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La disposición discrecional de los bienes públicos

Juan Eduardo Martínez Leyva

Algunos gobernantes son proclives a disponer discrecionalmente de los bienes públicos, como si el ejercicio del poder les otorgara la licencia para hacerlo y como si no existieran normas y criterios generales para su uso. La apropiación de los recursos no sólo consiste en desviarlos para su uso privado -familia, amigos, aliados- sino también son dilapidados, en ocasiones, para satisfacer algunos deseos u obsesiones personales, como la construcción de inútiles obras faraónicas y en actividades orientadas a la conservación del poder político.

Esta tara o vicio del carácter de los gobernantes es tan antigua que se puede rastrear en algunos mitos griegos, como en el relato del rey Minos y el nacimiento del Minotauro.

Minos, rey de Creta, era hijo de Europa y Zeus. En una ocasión Europa paseaba con sus amigas entre el ganado de su padre, Agenor. Zeus la observó desde las alturas y se enamoró de ella. El dios se convirtió en un hermoso toro blanco y se introdujo en la manada para que la joven se percatara de su presencia. Europa lo vio y quedó sorprendida de su belleza y mansedumbre. Lo acarició sin temor y lo montó para dar un paseo por la orilla del mar. El toro se introdujo en el mar y la llevó hasta la isla de Creta, donde la violó en un bosque de sauces.

De la unión de Zeus y Europa nacieron Minos, Radamantis y Sarpedón. Cuando Zeus abandonó a Europa, contrajo matrimonio con el rey de Creta, Asterio, quien adoptó a sus tres hijos. A la muerte del rey, sus hijastros se disputaron el trono. Minos aseguraba que el trono le pertenecía por derecho divino, por lo que sus hermanos deberían rendirse y renunciar a sus pretensiones. Para comprobar sus dichos le pidió a Poseidón que mandara, una señal incuestionable: un toro blanco que saliera del mar. El dios del tridente accedió a enviarle lo que pedía con la condición de que, una vez en el trono, Minos debía comprometerse a sacrificar al animal como un acto de lealtad, reciprocidad y sumisión al poder divino. Minos aceptó y cerró el trato con Poseidón.

El rey ya en el trono sucumbió ante la belleza inigualable del animal que era de un blanco deslumbrante como la nieve. En lugar de sacrificarlo y cumplir con el pacto, lo sustituyó por otro, pensando que podía engañar al dios. Poseidón, que era omnisciente, no perdonó su desapego a las reglas del sacrificio y en venganza incitó a su esposa, Pasifae, a desarrollar una pasión irrefrenable por el toro que pastaba en los establos privados de su marido. La reina le encargó al arquitecto del reino, Dédalo, que le construyera una vaca de madera que atrajera al deseado animal y en la que ella pudiera meterse. El artista cumplió el capricho de Pasifae. El toro fue engañado y de esa unión nació el monstruoso Minotauro, con cuerpo de hombre y cabeza de toro.

Con el fin de que el Minotauro no aterrorizara a la gente, Minos le pidió al propio Dédalo que construyera un laberinto dónde encerrar al monstruo y del cuál jamás pudiera salir. El resto del mito, con Teseo, el hilo de Ariadna y la muerte del Minotauro es más conocido por lo que dejaré hasta aquí el relato, con el fin de resaltar el hecho que nos ocupa: la apropiación privada de un bien público.

Más allá de las muchas interpretaciones a las que se presta esta historia, rescato la que ofrece Joseph Campbell en su libro El héroe de las mil caras (psicoanálisis del mito).

Dice Campbell que la sociedad culpó de la grave falta a la reina, pero “la falta original no fue de la reina sino del rey, y él no podía culparla, porque recordaba lo que había hecho. Había convertido un asunto público en un negocio personal, sin tener en cuenta que el sentido de su investidura como rey implicaba que ya no era meramente una persona privada. La devolución del toro [su sacrificio] debería haber simbolizado su absoluta sumisión a las funciones de su dignidad. El haberlo retenido significaba, en cambio, un impulso de engrandecimiento egocéntrico. De esta manera, el rey elegido “por la gracia de Dios” se convirtió en un peligroso tirano acaparador…El ego desproporcionado del tirano es una maldición para sí mismo y para su mundo, aunque sus asuntos aparenten prosperidad”.

Para evitar los excesos en el ejercicio del poder y que los gobiernos abusen del uso discrecional de los bienes públicos, las sociedades democráticas modernas han inventado diversos mecanismos de vigilancia y rendición de cuentas.

En el reciente Foro Internacional “Retroceso de las democracias. El caso de México”, organizado por el Instituto de Estudios para la Transición Democrática (IETD) y otras organizaciones ciudadanas, el politólogo y profesor australiano John Keane reiteró lo que ha venido sosteniendo desde hace tiempo, en el sentido de que las democracias no se agotan en las elecciones libres y justas, ni tampoco es un asunto matemático de legitimación de las acciones gubernamentales sólo por las mayorías.

Si la democracia no es monitorizada por la sociedad civil entonces no es una democracia plena. Ningún gobierno es demasiado bueno para gobernar sin supervisión y vigilancia de la sociedad. La democracia monitorizada consiste en asegurar que, más allá de los contrapesos formales y constitucionales, los gobiernos, las grandes empresas y otras organizaciones deben ser examinadas de manera exhaustiva. Por ello, dice Keane, la democracia requiere de una “plétora”, de un gran número de instituciones, organizaciones y comunidades de “perros guardianes” (watch dogs), vigilantes del actuar gubernamental y de su rendición de cuentas.

El escrutinio abarca cualquier área de interés legítimo: el cuidado de la ecología, el medio ambiente, el maltrato animal, la discriminación de grupos minoritarios, la pobreza y la desigualdad, la intolerancia religiosa, la violencia, la misoginia, el racismo, la corrupción y la utilización de los recursos presupuestales y un sinfín de asuntos

Tenemos muchos ejemplos de cómo los gobiernos con tendencias autoritarias, asignan de manera caprichosa los recursos y disponen de los bienes públicos para satisfacer deseos o prejuicios ideológicos y se resisten al monitoreo de las diversas organizaciones ciudadanas e incluso, a las labores que en este sentido realizan instituciones del propio Estado. La transparencia y la rendición de cuentas no está en la naturaleza del gobierno autócrata.

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