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Letras Desnudas

Mario Caballero

El levantamiento zapatista fijó un parteaguas entre el ayer y el hoy de los pueblos indígenas de México. No es que resolviera algo para esta gente, pero al menos logró que el gobierno mexicano los volteara a ver.

El conflicto estalló en manos de Carlos Salinas, pero el responsable de conducirlo fue Ernesto Zedillo. La primera petición que recibió de los zapatistas fue destituir al gobernador de Chiapas Eduardo Robledo Rincón, quien había asumido el cargo el 8 de diciembre de 1994. “O lo corres del estado o simplemente no hay acuerdos”, dijo Samuel Ruiz, el obispo de San Cristóbal de las Casas que fungió como intermediario entre los guerrilleros y el gobierno federal.

Zedillo accedió a las presiones de los zapatistas. Así, Eduardo Robledo fue destituido tras sesenta y nueve días de haber estado en el poder, aunque esa destitución terminó siendo disfrazada como renuncia. Y para seguir amortiguando la ignominia, el expresidente le dio la titularidad de la Secretaría de la Reforma Agraria y después lo hizo embajador de México en Argentina.

En su lugar fue nombrado Julio César Ruiz Ferro, un político profundamente desconocido en el estado. La lógica era que, si había sido impuesto por el priista Ernesto Zedillo, en sustitución de un gobernador también emanado del PRI, entonces Ruiz Ferro tenía que ser del mismo partido. Sin embargo, la situación era que ningún priista en Chiapas había escuchado de él. En verdad, nadie sabía quién era.

Cuenta la anécdota que el día en que fue ungido mandatario se juntó un gran número de gente en la entrada del Congreso del Estado esperando el arribo del nuevo gobernador. Cuando éste entró al recinto acuerpado por elementos de seguridad, gente del gabinete de Eduardo Robledo, además de los representantes del presidente de la República, nadie se percató de su llegada. La confusión fue total. Hasta que desde las filas de atrás se oyó el grito de una mujer: “es él, el jorobadito”.

Ahí estaba Ruiz Ferro, un hombre de estatura media, cara rechoncha y pelo entrecano. Tenía una larga mueca en la cara tratando inútilmente de dibujar una sonrisa. En la espalda parecía cargar el enorme peso de la imposición. Vestía de traje color negro y corbata roja. Y fue la última vez que se vistió así para encabezar un acto oficial.

LOS INICIOS DE LA PANDILLA

Luego de ese día, Julio César Ruiz Ferro acostumbró acudir a todos los eventos del gobierno con pantalón de mezclilla, botas y camisa a cuadros. Otra cosa también distinguible en su persona fue que su desconocimiento por Chiapas era del mismo tamaño que el de su informalidad para vestir.

Cuenta otra anécdota que en cierta ocasión estuvo de gira de trabajo por el municipio de Ocozocoautla. Sus colaboradores le habían dicho que el evento sería en Coita. Así que subió a la camioneta donde ya lo esperaba su chofer y se puso en marcha.

Al llegar, le dijeron que sus anfitriones lo estaban esperando. Sin embargo, bajó de la camioneta y comenzó a despotricar en contra de sus colaboradores. Les dijo de todo. Hasta de lo que se iban a morir. Se sintió engañado y se los hizo saber: “ustedes me aseguraron que íbamos a Coita y me trajeron a Ocozocoautla. ¿Por qué me mienten? Acaso creen que no me fijo. Cuando entramos leí que decía: ‘Bienvenidos a Ocozocoautla’”.

Con toda la pena del mundo, sus acompañantes le aclararon que Coita es la forma local con que se conoce a dicha ciudad.

Ruiz Ferro venía de ser director de Finanzas de la desaparecida Compañía Nacional de Subsistencias Populares (CONASUPO), donde Raúl Salinas de Gortari cometió uno de los fraudes más grandes de la historia contemporánea de México.

Recibió la gubernatura el 14 de febrero de 1995, y se encontró solo, sin equipo de gobierno y sin el respaldo político de su partido. Por eso tuvo que ejercer el poder con el mismo gabinete que en su momento construyera Eduardo Robledo.

Su falta de legitimidad lo condujo a buscar el apoyo político de dónde fuera. Pero el PRI, PAN y PRD, entonces los partidos preponderantes, no quisieron ser comparsa de un perfecto desconocido. Ante ello, comenzó a armar grupos de choque y hasta financió organizaciones paramilitares para enfrentarse a la oposición, pero en lugar de tener el control del estado creó un clima de ingobernabilidad. El peor resultado fue la masacre de Acteal del 22 de diciembre de 1997, donde 45 inocentes, incluido un recién nacido, perdieron la vida de la forma más salvaje de la que se tuviera conocimiento en Chiapas.

El único que accedió a acompañarlo en su execrable gobierno fue el Partido del Trabajo.

El PT había surgido como una alternativa política, como una propuesta que vendría supuestamente a vigorizar la democracia y la participación ciudadana, pero nunca ha sido lo que prometió. Tan sólo ha servido para enriquecer a sus dirigentes, tanto nacionales como estatales.

Amadeo Espinosa Ramos, quien se asume como el dueño de este partido en el estado, fue el que puso al PT a disposición de Julio César Ruiz Ferro. Por eso los petistas se convirtieron en los lisonjeros oficiales del gobernador. Lo aplaudían hasta cuando iba al baño. Lo defendieron de las matanzas de indígenas ligados al zapatismo y de tantos otros abusos de poder.

Durante el gobierno de Ruiz ferro, el PT recibió groseras carretadas de dinero salidas del erario de los chiapanecos. Así fue como el grupo con el que Espinosa Ramos desde siempre ha gobernado a este partido, colgaron sus títulos de maestros para dedicarse de lleno no a la política, sino a vivir de la política.

Estos son Hugo Robledo Gordillo, Sonia Catalina Álvarez, Carlos Mario Estrada Urbina, Mario Humberto Vázquez y Abundio Peregrino García, quienes se reparten la dirigencia estatal, los cargos plurinominales, las prerrogativas y, por lo mismo, hoy son dueños de enormes fortunas.

AMADEO Y PABLO

Aristóteles decía que “los tiranos se rodean de hombres malos porque les gusta ser adulados”.

Igual que como hizo con Ruiz Ferro, Amadeo Espinosa también se relacionó con otros exgobernadores, como Pablo Salazar Mendiguchía.

Con él obtuvo grandes prebendas haciendo que la bancada del PT en el Congreso del Estado aprobara todo lo que este exmandatario quería.

Por tanto, no fue extraño que defendiera a Salazar Mendiguchía cuando fue detenido por los delitos de peculado, abuso de autoridad, enriquecimiento ilícito y asociación delictuosa. Incluso, lo visitaba constantemente en el penal. Se dijo que esa pasión, esa vehemencia con que Amadeo Espinosa abogaba por Pablo era porque había pactado con él venderle una candidatura plurinominal al senado de la República por 50 millones de pesos.

PT Y LA 4T

No ha sido la primera vez que Amadeo Espinosa es acusado de vender candidaturas. Ya pasó en 2015, 2018 y 2021. Para las elecciones de este último año, según corrillos políticos, él, Carlos Mario Estrada Urbina, Sonia Catalina, Hugo Roblero y Abundio Peregrino vendieron las postulaciones entre 400 mil y dos millones de pesos.

Así que no venga Amadeo Espinosa y su pandilla a decirnos que están respaldando al presidente López Obrador para lograr los objetivos de la Cuarta Transformación, porque está bien claro que nada más se están aprovechando de la alianza con Morena para enriquecerse incluso más de lo que lo han hecho con otros gobiernos.

@_MarioCaballero

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