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Lo que aprendí de doña Maclovia

Tuxtla Gutiérrez, Chiapas

Era una noche de domingo, del mes de noviembre del año 1986, cuando realizaba el internado médico en el Hospital General de Hermosillo, Sonora: estaba de guardia en Terapia Intensiva.

Uno de los pacientes que se encontraba en ese lugar, era una señora de nombre Maclovia, de 60 años de edad, que cursaba en su segundo día de atención por un infarto al miocardio. De súbito, doña Maclovia comenzó a decirme que era feliz, que toda su vida lo había sido, sin importar que cuando fue joven hubiese quedado viuda, y se sentía tranquila porque había luchado para que sus hijos salieran adelante.

Con una firmeza irrevocable, expresó que esa noche moriría; queriendo apaciguar su afirmación, le dije que no se preocupara pues su estado de salud iba mejor y al día siguiente pasaría a Terapia Intermedia. Ella, esbozó una sonrisa y dijo: “es usted el que no debe preocuparse doctor, uno presiente cuando se va a morir y ese es mi caso, con usted les dejo un saludo a mis hijos” y volvió a sonreír.

No me quedó más que mirarla con bondad y abrazarla, diciéndole “estará usted bien, ya verá”.

Una hora más tarde, presentó otro infarto y falleció, las enfermeras envolvieron su cadáver con unas sábanas blancas y el camillero lo llevó al área de descanso, en donde entregarían su cuerpo a los familiares. Me dirigí al pasillo y a solas lloré en silencio, me conmovió hasta el alma este hecho.

Ya repuesto, avisé a sus hijos que estaban en la sala de espera para darles el pésame y su último saludo, ellos se pusieron con un llanto inconsolable.

Pasaron los años… sin que aquel acontecimiento me deje de conmover, hoy en día me pregunto, cómo pudo doña Maclovia sonreír hasta el último momento.

Desde entonces entendí que la felicidad es una forma de ser y, que si bien existen cientos de libros que motivan el entusiasmo -como una especie de arte o ciencia para ser felices- en ocasiones es más feliz quien menos tiene o menos sabe.

El sabelotodo por lo general se vuelve soberbio y a veces no goza de una plática con los amigos, de un atardecer, o de una simple caminata a la orilla del mar. Son paradojas de nuestro tiempo. Para estar radiante y animado (la mayor parte del día), no existe una fórmula, sino es una actitud para superar lo adverso que se nos presenta en el transcurso de nuestra vida.

Así, puede ser más feliz un anciano de noventa años, que un joven de veinte, y puede ser más feliz quien no posee los pies para caminar, que el campeón de una Carrera Olímpica.

Con esto aprendí de doña Maclovia que estar en armonía con la existencia es una decisión personal, y que ser feliz hasta el último instante de nuestra vida, es la mejor manera de relacionarse con uno mismo.

Pues la felicidad no es un asunto de tener, sino una forma de ser ante sí mismo, para luego presentarse con los demás con entusiasmo, sin importar la circunstancia y el tiempo que existamos en el corazón de la tierra.

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