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(PARTE II)

Michael Roberts

…De hecho, después del «big bang» de Margaret Thatcher de la década de 1980, que liberalizó por completo el sector bancario, fueron los gobiernos socialdemócratas los que presidieron la «desregulación»: Clinton en los EEUU y Blair en el Reino Unido. En 2004, el canciller Gordon Brown inauguró la nueva oficina de Lehman Bros en Canary Wharf, diciendo que «Los hermanos Lehman son una gran empresa que puede mirar hacia atrás con orgullo y mirar hacia adelante con esperanza» (!). El ministro para la City de la época era Ed Balls, quien adoptó con entusiasmo lo que llamó «regulación ligera» de las actividades bancarias en la ciudad de Londres, porque los bancos y las instituciones financieras eran los héroes, vitales para la prosperidad de Gran Bretaña. En cambio, el eventual colapso del sector financiero del Reino Unido le costó a la economía algo así como el 7% del PIB, un enorme aumento de la deuda del sector público y un crecimiento permanentemente bajo desde entonces.

La desregulación convirtió el sistema bancario moderno en una serie de gigantes administradores de «fondos de inversión riesgo» que especulan sobre los activos financieros o actúan como conductos para los paraísos de evasión fiscal para el 1% más rico y las multinacionales. Puede ser cierto que los bancos internacionales estén mejor capitalizados y menos apalancados con deudas incobrables después de la implementación gradual de los acuerdos de capital y liquidez de Basilea III y la adopción generalizada de las «pruebas de estrés», pero incluso eso puede ser cuestionado. Como admite el FMI: «en muchos países, los riesgos sistémicos asociados con nuevas formas de banca en la sombra y de financiación basada en el mercado fuera del perímetro regulatorio prudencial, como los gestores de activos, pueden estar acumulándose y podrían conducir a nuevos efectos de contagio en los bancos».

En general, la izquierda parece incapaz de encontrar ninguna solución, excepto más regulación. Tomemos al economista liberal Joseph Stiglitz. En el momento del colapso financiero global, propuso que las futuras crisis podrían evitarse empoderando a «reguladores incorruptibles», que fuesen lo suficientemente inteligentes como para hacer lo correcto». [La regulación efectiva requiere que los reguladores crean en ella», escribió. «Deberían ser elegidos entre aquellos que podrían resultar perjudicados por un fracaso de la regulación, no entre aquellos que se benefician de ella». ¿Dónde se pueden encontrar estos asesores imparciales? Su respuesta: «En los sindicatos, las organizaciones no gubernamentales (ONG) y las universidades».

Pero todas las agencias reguladoras que fracasaron en 2008 y están fallando ahora tenían buenas plantillas con economistas que presumían de ese tipo de credenciales, a pesar de lo cual hicieron las cosas mal. En un libro de 2011, Engineering the Financial Crisis: Systemic Risk and the Failure of Regulation, Jeffrey Friedman y Wladimir Kraus impugnaron la afirmación de Stiglitz de que las regulaciones podrían haber evitado el desastre, si las hubiera implementado las personas adecuadas. Friedman y Kraus observan: «Prácticamente todo el personal de toma de decisiones de la Reserva Federal, la FDIC, etc., son… economistas formados en la universidad». Los autores argumentan que el error de Stiglitz es «minimizar constantemente la posibilidad de un error humano, es decir, negar que los seres humanos (o al menos los seres humanos no corruptos como él) sean falibles».

David Kane, del New Institute for Economic Thinking, señala que los bancos han logrado evitar la mayoría de los intentos de regularlos desde la crisis global, ya que «los instrumentos asignados a esta tarea son demasiado débiles para funcionar durante mucho tiempo». Con la connivencia de los reguladores, los megabancos estadounidenses ya están restableciendo su capacidad de usar dividendos y recompras de acciones para reconstruir su apalancamiento a niveles peligrosos». Kane señala que «los principales reguladores parecen creer que una parte importante de su trabajo es convencer a los contribuyentes de que el próximo desplome se puede contener dentro del sector financiero y no se le permitirá perjudicar a los ciudadanos comunes de la manera en que lo han hecho las crisis anteriores». Pero «estas afirmaciones de color rosa son tonterías».

Incluso el FMI admite en silencio: «A medida que el sistema financiero continúa evolucionando y surgen nuevas amenazas a la estabilidad financiera, los reguladores y supervisores deben permanecer atentos a los riesgos… ningún marco regulatorio puede reducir la probabilidad de una crisis a cero, por lo que los reguladores deben ser humildes. Los desarrollos recientes documentados en el capítulo muestran que los riesgos pueden migrar a nuevas áreas, y los reguladores y supervisores deben permanecer atentos a esta evolución».

Otra solución que se ofrece es el llamado Plan de Chicago, que es promovido por Martin Wolf y algunos post-keynesianos de izquierda. Originalmente, fue una idea de un grupo de economistas de la Universidad de Chicago en la década de 1930 que respondieron a la Depresión argumentando a favor de cortar el vínculo de los bancos comerciales entre la oferta de crédito al sector privado y la creación de dinero. Los bancos privados perderían el poder de crear depósitos mediante préstamos, ya que todos los depósitos tendrían que estar respaldados por la deuda del sector público o por los beneficios bancarios. En efecto, los préstamos estarían controlados directamente por el gobierno. “El control del crecimiento del crédito se volvería mucho más directo porque los bancos ya no podrían, como hoy en día, generar sus propios fondos, depósitos, en el acto de prestar, un privilegio extraordinario del que no disfruta ningún otro tipo de negocio», dice un documento del FMI sobre el plan. «Más bien, los bancos se convertirían en lo que muchos creen erróneamente que son hoy en día, intermediarios puros que dependen de la obtención de fondos externos antes de poder prestar». Y esa financiación externa sería del gobierno. Los bancos seguirían siendo de propiedad privada, pero no podrían prestar. Irónicamente, para existir tendrían que convertirse en operaciones de inversión especulativas directas como fondos de inversión para obtener ganancias. Eso podría crear aún más inestabilidad en el sistema bancario que antes. El Plan de Chicago solo funcionaría si los bancos fueran de propiedad pública y formaran parte de un plan general de financiación e inversión. Pero si eso sucediera, no habría necesidad de un Plan de Chicago.

Lo que nunca propuso es convertir la banca moderna en un servicio público, al igual que la salud, la educación, el transporte, etc. Si los bancos fueran un servicio público, podrían mantener los depósitos de los hogares y las empresas y luego prestarlos para invertir en la industria y los servicios o incluso al gobierno. Sería como un club de crédito nacional. Entonces podríamos hacer que un sistema bancario estatal fuese democrático y responsable ante el público. Eso significa juntas elegidas directamente, límites salariales para los altos directivos y también participación local. En 2012, presenté una idea de este tipo al Instituto de Estudios Laborales de Eslovenia, tal como se estructura a continuación.

No contengan la respiración esperando que sea propuesto por algún partido de izquierda, y mucho menos por los gobiernos.

Esta semana, la Reserva Federal y el Banco de Inglaterra se reúnen para decidir si continuar subiendo las tasas de interés para «luchar contra la inflación». Como ya sabemos, esta política está causando inestabilidad y crisis bancarias, así como una disminución del crecimiento. Mientras tanto, la inflación (núcleo) sigue siendo «pegajosa» más del 5-6% al año en las principales economías. En su última reunión, el Banco Central Europeo aumentó aún más su tasa, argumentando que «no hay relación» entre la lucha contra la inflación mediante el aumento de las tasas de interés y la inestabilidad financiera. Sin embargo, eso ya está demostrado que es falso.

El BCE afirma que los bancos europeos son «resilientes» y están en mejor forma que incluso los bancos estadounidenses, pero que se lo digan a los tenedores de bonos de CS. Los préstamos bancarios en la zona euro se están contrayendo rápidamente, con una caída de 61 mil millones de euros entre enero y febrero, la mayor caída mensual desde 2013. Y el BCE admitió en su encuesta trimestral de prestamistas que los bancos han endurecido al máximo sus criterios para los préstamos comerciales desde la crisis de la deuda soberana de la zona euro en 2011. La demanda de hipotecas cayó al ritmo más rápido registrado.

¿Seguirán endureciendo su ajuste la Reserva Federal, el BCE y el BoE hasta que más bancos quiebren y las economías caigan en recesión? ¿Harán una pausa o revertirán su política para evitar una crisis financiera? Muchas instituciones financieras están pidiendo a gritos una pausa y los mercados están subiendo con esa perspectiva. Pero, como observó una funcionaria de la Reserva Federal al apoyar un nuevo aumento de la tasa en un cuarto de punto, es necesario «preservar la credibilidad de la Reserva Federal que Powell ha hecho todo lo posible por restaurar durante el último año”. “No creo que quiera debilitarla en este momento», añadió. Esta Reserva Federal no está dispuesta a corregir su orientación. ¿O sí?

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