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Jesús Martínez Soriano

Toronto, Canadá. Transcurría el año de 1991, año en que realicé mi primer viaje al extranjero, precisamente a esta ciudad y a este país; había yo llegado aquí por invitación de un amigo al que conocí en la Universidad y quien con el transcurrir de los años se volvió entrañable. Ambos arribamos a la Ciudad de Toronto a principios de noviembre, en un muy frío otoño. Fue un viaje casi de mochila al hombro, pues íbamos desprovistos de los atuendos necesarios para enfrentar los climas gélidos que aquí se registran y con muy pocos recursos, apenas para poder sobrevivir solo algunos días en una nación de primer mundo que para el nivel de nosotros siempre resultará mucho más costoso. Aquí pasé la primera Navidad fuera de casa, del ambiente familiar, que es lo tradicional entre nosotros, los mexicanos. Después de ello, he tenido la oportunidad de haber permanecido otras seis épocas de Navidad en este mismo país, en donde he experimentado momentos gratos y otros no tanto, que me gustaría compartir con los lectores.

Primera Navidad en el exterior: Del desamparo al regocijo

Arribamos mi amigo yo a Toronto a un departamento en el que vivían cuatro personas, familiares de él, planeado pasar unas dos semanas y después regresar a México; desde el primer día una de ellas, su sobrina, nos expuso las reglas que prevalecerían en dicho departamento y nos exigió el primer pago de la renta mensual y la contribución para la comida. Recuerdo haber cubierto menos de la mitad de todo ello porque, además, debíamos adquirir el bono de transporte mensual, cuyo costo en ese entonces era de unos 50 dólares. Ante esa situación, teníamos que encontrar un empleo rápidamente. Todos los días salíamos a diferentes lugares, enfrentando el frio inclemente, que ya para esas fechas empezaba a descender de los 0 grados Celsius, no contando con la vestimenta adecuada. Pero no era sencillo encontrar un empleo sin documentos de trabajo, que no teníamos permitido conseguir, dado nuestro status de turistas, contando con un nivel muy muy básico de inglés, además, con una economía en recesión que de acuerdo con el Banco Mundial en 1991 el PIB de Canadá se contrajo -2.1% (https://data.worldbank.org/indicator/NY.GDP.MKTP.KD.ZG?locations=CA&start=1990).

El primer empleo que encontramos fue en el periódico Toronto Sun, conjuntando todas las secciones impresas del diario, en el turno de la noche, que iniciaba alrededor de la medianoche y concluía en la madrugada; el pago era muy bajo y con pocas horas 5 o 6 a lo máximo; la gente permanecía formada a las afueras y había ocasiones en las que debíamos regresar debido a que se habían reunido las personas requeridas. Así transcurrió prácticamente todo el mes de noviembre; el panorama era desolador, por lo cual no descartábamos regresar a México antes de seguir acumulando deudas. Pero llego diciembre, que en muchos sentidos tiene una especial magia, y las cosas empezaron a cambiar para bien. Encontramos un empleo en la hidroeléctrica Ontario Hydro, en un edificio de unos 30 pisos que se encontraba en remodelación interna. El salario era bastante aceptable, aunque los niveles de exigencia también. Me presenté el primer día con Alan Hieber, un canadiense de tez blanca y unos dos metros de estatura, originario de la provincia de Newfounland and Labrador, quien sería mi jefe y de quien terminé ganándome su aprecio debido a mi trabajo. Previo a la Navidad, tuvimos un periodo de vacaciones de dos semanas, pero en el último día de trabajo de ese diciembre, hubo un sorteo para otorgar un regalo de Navidad, consistente en una tarjeta de 100 dólares, el cual obtuve yo de entre cerca de 100 trabajadores. Mi sorpresa era mayúscula, pues yo casi no he tenido suerte en las cosas del azar, pero quizá fue aún mayor cuando me enteré, por medio del líder sindical, que no había sido cuestión de suerte, sino que todos los papeles del sorteo tenían escrito mi nombre por decisión de Alan, mi jefe, quien gozaba de gran respeto en la compañía y a quien recordaré siempre con enorme cariño.

Con eso dinero adquirí un radiograbador, con tocacintas, debido a que en el departamento solo había un aparato de radio, el cual no lo disputábamos las siete personas que ahí vivíamos. Todos éramos jóvenes prácticamente de la misma edad, quienes en esos momentos vivíamos un gran momento, una gran aventura. Unos días más tarde fui a Montreal a visitar a un amigo a quien conocí en la Universidad, ya viajando yo solo en autobús y con cierto temor por los problemas del inglés, pero con un poco de mayor confianza en mí mismo, para pasar allá la Navidad. En la Noche Buena cenamos en un restaurante estilo francés en la famosa calle Sainte Catherine. Fue ésta, sin duda una de las navidades más bonitas que yo recuerdo haber vivido en este país.

Los cafés, las donas y los villancicos del trayecto Toronto-Hamilton

Era diciembre de 1992, la segunda Navidad que pasaba yo fuera de mi entorno familiar. En la compañía para la cual yo trabajaba nos ofrecieron laborar, en doble turno, todo el mes de diciembre hasta el día 24, en Hamilton, una población hoy de poco más de medio millón de habitantes ubicada a unos 80 kilómetros de Toronto viajando en automóvil, con un trayecto de una hora. Alan Hiebert, mi jefe anterior, había ascendido a manager general y mi jefe directo era Rhon, un canadiense blanco de cabello largo y aspecto amable, quien fuera mi compañero de trabajo en Ontario Hydro. En Hamilton Rhon me trató con mucha consideración y prácticamente mi labor era acompañarlo en todas las tareas de supervisión. Un gran tipo al que también recuerdo con mucho agrado y quien, por cierto, en aquella época me ofreció su apoyo para quedarme residir definitivamente en Canadá, pero a lo cual me rehusé. Para el traslado de ida y regreso de Toronto a Hamilton, otro compañero de trabajo, Rhon, se ofreció darnos aventón, en un auto compacto de su propiedad, a cuatro personas: Dos jamaiquinos cuyos nombres no recuerdo; Pedro, un salvadoreño, y quien esto escribe. Rhon, era un canadiense a quien apodamos Tyson por su parecido físico con el famoso boxeador estadounidense, era un tipo joven, de unos 25 años de edad, de tez negra y delgado; de carácter amable, alegre y muy entusiasta.

Todos los días Rhon pasaba por nosotros a la estación del metro Islinton, de la línea 2, en punto de las 6:00 a.m. y nos regresaba a la media noche. Ya en el trayecto dos cosas resultaban insoslayables: por un lado, escuchar música navideña, pues a Rohn le encanta a sintonizar la radio o poner sus tocacintas y, por otro, pasar por un café y una dona, que terminaba siendo nuestro desayuno. Una persona diferente iba pagando por día, pero cuando tocaba mi turno ninguno de ellos me dejaba pagar; todos eran mayores que yo y mi apariencia física hacía pensar que yo era aún más joven. Creo que todos ellos me veían con un sentimiento protector. Pero era Rhon quien mayor afecto me manifestaba, en ocasiones pedía un sándwich o un beagle y me lo entregaba y a pesar de que yo le decía que no podía hacer eso o cuando le intentaba pagarle él siempre lo rechazaba. El 24 de diciembre arribé puntual al mismo lugar, alrededor de las 5:35; esperé varios minutos sin que ninguno de mis compañeros llegara; transcurría el tiempo y tampoco Rohn lo hacía. Eran ya las 6:00 a.m. y el frío era insoportable, por lo que ingresé al interior de las instalaciones del metro cuyo servicio inicia a esa hora, para adquirir un poco de calor; esperé hasta las 7:00 a.m., hora en que decidí ingresar a la estación de regreso a casa, cuando de pronto observé el auto de Rohn arribando a la estación. Se disculpó por la demora y me preguntó sorprendido por el resto del grupo, ante mi respuesta de que nadie había llegado, decidimos trasladarnos a Hamilton.

Rohn iba muy contento, me decía constantemente: “Ya llegó la Navidad, observa que todo se ve más bonito”, yo le respondía: “tienes razón”, pero no obstante el entusiasmo que me contagiaba, yo estaba demasiado agotado por la acumulación del cansancio y por la prolongada espera de esa mañana, que al poco tiempo me quedé dormido, despertando poco después cuando él me decía: “Hey my friend, no te duermas, es Navidad”, al tiempo que me preguntaba “vamos a pasar por el café y las donas?” Le respondí afirmativamente, pero le dije que ahora sí me tocaba pagar. Al final no me dejo hacerlo y además me pidió un combo completo de comida en recompense al retraso de ese día, me reiteró. Ese día 24 nuestro turno terminaba a las 5:00 p.m., por lo que me recomendó apresurarme todo lo posible para que a esa hora ya estuviéramos en el auto listos para partir del lugar. Así lo hice y en punto de las 5 emprendimos el regreso a Toronto.

Por el día y la hora, el tráfico era demasiado intenso; tuvimos tiempo suficiente para hablar de muchas cosas; me contó que tenía poco tiempo de casado, que tenía una bebé menor de un año y que no había tenido hermanos. Me invitó a su cena de Navidad que compartiría solo con su esposa y su hija, pero le respondí que ya había yo planeado cenar en casa de unos amigos, cosa que lamentó, pues me dijo que me empezó a tener aprecio porque escuchaba que los jefes hablaban bien de mi y por mi forma de ser. Yo también le conté parte de mi vida y empezaba a sentir mayor aprecio por él. Llegamos a Toronto, en donde se detuvo al lado de una estación del tranvía y se bajo del auto para despedirse de mi, me dio un abrazo que sentí muy sincere y me deseó Feliz Navidad en español, frase que había aprendido de la canción de José Feliciano. Me reiteró la invitación a su cena de Noche Buena, pero le recordé que tenía compromiso. El sabía que yo regresaría en poco tiempo a México y me deseó la mejor de las suertes. Fue el último día que ambos nos vimos porque jamás volví a saber nada de él; ahora lo recuerdo con gran nostalgia y cariño. Un fuerte abrazo Rohn en donde quiera que te encuentres. Feliz Navidad a todos los lectores.

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3 Comentarios

  • R. Pérez 24 de diciembre de 2022

    Hoy en especial es muy grato leer este tipo de historias tan mágicas y reales a la vez ya que a través de la vida todos nos hemos topado con personas, que sin saberlo, trascienden en nuestro corazón.
    Gracias por compartir tan bellas experiencias y Feliz Navidad al autor! 😊🌲⛄❄

  • Luis G. L. Santibáñez. 24 de diciembre de 2022

    Bonita, historia. Que lastima no poder cenar con tu amigo. Espero se encuentren y puedan reanudar esa cena. Saludos desde Huajuapan de León. Feliz Navidad. Fuerte abrazo.

  • Carlos Fidel 24 de diciembre de 2022

    Excelente narración. Una pequeña historia de amistad, que en estos días, es un tesoro, para todos los viajeros e ilegales, que transitan por todos los cuartos de su casa (el mundo). Con singulares aportaciones de la cultura y vida de Canada, es sencillo imaginar, el ya haberlo visitado. Feliz el poder conocer, aprender y comprender, de esos países de primer mundo, y no solo nuestros vecino, sino también de Canadá.

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