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Toronto, la ciudad en donde nació el TLCAN hace 33 años. Una retrospectiva

Jesús Martínez Soriano

Toronto, Canadá. En el 30 aniversario del inicio de vigencia del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN o NAFTA por sus siglas en inglés, renegociado a T-MEC en 2018), que se conmemora en este 2024, quizá pocos recuerden que la primera cumbre ministerial para las negociaciones del mismo se llevó a cabo en esta ciudad el 12 de junio de 1991. Aquel día se reunieron aquí Michael Wilson, Ministro de Industria y Comercio de Canadá; Karla Hills, representante comercial de Estados Unidos, y Jaime Serra Puche, Secretario de Comercio y Fomento Industrial de México. Por ello mismo, Toronto es conocida como la ciudad en donde nació el NAFTA o TLCAN. En aquellos años y por azares del destino, quien esto escribe tuvo la oportunidad de atestiguar algunos de los sucesos relevantes del proceso de discusión de ese acuerdo comercial aún vigente, en cada uno de los tres países signantes. A poco más de tres décadas de aquel acontecimiento, desearía compartir con los lectores algunas vivencias, recuerdos y anécdotas del proceso de negociación del NAFTA, desde la ciudad en donde empezó a escribirse esa historia.

Las discusiones en las aulas de la UNAM

En 1990 el entonces corresponsal de la revista Proceso en Washington, Carlos Puig, había revelado que México y Estados Unidos iniciaban contactos de alto nivel para analizar la posibilidad de establecer un acuerdo comercial, que a la postre sería el TLCAN.  Sus aseveraciones se basaban en las pláticas que había escuchado de manera directa en un restaurante de aquella ciudad entre dos funcionarios de ambos países. Puig incluso había grabado de manera subrepticia audios de algunas de esas conversaciones, las cuales reveló, íntegras, en dicho semanario; poco después el gobierno de México reconocería lo anterior. El 10 de junio de ese mismo año el ex Presidente Carlos Salinas se reunía con su homólogo de Estados Unidos, George Bush, para iniciar las conversaciones tendientes a alcanzar un acuerdo comercial; tres meses después el entonces Primer Ministro de Canadá, Brian Mulroney, manifestaba el interés de su país para ser incluido en la iniciativa. El asunto ya se debatía en diversos círculos académicos, políticos y sociales. En la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, en donde yo estudiaba, uno de los más entusiastas impulsores de ese debate era el académico Jorge G. Castañeda, quien impartía una cátedra de política exterior. Él era propulsor de la creación de un fondo compensatorio en el marco del TLCAN, que financiara el crecimiento del país menos desarrollado, México, a fin de reducir los desequilibrios económicos, similar al que se constituyó en la Unión Europea, que apoyó el desarrollo de España, lo cual nunca se logró.

Jorge Castañeda, quien años más tarde se desempeñaría como Canciller de México en el gobierno de Vicente Fox, solía invitar a diferentes personalidades a su clase para enriquecer los debates. Uno de los invitados en el periodo que yo asistía como alumno, fue el reconocido académico Adolfo Aguilar Zínzer, fallecido en 2005, quien se hizo cargo de la clase. Recuerdo que mientras realizaba su exposición, Zínzer expresaba con mucha vehemencia, palabras más, palabras menos: “No se imagina Salinas (de Gortari) las consecuencias de haber puesto a México en la palestra de Norteamérica con la propuesta del acuerdo (TLCAN); que, si hay fraudes electorales, ahí van a estar (pendientes) los gringos; que, si hay violaciones a los derechos humanos, ahí van a estar los gringos; que, si hay casos de corrupción, ahí van a estar los gringos.” En eso estaba él cuando yo lo interrumpí con la siguiente pregunta: Profesor, pero si esa observación a la que vamos a estar sujetos pude inhibir a los sucesivos gobiernos a incurrir en ese tipo de agravios, ¿Acaso no sería un hecho positivo para el país? Zínzer me observó fijamente a la distancia, reflexionó algunos segundos y se me acercó lentamente hasta casi tocarme con el índice de su mano derecha para responderme: “Y yo le pregunto a usted: ¿Acaso los mexicanos no somos capaces de hacer eso por nosotros mismos?” Yo, sintiéndome entre confundido e intimidado, solo alcancé a responder: Quisiera creer que sí, a lo que él replicó: “Esas son las grandes preguntas que debemos formularnos en México…”, continuando con la clase. Hoy en día creo que la pregunta de Aguilar Zínzer continúa siendo vigente, aunque me parece que más que un asunto de capacidad, es de grado de maduración de nuestra sociedad.

El ambiente en Canadá

Por azares del destino yo vine a Canadá a principios de 1991 y permanecí en este país por poco más de un año, por lo que me tocó presenciar el debate que aquí se desarrollaba en torno al NAFTA. Había una gran inconformidad en la población, principalmente entre los sindicatos porque pensaban que muchas compañías se mudarían de aquí a México debido a la disponibilidad de mano de obra barata, en detrimento del empleo en Canadá, y ese temor se acrecentaba debido a la recesión económica que el país enfrentaba en ese momento. En abril de 1991 el ex Presidente Salinas visitaba Canadá, tratando de apaciguar ese sentimiento de desconfianza; los medios daban amplia cobertura a dicha visita, con la imagen del mandatario mexicano y el Primer Ministro Brian Mulroney en Parliament Hill en Ottawa, destacando algunas de sus afirmaciones, como la de no temer al libre comercio.

En junio de 1991 yo había regresado a México para pasar algunos días y, por lo mismo, no tengo en mi memoria un registro puntual de la primera reunión ministerial de negociación del acuerdo en Toronto, en la que nació formalmente el acuerdo. Acaso no hubo un hecho de gran relevancia, salvo ese, el haber sido el primer encuentro ministerial de los cinco realizados: dos en Canadá, dos en EU y uno en México. En cambio, recuerdo muy bien el quinto y último que tuvo lugar en Montreal, a cuya conferencia de prensa asistimos un grupo de estudiantes de la UNAM que realizamos un viaje de práctica a Norteamérica en abril de 1992, promovido justamente por Jorge G. Castañeda. Los aspectos que más recuerdo son las facilidades que nos dieron las autoridades canadienses para tener acceso al evento y a un Jaime Serra, Secretario de Comercio, molesto y enfadado, respondiendo a una reportera de un medio mexicano que no entendía el por qué la periodista volvía a preguntar sobre el tema energético debido a que no estaba incluido en las negociaciones.

La visita a Washington

En el marco de la visita a la que posteriormente sería conocida como la zona del libre comercio, los entonces estudiantes universitarios, nueve en total (5 hombres y 4 mujeres) llegamos a la Ciudad de Washington. Ahí acudimos al Departamento de Estado, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, el Instituto Brookings y la Embajada de México. En todos esos lugares fuimos tratados bastante bien y tuvimos oportunidad de interactuar con diferentes funcionarios, diplomáticos e investigadores. De las anécdotas más significativas de que tengo memoria fue el encuentro que sostuvimos con el entonces corresponsal de Proceso en Washington, Carlos Puig, en la terraza de un café restaurante.

Para empezar, mis compañeros y yo llegamos unos 15 minutos tarde a la entrevista, pactada para las 4:00 p.m. El saludo no fue para nada cordial, Carlos estaba visiblemente molesto y así nos lo hizo saber, por lo cual nuestro diálogo con él empezó de manera tensa. Su personalidad me impactó: era joven, unos 35 años, de tez blanca, cabello rizado con una melena que le llegaba al hombro y de estatura mediana. Usaba unos anteojos pequeños y vestía jeans y chamarra de mezclilla. En México había alcanzado fama por las revelaciones anteriormente señaladas, quizá por ello se comportaba como rockstar. Después de algunos minutos, la tensión se fue relajando y pudimos sostener una charla bastante amena e interesante que se prolongó hasta más allá de las 7:00 p.m. Al final dijo sentirse muy contento y complacido por la conversación sostenida con nosotros, a quienes veía, en su palabras, muy críticos, preguntones y bien informados, lo cual contrastaba con los prejuicios que en algunos sectores del país se tenía sobre las universidades públicas. Señaló también que en días anteriores se había reunido con un numeroso grupo de estudiantes de una Universidad privada de renombre, cuyo dato omito, quien, dijo, parecían encontrarse más bien en un viaje de turismo. Y remató, palabras más, palabras menos: Me hicieron enojar por su impuntualidad, pero me sentí muy a gusto con ustedes. Acto seguido se despidió de mano de cada uno de nosotros y nos deseó la mejor de las suertes. Fue aquel, sin duda, uno de los encuentros más significativos para mí en lo particular y para el grupo en general de ese proceso de discusión del TLCAN, del cual mis compañeros y yo nos sentimos parte. Hoy en día resulta inevitable experimentar un sentimiento de nostalgia al recordar aquellas discusiones de una historia que empezó a escribirse en esta ciudad de Norteamérica, justo hace poco más de tres décadas, y de la que muchos jóvenes de mi generación nos sentimos parte.

Pie de foto:

Toronto, la Ciudad en donde oficialmente se iniciaron las negociaciones del TLCAN en junio de 1991

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1 Comentario

  • Gabriela Pérez 19 de junio de 2024

    El TLC marco sin duda un antes y un después para Norteamérica. Política y económicamente los 3 países aliados aprovecharon y siguen aprovechando de este tratado, colocándose como los más importantes del continente. Cambiado el tema quiero resaltar la inteligencia, la curiosidad y el pensamiento crítico de ese grupo de jóvenes que se reunió con Puig, quienes pusieron en alto a la UNAM. Yo también deseo que hayan tenido o tengan la mejor de las suertes.

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