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En esta entrega, se recopilan las que Ulises Valdez Arévalo relata en su libro Leyendas de espantos de Terán

Jeny Pascacio / Diario de Chiapas

SEGUNDA PARTE

Los abuelos cuentan historias de espantos a los niños antes de dormir, dice el cronista Ulises Valdez Arévalo, al hablar sobre su libro Leyendas de espantos de Terán donde recopila más de cien historias en las que recuerdan las fincas, cuevas, arroyos y caminos del pueblo de Terán.

Las leyendas son narradas a partir de experiencias de vecinos, amigos, familiares, “que por décadas escuchamos, con un poco de verdad y otro de ficción, sobreviviendo al tiempo; en la memoria”.

Terán fue fundado por el año de 1887 por una familia, entonces el poblado era llamado “El Puente” y por su cercanía con el río Sabinal y el Cerro Mactumatzá, se convirtió en pieza clave para el origen de leyendas de espanto, algunas fuera del alcance de la razón y el entendimiento humano.

En esta segunda parte de leyendas zoques, presentamos leyendas cortas del libro “Leyendas de espanto de Terán”:

EL SOMBRERÓN DEL MACTUMATZÁ

Esta figura de tradición tiene la facultad y el poder de ‘encantar’ y otorgar riquezas y satisfacciones a todo ser mortal que acepte ser su amigo. Cuentan que el Sombrerón es un enviado del diablo, como un reclutador de almas que se aprovecha de la ingenuidad, ignorancia y avaricia.

Don Jesús Sol se dirigía al rancho de doña Juanita a saldar con trabajos una deuda pendiente que tenía con la señora; de pronto, a 20 zancadas de la ‘Cruz blanca’ se topó con un viejo que venía montado en un caballo grande, con los reflejos del sol brillaban los adornos en todo su traje, además de la chaqueta azul. Don Jesús pensó que ese, era un extraño personaje.

Se saludaron y se dijeron a dónde se dirigían. Don Jesús se dio cuenta de que se trataba del Sombrerón que le insistía en irse a trabajar con él. El nerviosismo lo traicionó y por decir no, dijo sí; y de un momento a otro se encontraba dentro de una cueva en el rancho del Sombrerón.

En lugar se topó con su suegro y este le advirtió que tuviera cuidado con lo que recibía, asimismo sobre cosas inexplicables que vería.

Después el Sombrerón insistió con que don Jesús trabajara para él. Don Jesús respondió una y otra vez que debía avisarle a su esposa. El Sombrerón le ofreció oro y don Jesús siguió negándose hasta que hizo enojar al ser mítico que con un “vámonos a la chingada” lo regresó a la ‘Cruz blanca’ donde todo comenzó.

EL ENCANTADO DE LA CUEVA DEL SUMIDERO

Los encantados a veces eran dueños de fincas y haciendas de este valle que hacían pactos con el diablo o con “el malo”.

Por allá de 1900, don Constancio Solís colocaba sus riquezas en oro y plata en tres canoas para que les diera el sol para que no se apestaran. El dinero lo movían con palas y después lo guardaban en baúles que debían ser escondidos.

Don Constancia habría hecho un pacto con ‘el malo’ en las cuevas del Cañón del Sumidero donde dicen que se encontraba una figura de él, montado en un caballo, que, aseguran, aún se puede ver las paredes de la maravilla natural.

Don Constancio murió en 1919 de cáncer de próstata, pero su fortuna fue heredada a sus hijos.

LA TISIGUA

También conocida como la Tishanila o la mala mujer de Terán se aparecía cuando no se contaba con energía eléctrica y las calles eran empolvadas y solitarias. En las casas se alumbraban con ocote y lámparas de petróleo.

Relatan los abuelos que en esos caminos, a los hombres se les aparecía una hermosa mujer que con señas los invitaba a seguirla cuando se sumergía en el río o los perdía, les pegaba o los mataba…

Pedro García visitó a su novia María. De noche se fue a su casa y en el camino se encontró con su novia. Extrañado le preguntó qué hacía ahí, pues la acaba de ver en su casa.

Lo tomó de la mano y le dijo, “apúrate que nos van a ver mis papás”.

Se dejó llevar por unos metros y después recordó la leyenda de la Tisigua, que en efecto, había tomado la forma física de su novia.

Cuando Pedro soltó la mano de la mujer, escuchó una carcajada que le erizó la piel.

Al siguiente día le contó a su tío Nicolás, quien lo mandó a comprar una aguja capotera y un bollo de hilo grueso para derrotar a la energía negativa que lo perseguía.

A la semana siguiente fue a visitar nuevamente a su novia y ya de noche regresaba cuando se volvió a encontrar con la Tisigua haciéndose pasar por su novia a la que ensartó la aguja capotera y desde entonces desapareció.

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