rhon y abordar su vehículo. Se aproximaba la Navidad y Rhon reproducía sus villancicos todo el trayecto. Acaso uno de los momentos más agradables era cuando nos deteníamos en alguna de las cafeterías Tim Hortons, en el que no solo disfrutábamos de un café y alguna dona o aperitivo, sino en el que también bromeábamos por cualquier cosa.

“Rasta”, un tipo de tez negra, aspecto adusto y carácter agrio, era el único que parecía desentonar, y quien se había ganado la fama de ser demasiado servicial con los foreman o supervisores, a quienes solía responder por cualquier instrucción: “Por supuesto mi jefe”, “La llevaré a cabo (la instrucción) de inmediato”, “Le he dicho a mis compañeros que deben hacerlo (el trabajo) exactamente como usted lo ordenó”, etc. En alguna ocasión yo me encontraba al lado de “Rasta”, por lo que le expresé a Pedro, en español: “Hoy me tocó venir al lado de este barbero”, a lo que Pedro me respondió: “Oh, sí, ese gran lambiscón, ojalá no se te pegue a ti también”, ante lo cual los dos reíamos mucho. Rhon no entendía nada y preguntaba el porqué de nuestro estado de ánimo, pero no podíamos decirle la verdad, por lo que tuvimos que inventar una tontería. Unos días después “Rasta” no acudió a trabajar y fue cuando Pedro y yo tuvimos oportunidades de explicarles a Rhon y Amadú (ya en inglés), la causa por la que ambos reíamos. Los dos coincidían con nosotros en la apreciación que teníamos sobre el jamaiquino, generando la sonrisa de todos, al tiempo que recordábamos las frases de “Rasta”. Ese fue uno de los momento más divertido que yo recuerde.

Las tardes de tranquilidad y cobijo en los alrededores del City Centre

Justo enfrente de Gore Park se observa la plaza comercial Jackson Square, un lugar que albergaba al viejo City Hall o edificio de la Alcaldía la Ciudad, el cual fue construido en 1888 y demolido en 1961 para dar lugar al actual complejo comercial. A un costado del mismo aún permanece el Hamilton City Centre, localizado en la esquina de York Boulevard y James Street, cuya torre con su histórico reloj y campanas tradicionales colocados en su parte superior (los cuales pertenecían al viejo edificio de la Alcaldía), es muy similar a la del viejo City Hall. Pero, al igual que ocurrió con el edificio del viejo City Hall, el del Hamilton City Centre, construido en los 80, también será demolido próximamente y en su lugar se construirá un complejo residencial de cuatro edificios con alrededor de 2,000 departamentos con áreas comerciales. Esa plaza que nació con el nombre de Eaton Centre y posteriormente fue cerrada de manera definitiva el 31 de diciembre del 2022, aún continúa en pie, toda vez que los planes de demolición han quedado interrumpidos por motivos económicos.  (https://hamiltoncitymagazine.ca/time-after-time/).

El Hamilton City Centre todavía se puede apreciar intacto, en toda su magnificencia, aunque empieza a manifestar señales de deterioro por su cierre y abandono: cristales de puertas y ventanas rotos, que han sido sustituidos por piezas de madera, y grafitis en algunas de sus paredes, puertas y ventanas, no obstante, las protecciones que se han instalado en sus antiguos accesos para evitar lo anterior. En varios de los ventanales de los alrededores del complejo comercial aún se mantienen intactos los letreros en los que se puede leer: “Hamilton City Centre cerrará el próximo 31 de diciembre de 2022. Gracias por sus muchos años de patrocinio. Por favor verifica lo que los siguientes negocios ofrecen”, apareciendo a continuación una lista de 17 firmas comerciales. De acuerdo con el diario Hamilton Spectator, la demolición de ese edificio iniciará en este mes de febrero. (https://www.thespec.com/news/hamilton-region/redevelopment-of-hamilton-city-centre-on-pause/article_c1cb7095-8ee3-5ea4-bd94-45ec8ba783ed.html).

Pienso que en ocasiones la modernidad parece arrasar con ciertos fragmentos de la historia; así ocurrió con el viejo City Hall de esta Ciudad en 1961, así ocurrirá con el Hamilton City Centre que hasta hoy en día continúa siendo el último resabio del viejo City Hall, aunque no por mucho tiempo. Al caer de la noche me dirijo a la estación GO para regresar a Toronto, esta vez por autobús, debido a que aquí el tren deja de prestar servicio a partir de las 17 horas. Ya en el trayecto a Toronto no puedo dejar de sentir cierta nostalgia porque en lo sucesivo ya no podré ver ese edificio que en años recientes era mi punto de referencia, cuando era yo enviado a Hamilton por motivos de trabajo. Eran tiempos de preocupación, en los que aún no contaba yo con un empleo fijo ni de tiempo completo y en los que, después de concluir mi jornada, solía yo caminar por las calles de esta ciudad y admirar sus lugares icónicos, en donde encontraba yo tranquilidad y refugio.

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1 Comentario

  • Gabriela Pérez 4 de febrero de 2024

    Todo tiene un ciclo, a veces es triste observar como va cambiando el mundo y lo que conocíamos empieza a desaparecer. Aunque rondemos en los 40’s o 50’s actualmente, fuimos afortunados porque las décadas de los 80s y 90’s fueron lo máximo. Me encanto el artículo, muchas gracias.

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