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Ulises Lara López

En México, el pasado domingo tuvo lugar un festejo más con motivo del Día del Padre concepto intrínseco, para muchos, a la cualidad donde se exterioriza socialmente la identidad masculina.

En relación a ello, se dice, que cuando un hombre se convierte en padre se marca un hito transformador hacia un destino a veces incierto y en ese proceso se amplifica la responsabilidad vital y la transmisión de valores.

También se dice que, como parte de las actuales estructuras sociales, la identidad paternal está cambiando.

Por un lado, las nuevas generaciones de padres muestran mucho mayor interés en intervenir activamente en el proceso del embarazo, la crianza y educación de los hijos, a partir de la cercanía emocional, afectiva y física.

Por otro, los padres ausentes generan tristes realidades, como la que da cuenta el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) en relación a que en el país el 67.5 por ciento de las madres solteras no reciben pensión alimenticia y 3 de cada 4 hijos de padres separados tampoco la reciben. Más aún, el incremento de divorcios agranda el incumplimiento de pensión alimenticia, dejando en incertidumbre el bienestar y el derecho a la alimentación de las niñas y niños.

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Todo ello a pesar de que el capítulo II del título sexto del libro primero del Código Civil Federal, contempla la obligación de dar alimentación y el derecho a pedirla y que en Acuerdos de los que México forma parte, como el Pacto Internacional sobre los Derechos Económicos, Sociales y Culturales que, en sus artículos 11 y 25, reconoce el derecho a recibir alimentos, como un derecho fundamental o como la Convención Interamericana sobre Obligaciones Alimentarias que establece: “[…] Toda persona tiene derecho a recibir alimentos, sin distinción de nacionalidad, raza, sexo, religión, filiación, origen o situación migratoria, o cualquier forma de discriminación […]”.

Ello obliga al reconocimiento del derecho que las niñas, niños y adolescentes tienen de vivir en condiciones de bienestar.

No obstante, el camino para que muchos padres cumplan con el derecho de sus hijas e hijos se pierde en trabas y procesos que no garantizan su cumplimiento.

Abstenerse de cumplir con las obligaciones alimentarias es una de las formas de violencia más recurrentes contra niñas, niños, adolescentes y mujeres.

Para contrarrestar esta condición, organismos no gubernamentales han sumado esfuerzos para que desde el ámbito legislativo se apruebe, entre otras medidas, el registro de deudores alimentarios morosos, que a la fecha existe sólo en la Ciudad de México, el Estado de México, Chiapas, Coahuila y Guerrero.

Sin duda, lograr la erradicación de este tipo de violencia requiere de acciones integrales y transversales con perspectiva de género que involucren a los padres y madres de familia y, desde luego un reforzamiento en valores y en educación.

En ese contexto, hoy, ocho de cada 10 de jóvenes, tanto mujeres como hombres, no quieren tener hijos por diferentes factores que consideran más importantes que traer a la vida a un ser humano.

Al respecto, especialistas coinciden en que los factores económicos, de salud, las experiencias vividas, son las razones por las que no les atrae el hecho de dedicar su vida al cuidado y la crianza de un hijo o porque dan prioridad a su desarrollo personal y profesional.

Hoy, es más fácil que los jóvenes adopten mascotas para sustituir o canalizar el cariño, a ellos les quieren, cuidan, protegen e incluso les llenan de lujos; eso mejor a atender responsabilidades y necesidades de hijos.

Aunado a ello, la condición laboral también implica un factor decisivo, pues la formalidad en el empleo brinda mayor estabilidad, genera seguridad social y mejores prestaciones, como el acceso a servicios médicos, fondos de ahorro para el retiro, créditos hipotecarios, primas vacacionales y compensaciones por incapacidad, lo cual implica mejorar la calidad de vida.

El acceso limitado de los jóvenes a empleos formales marcará su futuro con condiciones precarias e inestables. Contar con un mayor nivel educativo brinda mayores posibilidades de conseguir un empleo formal y mayores ingresos.

Dentro de todo ello, cambiar una práctica de paternidad tradicional y avanzar hacia un nuevo paradigma implica desprenderse de modelos de una masculinidad que, en muchas cosas, ha resultado ser tóxica.

Ahora con la modificación y actualización de planes de estudio de la SEP sería oportuno incorporar a los contenidos las necesidades de formarnos en nuevas masculinidades, paternidades responsables, los diferentes tipos de familias y atención a las necesidades emocionales en los diferentes grados de escolaridad tomando en cuenta cada una de las regiones del país, algo intenso como la campaña que se lleva actualmente “Si te drogas te dañas”.

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