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Un parásito en el camión

Fredi Figueroa

Monterrey, Nuevo León

Me pregunto a dónde van las miradas en el transporte público. Las que más me llaman la atención son las que se enfocan en las ventanas. No sé a dónde van, pero me queda claro que no quieren estar ahí. La del obrero, de la señora del aseo, ¿cómo cambiaría la vida de estas personas con unos billetes más en su bolsa?

Años atrás, Alejandro González Iñárritu contó: “Mi padre decía que la depresión es una enfermedad de la burguesía. Los trabajadores no se pueden regodear en la melancolía”. Yo creo que lo que quiso decir es que los trabajadores no se deben regodear en la melancolía, porque claro que pueden. La sociedad tendría que estar todavía más jodida para pensar que un obrero no puede ponerse melancólico. Claro que puede, pero no debe. Eso no genera dinero y, si no hay dinero, no hay qué comer.

Eso me llevó a reflexionar para qué sirve ver una película. Si no va a hacer cambiar al mundo, ¿cuál es su legado? Esto es algo de lo que me dejó ‘Parásito’, ganadora del Oscar 2020 como Mejor Película.

“No es rica y agradable, es agradable porque es rica”

Una madre que vive al día, sin saber con certeza lo que sus hijos van a comer, claramente no es una madre rica, pero, ¿agradable?

Es más fácil saber si alguien es rico que agradable. Lo primero es visible y ostentoso; lo segundo, es relativo. Para unos, agradable es sonreír solo para caer bien; el ser agradable se confunde con la ingenuidad, que en algunas personas ricas es vivir en una burbuja de ficción que nunca se quiere abandonar ni se tiene la necesidad de. ¿Dejar de comprar vestidos de mil dólares solo para voltear a ver la realidad? No, gracias. Así como la madre millonaria no tiene tiempo de ver la realidad, la madre que vive al día no tiene tiempo de fingir por el qué dirán.

Pero a una madre que vive al día, todo eso no le importa. Por sus hijos, si hay que arrastrarse por el suelo, lo hará; si hay que esquivar un cuchillo para luego ensartarlo en alguien más, lo hará; si hay que fingir ser agradable, lo hará.

“Tu padre, una cucaracha”

La película dibuja la realidad de dos mundos en uno mismo. La forma de mostrarla es tan real como pintoresca: por un lado, ver cómo los grandes dramas de los ricos son tan graciosos (hasta en los problemas se ven perfectos), mientras que los problemas de los pobres son una hecatombe que los deja sin hogar.

Y la cinta me llevó a comprobar datos que me parecen evidentes cuando salgo a la calle: según la UNAM, en nuestro país hay 7 personas pobres por 1 rica. En cifras más alarmantes, hay 84 millones de pobres por 12 millones de ricos; en cifras todavía más alarmantes, más de un tercio del dinero que hay en México se divide solo en el 10 por ciento de la población; y en cifras mucho, pero mucho más alarmantes, según la estimación de los expertos, nos llevará 300 AÑOS para poder eliminar esa brecha entre ricos y pobres en México. Lástima que la pobreza nos matará antes de ver eso.

Un padre no solo debe proveer dinero, sino enseñanzas. El padre de la familia sin dinero no cumple con proveer lo primero, pero sí, a su manera, con lo segundo. En algunos lapsos, los hijos dejamos esa egolatría absurda en la que nos creemos los dueños de la verdad para buscar un cobijo en la sabiduría de nuestros viejos.

En ‘Parásito’, el padre nos enseña a no planear. El mismo hombre que decidió callar decidió no planear. Sus acciones tienen milésimas de segundo de anticipación. Estar, para él, no implica metas, riesgos ni objetivos. Implica emociones que se han quedado guardadas para no interrumpir esa burbuja de “estar bien”. Es una fórmula dolorosa pero soportable que le ha funcionado para llegar a otro día sin deudas y con la posibilidad de tener un bocado.

Y aquí hay un necesario sin embargo: en la juventud hay una chispa que, por default, te hace soñar con ir por más. Una especie de antídoto natural a la conformidad. Por eso los niños y los jóvenes sorprenden con sus sueños.

“¿Qué es la vida?”

A veces pienso que no es una pregunta tan rebuscada. La vida es cada día. La vida es lo que te toca, lo que te corresponde y lo que buscas. La vida va en el camión del transporte público o en una cena lujosa. La vida duele, molesta, alegra, emociona, motiva, desmotiva… cualquier palabra que diga más su equivalente antónimo. Así que, si la vida es todo, ¿por qué limitarla con una respuesta sobre qué es la vida?

La vida ha cambiado en formas, no en fondo. La película nos demuestra que, hoy en día, tocar el botón de enviar en un celular es tan poderoso como lanzar un misil. Las amenazas, las venganzas, el adoctrinamiento, la represión y el castigo son realidades que nunca dejarán de existir, como los colores y la música clásica. Solo que hay de intereses a intereses que hacen que esas palabras adquieran mayor magnitud y por tanto los efectos sean diferentes.

En la vida hay antónimos necesarios. El bueno y el malo, por ejemplo. Es difícil hallar equilibrios, pero es todavía más difícil que alguien se interese en hallarlos.

Me queda claro que esto no es exclusivo de México, es exclusivo del ser humano. Hay pobreza, hay brechas cada vez más grandes entre ricos y pobres, hay falta de comunicación pese a vivir en la generación con más dispositivos de conexión en la historia, hay invisibilidad, hay grupos vulnerables, hay minorías silenciadas y hay dolor. Y claro que hay esperanzas, como la educación, en la cual creo completamente, pero no en la educación de papel y diplomas, sino en la educación que se lee en un “buenos días” con una sonrisa sincera. Otra vez, la urgencia de escuchar más allá de las palabras y empatizar.

Termino el texto y me vuelvo a cuestionar: ¿para qué sirve ver una “buena” película? Quizás a usted le sirva más una pintura y a otras personas una canción, un baile o una escultura. Eso espero, aún no pierdo la fe de la catarsis a través del arte.

Lee la reseña completa en: https://fredifigueroa.wordpress.com/2020/03/17/un-parasito-en-el-camion/

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