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Letras Desnudas

Mario Caballero

Hoy, en lugar de analizar un tema de coyuntura, dado que es Semana Santa, trataré de hacer un pequeño retrato del hombre que nos dio mucho: Juan Gabriel.

Fue el arquetipo de lo que ha significado la existencia para muchos hombres en México y Latinoamérica. No me refiero a otra cosa sino a eso de tener los pantalones bien puestos para sobrevivir y tener éxito, de tener valor para imponerse a la pobreza en una sociedad clasista, que siendo homosexual logró pasar a la historia en una tierra de machos. Seguramente, “Juanga” será la leyenda de liberación a través del arte, el instinto poético y la cursilería.

Creo que en el último siglo, Agustín Lara, José Alfredo Jiménez y Juan Gabriel formaron más memoria colectiva que todos los intelectuales, escritores y creadores que el país ha tenido. Lo cual no es bueno ni malo, tan sólo cierto.

Nació el 7 de enero de 1950 en Parácuaro, Michoacán. Hasta el día de su muerte compuso cerca de mil quinientas canciones en diferentes géneros como la balada, ranchera, pop, norteña, bolero, rumba flamenca, huapango, big band y hasta canciones de cuna que escribió para sus hijos. Ninguna mezcla le fue ajena, con facilidad pasaba del tex-mex a las cumbias con mariachi de discoteca.

Tuvo una infancia y juventud difíciles para una posterior riqueza que compartía con los más necesitados a través de sus fundaciones. A pesar de ser merecedor de múltiples reconocimientos y un artista de prestigio a nivel mundial, nunca perdió el piso. Vendió más de 200 millones de discos, más de 75 millones como productor musical y 50 millones más junto con Rocío Dúrcal. Sus canciones fueron traducidas al turco, japonés, alemán, francés, italiano, tagalo, griego, papiamento, portugués e inglés.

Es considerado uno de los más notables compositores y cantantes mexicanos de todos los tiempos. Pero la historia cuenta que Alberto Aguilera Valadez sufrió para llegar tan alto. Inició haciendo sus pinitos en el cabaret “Noa Noa” de Ciudad Juárez. Ahí ofrecía un vasto repertorio de imitaciones, desde María Félix hasta Sandro, que fue su principal modelo. Lo hizo viviendo en la miseria, el desprecio y la denostación.

El sociólogo argentino Horacio González, escribió: “El simulador es quien le dice al mundo que la vida es triste y todos podemos ser actores imaginándonos tener otra vida”. Así fue con Alberto Aguilera, quien pasó de las imitaciones a la creación de la figura más exquisita y sorprendente de la música popular mexicana: Juan Gabriel.

A diferencia de Sandro de América que era el novio excesivo, Juanga fue el novio imposible. Las mujeres podían coquetearle sin ningún pudor sabiendo que él nunca les haría caso, y los hombres lo piropeaban sacando de su interior la jotería del macho mexicano: “¡Dejo a mi esposa y te pongo departamento!”, oí una vez que le gritaban desde las galerías de un palenque.

Si algo le debemos a Juan Gabriel es que nunca cantó lo que no sentía y lo que no había vivido. Fueron su materia prima el amor, desamor, abandono, felicidad, orfandad, culpabilidad, odio, venganza y trató todos esos temas del dominio humano con mucha sensibilidad, tanto que se volvió cursi y todos los que gustamos de su música con él, excepto –supongo- que uno sea el abandonado o el que pierde a la madre. Ahí los versos no son cursis, sino indispensables: “Oscura soledad estoy viviendo yo/ la misma soledad de tu sepulcro, mamá…”.

Por eso lo seguimos a los palenques, a los teatros y al Palacio de Bellas Artes en 1990, donde cantó con la Orquesta Sinfónica Nacional de México. Éste fue sin duda alguna su mejor concierto, su mejor presentación, pero también el más criticado del fin del siglo pasado.

Antes de Juan Gabriel nunca antes en toda su larga historia el principal recinto cultural de México había albergado a un cantante de música popular. No. Nunca. Jamás. Lo que ahí siempre se había interpretado eran excelsas sinfonías u óperas. Nada de rancheras, boleros o Rock n´ Roll.

Por tanto, el periodista Víctor Roura se sintió indignado y dijo que, gracias a Juan Gabriel, Bellas Artes se ha había convertido “en un palenque, en un estudio de Televisa” cedido al “star system” de la televisora. En respuesta, Carlos Monsiváis calificó dicho concierto como un triunfo de la diversidad.

Monsi escribió: “El gran final. Juan Gabriel interpreta “Ya lo pasado pasado”, y pide un aplauso para el amor y ya luego desemboca, en acto de banalidad chovinista, en una canción en donde México resulta país único sobre la faz de la tierra ¡Viva México! ¡Viva México! De acuerdo, ¿y a propósito de qué? Pero ni ese final un tanto municipal y espeso, disminuye la apoteosis, la entronización íntima y colectiva del huérfano que es hoy el signo del cambio de los tiempos y de la capacidad de asimilación de la moral tradicional que, de seguir las cosas como van, terminará beatificando a Juan Gabriel”.

Obviamente, el Divo de Juárez jamás ascenderá al santoral, pero lo recordaremos por siempre.

¡Ah! Otra cosa que fue muy suyo. Juanga nunca fue un catrín, pues le gustaban las lentejuelas y los colores brillantes en su ropa. Tampoco fue un poeta, pero sabía elegir las palabras exactas para hacer que afloraran los sentimientos en nosotros y, a veces, ¿por qué no?, las lágrimas: “No vale la pena/ date cuenta de eso/ que lo que tú me has dado/ es una miseria/ son muy pocos besos para un enamorado”.

Versos demasiado cursis dirán algunos, y muy poco letrados dirán otros. No obstante, ¿quiénes lo acusaron de cursi y naco en este país tercermundista donde si no fuéramos nacos no necesitaríamos de la instrucción?

Bueno, al final de cuentas qué caso tiene a casi seis años de su muerte fijarse en eso si Juan Gabriel tal vez les diría a los catrines: “te pareces tanto a mí, que no puedes engañarme”.

En cuanto a la cursilería intelectual mexicana que exige hablar de cualquier tema (abra usted una revista o un periódico), hasta de Juan Gabriel, como yo aquí, haciéndole al catrín intelectual cuando lo único que quiero es hacer un pequeño retrato de lo que fue y representó Juanga para muchas generaciones de mexicanos.

Su irreverencia era la de la homosexualidad, pero también la de la plebeyez. Nació, creció y se sentía entre y de los rotos. Cantó y bailó para los catrines que cada vez más acudían a sus conciertos, pero no cantó a la catrinura, ni de clase social ni intelectual. Fue íntegro en sus pensamientos y en su forma de ser: “No tengo dinero ni nada que dar, lo único que tengo es amor para amar…”.

Juan Gabriel se nos fue el 28 de agosto de 2016. Se fue rápido y sin aviso, eso sí, como él quería: cantando a su gente.

Yo estaba en las playas de Puerto Arista cuando me enteré de su muerte. Un par de bañistas que acaban de ocupar la mesa de junto en aquel restaurant me dieron la triste noticia. Ahora que estoy en otra playa a miles de kilómetros de distancia, sólo me queda decir que Juan Gabriel, de aquí hasta el final del mundo, cantará cada día mejor. ¡Salud y paz! Sí, a quien tanto de eso supo darnos.

@_MarioCaballero

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