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Entre el exceso de confianza y la euforia inesperada, funcionarios, políticos y partidos olvidan al verdadero adversario

Juan Carlos Gómez Aranda

En el marco del proceso sucesorio presidencial, las coaliciones partidarias promueven a sus aspirantes entre el triunfalismo que prevalece en Morena por la ventaja que le otorgan las encuestas y la agitación que viven en el Frente Amplio Opositor, porque después de permanecer en la inacción, entre bostezos y resbalones, de manera insospechada tropezaron con el interés de la opinión pública y encontraron esperanzas.

De los aspirantes de Morena y sus aliados del Partido Verde y del Trabajo en gira, con excepción de Claudia Sheinbaum que recorre el país casi sin perturbaciones y Manuel Velasco que insiste en hacer llamados a la unidad y centrarse en las propuestas, los demás se quejan y denuncian en diferentes tonos. Ebrard sigue solicitando piso parejo, habla de fuego amigo y de posibles chicanas; Adán Augusto pide la renuncia de funcionarios estatales de su propio partido que entregaron despensas para boicotear sus eventos; Monreal expone el caso de las 900 mamparas y espectaculares que promueven a sus competidores y que nadie sabe quién pagó; mientras que Fernández Noroña exige que se fiscalicen los gastos.

En el Frente Opositor 13 pretendientes pasaron a la segunda etapa que consiste en la recolección de 150 mil firmas, foros y encuestas que definirán a los tres finalistas. Cuando todo era aburrimiento en esta esquina, de pronto el factor sorpresa fue la aparición en la escena de Xóchitl Gálvez, quien cuenta con la simpatía de diversos sectores, analistas y medios de comunicación, aun cuando todavía no presenta plataforma alguna. Que gustó, gustó y le vino a poner sal al proceso sucesorio y al debate, pues el presidente de la República se ha ocupado con frecuencia y paciencia de señalarla como una imposición de la derecha. Tampoco faltan los que creen que al principio Xóchitl se inscribió, como el caso de Monreal, para ganar visibilidad y estar en mejores condiciones para disputar la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México. Hoy, el futuro de Xóchitl es un enigma, pero arranca con el pie derecho tomando desprevenidos a tirios y troyanos.

Por su lado, Movimiento Ciudadano prefiere patear el bote y seguir navegando en la indefinición, aun cuando esta postura le atraiga críticas internas como las que ha expresado el gobernador de Jalisco, nubarrones y barruntos de división interna.

El contexto en que se desarrollan las actividades de los partidos es dubitativo. Por una parte, existe cierto optimismo por el crecimiento de la actividad económica, porque la inflación se ha ido moderando, porque estamos en pleno período vacacional de verano donde el país espera importantes ingresos por la actividad turística, el incremento de las remesas, la tasa de desempleo que se ubica en mínimos históricos, la llegada de capitales extranjeros por la relocalización de empresas y como cereza el tipo de cambio acaba de romper a la baja el nivel de 17 pesos por dólar, lo que las familias identifican como que la economía va bien.

En sentido contrario, existe preocupación entre la población por los hechos de violencia que se observan en regiones, inseguridad que con excepción de Manuel Velasco y Marcelo Ebrard, los aspirantes han preferido soslayar. Apenas el 3 de julio, 28 obispos católicos reunidos en Guadalajara declararon que la violencia en México ha escalado, que las autoridades faltan a su deber y que la política de seguridad del gobierno federal ha fracasado en todas sus líneas y ámbitos.

Al respecto, Manuel Velasco ha dicho que uno de los antídotos es el establecimiento del mando único policial en todo el país porque mejora la coordinación entre instancias y mandos en el terreno, fortalece la prevención del delito porque evita miles de planes municipales, favorece la concentración de fuerzas, reacción e inteligencia y pone en el centro el factor humano pues propicia la profesionalización y dignificación policial. Por su lado, Ebrard prefiere la utilización de tecnología de punta para combatir a la delincuencia, como la utilización de drones y reconocimiento facial.

Mientras tanto, los grupos delincuenciales son los verdaderos adversarios de México y de su sistema democrático por su capacidad de influir en resultados electorales. Por si alguien duda, vale la pena revisar la movilización de la semana pasada de bases sociales de Los Ardillos que «tomaron» Chilpancingo. Movieron a miles de personas pagadas o amenazadas de una zona específica de Guerrero que también pueden dominar electoralmente.

Esta demostración de fuerza criminal no solo anticipa que pueden ganar presidencias municipales y diputaciones en algunas regiones si instruyen sufragar al sustrato social que los apoya, sino que pone en la mesa la discusión sobre la efectividad de los programas sociales para restar adeptos a la delincuencia y la política de seguridad del país. Este será un tema ineludible durante las campañas legislativas y presidencial de 2024.

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