• Spotify
  • Mapa Covid19

El tapado que vos matáis goza de cabal salud

El tapado que vos matáis goza de cabal salud

 

Juan Carlos Gómez Aranda

Analista político y experto en comunicación estratégica

A pesar de que la vieja práctica política del tapadismo se niega e intenta exorcizar, sigue presente su esencia que es intentar ocultar a un personaje favorito con el propósito de desviar la atención que recibe y de paso poner a prueba la lealtad de los nominados que acompañan al delfín.

Recientemente, el presidente López Obrador arrancó la competencia para su sucesión al mencionar a integrantes de su gabinete como posibles portadores de la estafeta de la 4T. Dijo que el relevo generacional podrían encabezarlo Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard, Tatiana Clouthier, Rocío Nalhe, Juan Ramón de la Fuente o Esteban Moctezuma. Sin embargo, para despresurizar, días después agregó sin mencionarlos por su nombre a líderes parlamentarios.

Es imposible no traer a la memoria al cuestionable personaje del tapado, cuya representación gráfica nació precisamente en las páginas de Excélsior, donde su imagen y leyenda surgió de la pluma de Abel Quezada en 1957, durante la postulación presidencial de Adolfo López Mateos. La figura del hombre de traje, corbata y encapuchado que creó el genio de Quezada y ocupó una etapa de la política nacional apareciendo al final de cada sexenio, está resucitando con variantes.

La lista de presidenciables dada a conocer inicialmente por el jefe del Ejecutivo, al margen de su partido, coincide en número con la del proceso sucesorio de José López Portillo quien en 1980 se asumió como el fiel de la balanza, condujo el futurismo presidencial y pronunció las palabras mayores donde los aspirantes fueron Miguel de la Madrid, Javier García Paniagua, Jorge de la Vega Domínguez, Enrique Olivares, Fernando Solana y Pedro Ojeda Paullada.

De la misma manera, en 1987 para el relevo de De la Madrid, fueron otra vez seis los ungidos: Carlos Salinas, Manuel Bartlett, Alfredo de Mazo, Miguel González Avelar, Sergio García Ramírez y Ramón Aguirre. El cambio en este caso fue que el presidente confió en la experiencia e institucionalidad de Jorge de la Vega para que el proceso se operara desde el PRI y no en el despacho presidencial, lo que en su momento se consideró como un avance democrático.

La diferencia con lo que está ocurriendo ahora, es que la competencia iniciaba en el quinto año de gobierno. También, que antes los nombres se susurraban desde Los Pinos y ahora se anuncian abiertamente en Palacio Nacional.

 En la liturgia del pasado, cuando alguien intentaba adelantar los tiempos era disciplinado. Así lo hizo Lázaro Cárdenas, quien primero refrenó los ímpetus de Manuel Ávila Camacho y de Francisco J. Mújica, a quienes después separó del cargo junto con Rafael Sánchez Tapia, para que realizaran campañas de proselitismo sin utilizar el cargo oficial para beneficiarse políticamente.

En sus memorias, López Portillo narra que, cuando en 1981 se desató el futurismo presidencial, le causó irritación y, aunque quería esperar todo lo que se pudiera, entendió que no podía terminar el año sin candidato.

Solo el tiempo nos dirá si dar el banderazo de salida de manera prematura a la lucha sucesoria sirve a la ampliación de las libertades políticas y a la estrategia presidencial.

Sin embargo, anticipar el proceso conlleva algunos riesgos como la sobre exposición de los aspirantes; se mina el poder del gobernante pues muchos actores de la vida política y económica quizá prefieran tratar con el precandidato que consideren más fuerte; los nominados se distraen de sus funciones más preocupados de su futuro que de cumplir con sus obligaciones y en un descuido o euforia pueden violar la ley electoral; padecen canibalismo político y fuego amigo y, se desaíra y debilita al partido en el poder alentando la cargada -inducida o espontánea- y la pugna interna.

Además, se engaña a los electores y a los mismísimos tapados. Pero claro, desde Sun Tzu el arte de la guerra –y de la política– está basado en el engaño.

También, puede ocurrir que algunos cuadros que se asuman excluidos luchen con barruntos de división como lo hizo Juan Andreu Almazán en 1939, quien desobedeciendo al presidente Cárdenas presentó su candidatura. De igual manera en 1987, cuando Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo y un grupo de priístas renunciaron a su partido para crear la Corriente Democrática.

Es cierto, abrir la baraja desde ahora tiene la ventaja de que el presidente puede

continuar gobernando con menos atención de detractores que dispersarán sus esfuerzos. Dirigir los reflectores hacia otros terrenos sirve al discurso del cambio y mayor apertura, a la confirmación de la existencia de un mayor número de opciones en la cancha gubernamental y es un distractor que encubre en cierta medida al verdadero sucesor que, para protegerlo, lo tapan.

 

Twitter: @JCGomezAranda

Email: jcgomezaranda@hotmail.com

Compartir:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *