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Los diluvios y la idea radical de la purificación

Juan Eduardo Martínez Leyva

El mito del diluvio es un relato que encontramos en diversas culturas primitivas. En ellas, se trata de una forma en la que la humanidad, generalmente por designio divino, se renueva eliminando lo que salió mal. Después de la gran inundación que acaba con todos los seres que se corrompieron, el mundo vuelve a empezar. Los que se salvan de morir ahogados tienen la encomienda de volver a poblar un mundo nuevo.

La más antigua de las narraciones sobre el diluvio universal se originó en Mesopotamia y está descrita en el Poema, de Gilgamesh, data de hace más de cuatro mil años, está escrita en tabletas de arcilla y alfabeto cuneiforme. Es probable que de aquí deriven los mitos posteriores como el griego y el hebreo.

El dios del viento y las tormentas, Enlil, acordó con los otros dioses destruir a la humanidad mediante una inundación. La razón aparentemente fue que los humanos habían olvidado realizar los rituales a los dioses en conmemoración del Año Nuevo. Ea, la diosa de la sabiduría, enterada de la decisión, avisó de ello en un sueño al héroe Utnapishtim. Sin perder tiempo, éste construyó en siete días, con la ayuda de un grupo de artesanos, un arca de seis pisos en forma de cubo, cuyos lados medían ciento veinte codos cada uno. Cuando empezó a caer la lluvia Utnapishtim subió al arca a su familia, a muchos animales y a sus ayudantes. Luego, Ursanapi, el barquero, cerró las escotillas. El aguacero, después de hacer su tarea destructiva, cesó el séptimo día. El arca fue llevada por las corrientes a la montaña de Nisir, donde Utnapishtim esperó siete días más. Entonces, dejó salir una paloma que regresó a la barca al no encontrar lugar en dónde apoyarse. Luego mandó una golondrina que también regresó y finalmente un cuervo que ya no volvió porque las aguas habían bajado. Al salir de la barca, los sobrevivientes realizaron sacrificios a los dioses. El aroma de estos sacrificios llegó hasta el cielo donde Enlil y las demás divinidades moraban. Enlil, que se había propuesto no dejar viva a ninguna persona, enfureció al ver que un pequeño grupo había sobrevivido. La cólera del dios cedió pronto y no sólo aceptó al héroe sobreviviente, sino que lo llenó de bendiciones. A él y a su esposa los hizo inmortales y los llevó a vivir al Paraíso.

En el mito griego fue Zeus el que se propuso destruir a la humanidad con el diluvio, porque sus habitantes se habían corrompido y practicaban el canibalismo. Prometeo advirtió a su hijo, Deucalión, de las intenciones del más poderoso de los dioses del Olimpo. Deucalión era rey de Ftía y estaba casado con su prima, Pirra, hija de Epimeteo. El rey no perdió tiempo y empezó a construir una barca en forma de cofre que serviría de refugio para ambos. La lluvia inundó el mundo y los seres humanos perecieron ahogados, con excepción de Deucalión y Pirra. Al noveno día el aguacero terminó y el arca fue llevada por las olas a la cima del monte Parnaso. Una paloma liberada les dio la pista de que podían desembarcar. Deucalión y Pirra hicieron los sacrificios a Zeus y fueron a rezar al templo de la diosa de la justicia, Temis. Ahí mismo, la diosa les dio las instrucciones para que volvieran a poblar el mundo. Les dijo: “¡Cubran con un velo sus cabezas y arrojen detrás de ustedes los huesos de su madre!”. Como muchas de las sentencias de los oráculos, también estas palabras de Temis debían ser descifradas. Ambos tenían madres distintas, por lo que entendieron que “su madre” se refería a la Madre Tierra y los huesos eran las piedras. Entonces procedieron a lanzar piedras por encima de sus hombros, las piedras que arrojaba Deucalión se convertían en hombres y las de Pirra, en mujeres. Fue así como se volvió a poblar el mundo.

El diluvio de la mitología hebrea, es el más conocido, por lo que no abundaré en él. En esta narración, contenida en el primer libro de la Biblia, el Génesis, están incorporados muchos elementos de los mitos mesopotámico y griego, pero es más rico en situaciones, detalles y dramatismo. Por ejemplo: Dios escogió a Noé para construir la barca y le dio instrucciones precisas para hacerlo. Le señaló cómo debía seleccionar a los animales que la ocuparían. La barca era de tres pisos y medía trescientos codos de proa a popa y cincuenta de una borda a la otra. Cada piso tenía cientos de compartimentos. En el piso de abajo debía colocar a los animales salvajes y domesticados, en el intermedio a las aves ye en el superior a la familia de Noé. Cuando las lluvias empezaron a cubrir la tierra, muchas personas se arremolinaron a la entrada de la barca para pedir entrar, pero la suerte ya estaba echada, no había salvación. Después del diluvio Dios puso en el cielo el arcoíris como un símbolo de la alianza que establecía con los seres humanos. (Robert Graves y Raphael Patai. Los mitos hebreos. Alianza editorial)

En la cosmovisión mesoamericana el mundo había sido creado y destruido varias veces. En una de ellas -la cuarta- el diluvio fue la causa del fin. En China, la India, países nórdicos, entre los mayas y los incas el mito del diluvio universal es una constante. Son una constante también la razón por la cual las deidades de cada civilización primitiva deciden acabar con la humanidad y el objetivo último que persiguen. En todas ellas existe la convicción de que ha habido una degradación, una corrupción generalizada que no puede remediarse, excepto por la destrucción total del mundo previo. De esta forma y sólo así se podrá empezar a construir un nuevo ser humano sin los vicios de los anteriores.

Esta idea de la “purificación” del mundo mediante la destrucción de todo lo anterior, ha sido heredada, de alguna u otra forma, en no pocas ideologías políticas de nuestro tiempo. A muchos de los movimientos que se asumen revolucionarios los mueve esta convicción: no aceptan construir o reformar sobre lo que ya existe porque, en su visión radical, nada es rescatable.

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