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Letras Desnudas

Mario Caballero

La violencia, sin importar su forma y cuál sea el motivo que la origine, siempre será inadmisible. Sin embargo, descalificar a rajatabla los hechos violentos y vandálicos ocurridos durante la marcha del pasado ocho de marzo, resulta hasta prejuicioso.

Acaso, ¿habría que esperar reclamos suaves de una madre a la que le asesinaron a su hija o solicitudes dulces de una joven estudiante que fue violada por un taxista cuando iba de regreso a su casa? Oigan, no queremos molestar, pero si no es mucha molestia quisiéramos que no nos mataran, que no nos violaran, que no arrojaran nuestros cuerpos desmembrados en terrenos baldíos. ¿Así suplicaría usted si hubieran raptado a su hija y luego encontrada entre matorrales con señales de violencia? Yo creo que no. Sobre todo, cuando vemos a las autoridades no hacer nada para enfrentar los crímenes contra las mujeres.

Ciertamente, al prestar mayor atención a los destrozos que a la profundidad del fenómeno, nos estamos olvidando de lo importante: la violencia contra la mujer. A saber, entre diez y once mujeres son asesinadas todos los días en México. Es decir, mientras se llevaban a cabo las protestas en el marco del Día Internacional de la Mujer, otras once mujeres fueron asesinadas. Eso es lo que a todos debería importarnos y no cuántos cristales fueron rotos o cuántos destrozos, pintas y desmanes se cometieron.

El 8 de marzo debe ser una fecha para ponernos a pensar qué hemos hecho como sociedad ante la crueldad contra las mujeres. Sepamos que en México 4 de cada 10 han sido violentadas y que 6 de cada 10 se sienten inseguras cuando salen a las calles. Por eso, hoy corresponde escuchar el dolor de las víctimas, no revictimizarlas.

EN SUS ZAPATOS

Siempre se ha creído que ser mujer en un país de machos es estar en peligro constante. Además, al tiempo que sus libertades son coartadas, tampoco están seguras ni en su propia casa. Los Registros de Mortalidad del INEGI informan que uno de cada tres feminicidios ocurre en el hogar y casi siempre por la pareja, algún familiar o persona conocida.

Si nos atreviéramos a ponernos en sus zapatos comprenderíamos que por el miedo las mujeres están obligadas a aprender desde niñas a cómo sentarse, cómo mirar, cómo sonreír, cómo saludar y hasta cómo divertirse, para que así ningún hombre, desconocido o no, lo cofunda como una provocación.

Y si son tachadas de calculadoras, es porque fueron obligadas a serlo debido al peligro que corren diariamente. Si en una calle solitaria se topan con un grupo de hombres, tienen que calcular sus opciones para salir ilesas; si van solas en un taxi y de pronto éste toma un rumbo desconocido, tienen que calcular cómo salir de ahí; si alguien las sigue en la noche, tienen que calcular si pueden correr con los zapatos que llevan puestos; si se quedan solas en la oficina y uno de sus compañeros las queda viendo fijamente, tienen que calcular si pueden defenderse. Y si las lastiman, tienen que calcular cómo explicar que las lastimaron, para que les crean.

En México las cosas han sido así para las mujeres. Aunque, es innegable la manera exponencial en que los abusos han ido en aumento en los últimos años.

Según datos del Índice de Paz México 2023, la violencia sexual constituye dos tercios de la violencia que experimentan las mujeres en los espacios públicos, y alrededor de dos tercios de esos mismos actos son cometidos por extraños.

En 2022, se alcanzó un nuevo récord en la cantidad de llamadas de emergencia que informan incidentes de violencia sexual, con 6 mil 977 llamadas. Esto equivale a un incremento del 13.1 por ciento desde 2021 y es casi el doble de lo registrado en 2017.

En el caso del feminicidio, en 2022 se denunciaron 968 casos, un aumento del 127% con respeto a 2015. El año anterior, aproximadamente uno de cada cuatro asesinatos de mujeres en México fue clasificado como feminicidio.

Por eso, ¿cómo pedir suavidad en los reclamos? Lo pertinente es reconocer la fuente del enojo.

Además, ¿cómo pueden ellas estar seguras si desde el poder se les ha criminalizado y socialmente siguen siendo discriminadas?

En primer lugar, el machismo de los mexicanos ha implantado la idea de que el lugar de las mujeres está en la casa, en la cocina y en el cuidado de los hijos.

Segundo, el propio presidente de la República ha dicho que detrás de los movimientos feministas hay oscuros intereses políticos. Incluso ha culpado al neoliberalismo de la descomposición del tejido social, es decir, a un modelo económico. Es como si dijéramos que la culpa de que hayan matado a nuestra compañera de trabajo es porque el gobierno tuvo la maldita idea de firmar un tratado comercial. Así de ilógico.

Para mayor inri, días antes de la marcha varias funcionarias del gabinete presidencial, quienes tampoco parecen entender la dimensión del problema, desvirtuaron el movimiento con términos ocurrentes como “fakeminismo”. Trataron de apoyar el argumento del primer mandatario sobre la manipulación de la que supuestamente fueron objeto las millones de mujeres que el pasado viernes salieron a exigir respeto, seguridad y un alto a los feminicidios.

Pero no fueron las únicas. Aquí en Chiapas el presidente municipal de Tuxtla Gutiérrez, Carlos Morales Vázquez, de extracción morenista, ha humillado y despreciado durante sus dos periodos de gobierno las denuncias de varias trabajadoras del Ayuntamiento que han sufrido acoso sexual por parte de sus superiores, ante lo cual ha contestado que los funcionarios son las verdaderas víctimas de esos señalamientos, a los que califica de falsos, y nunca hizo nada en contra de los abusadores porque, y lo cito, “se quedaría sin funcionarios” (sic).

Valga decir que en el año previo la capital del estado fue el municipio con el mayor número de casos de feminicidio. En todo Chiapas hubo cerca de 40.

A la sazón, si no hay compromiso por parte de los gobernantes e instituciones, ¿cómo puede una mujer sentirse segura, vivir en paz y tener una vida plena?

ENTENDAMOS

Así que no se trata de locura la violencia presente en las protestas feministas de hace unos días. Tampoco es ceguera. Eso que parece una ofensa es un grito de desesperación y una exigencia a ser escuchadas. Las mujeres no pueden seguir siendo violadas, lastimadas y asesinadas por el simple hecho de ser mujeres.

Como sociedad es nuestro deber cambiarnos el chip que nos llevó a ser un país de machos. No obstante, sobre el gobierno recae la responsabilidad de diseñar e implementar políticas públicas que busquen, primero, cerrar la brecha de desigualdad de género, para que las mujeres y los hombres tengan las mismas oportunidades de superación personal y profesional. Asimismo, combatir la impunidad en todos los delitos contra la mujer.

Entendamos que las mujeres no son las que tienen que cambiar de actitud, su forma de vestir o de ser. Lo que necesita cambiar es nuestra sociedad y nuestras instituciones. Aunque, a la verdad, ellas sí han cambiado. Hartas de que sus reclamos caigan en los oídos sordos de este y otros gobiernos, hoy salen a manifestarse contra la discriminación, la explotación y la violencia, igual que lo han hecho a lo largo de este sexenio.

yomariocaballero@gmail.com

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