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“Sacramento de la piedra”

(Un poema en busca de editor)

Óscar Wong

Ciudad de México

A pausas, como parsimoniosa brisa, he ido eslabonando cada verso, cada imagen de este canto único, acaso un poco inusual, porque avizora la recurrente exploración del hombre sensible, de este hombre que soy, frente a mí mismo. “Sacramento de la piedra” es el nombre original de mi poemario “En el corazón de la memoria”, editado por la UAEM en el 2012 y que pienso publicar en el 2021, si aparece una casa editorial.

“Sacramento de la piedra”, insisto, no es más que un espejo refrendado, reiterado, como haz y envés de mi existencia lírica. El individuo que soy –velado o develado–, se vuelve un reflejo más, un simple ser atado a la caverna platónica. La realidad compartida, difuminada, ante la solitaria visión del mundo que se abre como una kratofonía. Después de todo, la piedra se vuelve un símbolo, un arquetipo que vale la pena descubrir. Trasmutada, la piedra -que viene del cielo- se eleva hacia el ámbito celestial como símbolo de libertad.

Ignoro cuándo surgió mi vocación literaria, aunque la respuesta que procure siempre será anímica-volitiva. El tiempo, después de todo, incorpora una realidad afianzada en el instante y suspendida entre dos oquedades. Su duración es sólo un bastimento, sin ninguna realidad absoluta, aunque apoyada en el mutismo. Por eso la poesía -según Bachelard- se concibe como ”metafísica instantánea”, donde la razón y la pasión se entrelazan en ese espacio mínimo, en ese vacío colmado por el movimiento de la voz. He aquí el instante poético, ese presente armónico, vertical, donde se presenta el tiempo articulado en el sonido: el pulcro silencio de la piedra.

Al respecto, evoco el término “vocat”, el famoso llamado invariable que hace que uno termine siendo lo que se es. En otras pretendo recordar a la niña rubia que terminó siendo religiosa, misionera activa en el país del norte desde hace más de siete lustros y que me impulsó para que escribiera y publicara mi primer poemario titulado justamente “He brotado raíces” (1982).

En más de 14 lustros he sabido -y a veces he padecido a la perfección- de los accidentes de la substancia aristotélica; aunque el infaltable Quevedo lo exterioriza de manera más convincente: “No sentí resbalar, mudos, los años”.

Cuarenta y cinco años adentrándome en el existencial laberinto de la lírica, reencontrándome a veces con mis inicios, entrelazándome a punto de la asfixia. Del oroburus al caduceo he descubierto que la Poesía es terriblemente celosa, melosa: amarga como la miel del libro que degustó Juan de Pathmos a instancias del Ángel. Y esta Revelación me perturba, me empequeñece, me hace enmudecer. El Vibrante Haz Luminoso que desciende durante la Eucaristía me obliga a arrodillarme. Y me sé un simple ser humano atento a la resonancia del Cosmos, tratando de balbucear algunas palabras. Estas palabras.

La vocación literaria es un destino terrible, devastador; es el caldero de brujas de que hablaba el impar Sabines. Por eso en mí siempre cobra actualidad la tríada galesa del siglo XII o XIII: “Es mortal mofarse de un poeta, amar a un poeta, ser un poeta”. Un sino aterrador, pero que debe asumirse sin aspavientos.

De cualquier manera asumo que llegué a la literatura como una forma de reivindicación: mi padre, Huang Bing Yuan, originario de Joy San, Guangdong, China, jamás consiguió ser un buen hablante del español. Nunca fue a la escuela. Aprendió por sí mismo lo poco que sabía de la nueva lengua. Presupongo que por eso me volqué en el ámbito estético-lingüístico. A través de mí habla mi padre. Y sospecho que lo hace mejor que mucha gente lerda, inculta.

Para escribir, concibo al poema como si fuese una serie de caracteres chinos, donde cada ideograma representa el aspecto metonímico que aspiro realizar. Algunos me han reprochado la “ausencia” del tono oriental, sin advertir que la imagen misma es el concepto. La pureza y la energía del corazón, deben unirse al pensamiento al momento de crear poesía, por eso toda la vastedad del mundo real y el emotivo adquieren una forma precisa, concreta, en el trazo de los caracteres. Procuro articular armónicamente en grupos rítmicos, versos y estrofas determinadas, para conseguir movilidad en los sonidos, urdiendo unidades de impresiones sonoras sucesivas. Ahí se concilia todo el eje lírico de mi poesía. El punto de convergencia semántica, analógica, se me da a través del ritmo, de los silencios, del contenido, de la intencionalidad del lenguaje.

“El verso vive de la metáfora”, precisaban anteriormente los preceptistas. Reunir, convocar los momentos líricos es lo importante para mí. Que se incorporen en el espacio verbal. Por eso el poema representa un espacio privilegiado donde concurren la forma y el sentido. Es evidente que aquí se articulan algunas apreciaciones estéticas, pero también se conjuga la pericia técnica del autor, las experiencias que representa el acervo vivencial.

En momentos considero que he madurado en muchos aspectos. Y mis recursos estilísticos se han ido decantando, de manera que el poema florece como un organismo verbal.

José Gorostiza hablaba de un desarrollo plástico, limitado y finito, y de un desarrollo dinámico, de progreso continuo, pero que convergen en una superficie y en un fondo animado por su propia voz. Y yo creo en la Voz, en el Logos, en ese temblor poético que habita en el territorio numinoso del lenguaje. Es un espacio excepcional que revela al espíritu y forja la vivacidad de la imagen con exaltado vigor, para recuperar la desnudez semántica.

A lo largo del tiempo he comprendido que los seres humanos, a través de la Poesía, descubren la fugaz permanencia de lo eterno, la voracidad fugitiva de lo sacro, los múltiples aspectos de la kratofanía. Símbolo de la diosa madre, lo pétreo de la existencia se vuelve un nacimiento. Erguida, viva, como imagen cónica de la montaña -Beith-el u omphalos, la piedra sagrada está ahí, develándonos el Nombre, su Nombre, apuntando, y tallando, acertando, labrando al espíritu iluminado por el conocimiento espiritual.

Humedad, palpabilidad y fuerza ígnea, como sugería Hildegarda de Bingen como virtudes pétreas, se manifiestan a lo largo de este “Sacramento de la piedra”. Equilibrio alquímico justamente, como lapis philosophorum, la poesía –menhir o dolmen–, vuélvese una realidad mística, una energía santificada que simplemente se multiplica a manera de un ritual donde emerge este renovado poema, “Sacramento de la piedra”, ahora en busca de editor.

Desde mi confinamiento en la Ciudad de México, solsticio de otoño de 2020.

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