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Letras Desnudas

Mario Caballero

¿Conoce los retratos de Francis Bacon? Son cuadros majestuosos, pero horrendos. En ellos el cuerpo del que es retratado se descompone hasta hacerse irreconocible. Los músculos se tuercen y los rostros se distorsionan. Las caras y las piernas se pierden en el óleo y el color se disuelve en tensiones que resultan muchas veces imposibles de reconocer. Es el arte de la desfiguración.

¿No ha sido eso nuestra política en los últimos años? ¿Una política desfigurada que arremete contra sus fundamentos: el equilibrio del poder, el sentido de la representación, la canalización del conflicto, el mando de la ley y la procuración del interés común? Una política que ha perdido por mucho los elementos básicos de la democracia para conducirnos a un pluralismo sin tono, sin color, sin una imagen clara y entendible: totalmente deformada como los lienzos de Bacon.

Lo que pasa ahora mismo en la política es un fenómeno que nos afecta a todos. Pues de la política dependen nuestros gobiernos y de lo que éstos hagan dependen nuestra estabilidad social, el crecimiento y el futuro.

Mucho se nos ha contado que el siglo XXI llegó de la mano del reformismo. Cambiar para alcanzar un mejor presente. Se nos ha dicho que, gracias a una serie de cambios ambiciosos en materia política, nos soltamos de las cadenas del siglo XX para establecernos finalmente en los tiempos que nos demanda el mundo. Sin embargo, México sigue igual o peor que hace 20 años.

Lo que ocurre con los partidos políticos es reprobable. Todo lo que hay en su interior son pleitos por el poder, sin propósitos, sin propuestas y razones concretas. Esto ha derivado en una vida política que no gasta esfuerzos en pensar ni decir para qué se quieren las cosas, para qué los puestos, para qué las candidaturas y para qué el poder.

Se pensó que la creación de más partidos políticos sería un error. Empero, eso vino a enriquecer la democracia, vigorizar la competencia y multiplicar las alternativas de gobierno. Algo pasó en el camino. Lo que tenemos hoy es una profunda descomposición del sistema de partidos.

La ideología, esa brújula de cada militancia, está difuminada, borrada o, en algunos casos, extraviada. Llegamos al punto de no saber quién es quién. Da lo mismo si se mira a la derecha, a la izquierda o al centro. En realidad, no hay ni derecha ni izquierda ni centro. Sólo hay congregaciones de políticos que pelean por espacios de poder como si eso fuera su único fin.

Por ese vacío de ideales, los partidos están en crisis. ¿En qué creen? ¿Qué apoyan? ¿Contra qué están, en qué se distinguen unos con otros?

Ahora que están de moda las causas, los partidos se cuelgan de la que les dé más ganancias electorales.

¿Cuál de todos apoya la iniciativa privada, las libertades individuales, la defensa de los derechos humanos? ¿Cuál vota por el estatismo, el militarismo, el conservadurismo? ¿Cuál prefiere el mercado global y cuál por encerrarse? ¿Cuál ofrece una estrategia de seguridad, de pacificación, de mejorar las condiciones laborales, educativas o de salud? Ciertamente no se sabe. La vida se les va en el discurso de coyuntura y en ataques el uno al otro, sin sentido ni propuesta.

El PRI, sin duda la institución política con los mejores y más progresistas estatutos, está desdibujado y no importa cuán precisos o fundamentados estén sus críticas al presidente de la República, al gobierno o al partido gobernante. Perdió la brújula y, por lo mismo, también le está costando convertirse en un verdadero partido de oposición.

¿Realmente qué bandera tiene cada partido?

El PAN, por ejemplo, instituto con un preponderante pensamiento de derecha, siempre prefiere decir que es humanista sin que ninguno de sus militantes sepa a ciencia cierta con qué se come eso. Y ojalá fuera humanista, pero lo único que tiene en su capital político son prejuicios, creencias sin identidad y casos de corrupción tan escandalosos que ninguno en su dirigencia ha dicho nada.

Se oponen al aborto, al matrimonio igualitario y a todo aquello que se considera inmoral o contrario a las buenas costumbres. A contrapelo, hay muchos casos de panistas que encubren a sacerdotes pederastas.

El PRD es un partido a la deriva, convertido en una tribu de caníbales. Nada queda de aquella institución que alguna vez albergó entre sus filas lo mejor de las fuerzas izquierdistas y que representó la oposición más genuina y llena de argumentos inteligentes. Si alguna vez hubo una verdadera alternativa política fue el Sol Azteca.

Hoy, por desgracia, no es un partido sino un corporativo que cada día amanece más abandonado. El conflicto interno parece ser su única política pública y de seguir por esa senda pronto toda su militancia podrá caber en un cubículo.

A lo que llamamos derecha, izquierda y centro, no hay ideas sino sólo pleitos, tribus, canonjías, complicidades, golpes y grupos políticos que sólo buscan el poder por el poder mismo.

Sin embargo, todo ese fenómeno tiene en parte su fundamento en lo que se ha llamado gatopardismo político o camaleonismo.

GATOPARDISMO

El origen del término gatopardismo surge de la novela italiana “El gatopardo” del escritor Giuseppe Lampedusa, publicada a mediados del siglo pasado, que en lenguaje político se refiere a la premisa de “cambiar todo para que nada cambie”, es decir, la estrategia de simulación para evitar cambiar el sistema que favorece a unos cuantos y perjudica a todos, haciéndonos creer que ahora sí va a revolucionar la forma de gobernar cuando en realidad los planes son muy distintos.

En el gatopardismo caben todos los actores políticos que no cuentan con ideales, que no tienen formación ideológica, sólo hambre de poder. Si no tienen oportunidades de crecer dentro de su militancia, brincan a otra. Por eso vemos la rapidez con que cambian de partido como si se cambiaran de ropa interior, según sean sus conveniencias y no sus convicciones.

Ejemplos hay muchos. Uno de ellos es Ismael Brito Mazariegos, actual diputado federal por Morena y antes militante del PRD. A pesar de haber pertenecido y pertenecer a dos de las instituciones partidistas más combativas dentro de izquierda política, nada hizo por promover las causas de los ciudadanos a mejores empleos o mejores servicios de salud, ni por defender el derecho social, ni por generar proyectos o propuestas que beneficiaran a las personas que representó o gobernó. Todo lo contrario, sólo buscó el beneficio personal y en este momento utiliza el cargo para extorsionar a cuanto presidente municipal se le atraviese para llenar el cochinito.

ABRIR LOS OJOS

El vacío de ideología y gatopardismo son razones que impiden a mucha gente identificarse con los partidos. Es la desfiguración política cuyo único remedio tal vez sea el voto consciente e informado de los ciudadanos.

Llegó la hora de abrir los ojos para ver lo que sucede y abrir la boca para debatir lo que realmente importa. De lo contrario, seguiremos siendo gobernados por mujeres y hombres hambrientos de poder, como Brito Mazariegos, que sin ideología ni vocación de servicio pretende ser candidato a gobernador de Chiapas.

yomariocaballero@gmail.com

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