• Spotify
  • Mapa Covid19

Letras Desnudas

Mario Caballero

Una de las pocas cosas de las que muy poco se habla de los políticos y gobernantes por ser un bien intangible entre todas las personas es la dignidad. Pero es importante hacerlo porque es una cualidad humana que define su comportamiento personal y desempeño en el servicio público, que finalmente repercute en la vida de todos nosotros.

Tratando de encontrar bases firmes que nos ayuden a comprender mejor de que trata esta palabra, acudí a la gran proveedora de sabiduría: la Real Academia Española.

La RAE surte siete acepciones de dignidad, que no todas atienden a lo que buscamos. Como el hecho de la definición de “prebenda del arzobispo u obispo”. Pero hay otras dos que sí. Una de ellas dice que es la “gravedad y decoro de las personas en la manera de comportarse”. La otra que es una “cualidad propia de la condición humana de la que emanan los derechos fundamentales”.

No sé usted, pero creo que esta vez la Real Academia no fue tan sabia como siempre. Difiero en que la dignidad sea una cualidad propia de la condición humana, puesto que no es una condición innata de las personas. Nadie nace digno, sino se lucha, incluso por décadas, por serlo y toda la vida por seguirlo siendo.

Es más, actualmente la dignidad es uno de los pilares de los derechos humanos, que son al mismo tiempo una de las mejores construcciones culturales y jurisdiccionales de la humanidad. Por tanto, se entiende que todas las personas -por sólo haber nacido- tienen derecho a la dignidad.

En pocas palabras, no se nace digno, se pugna por ser digno. Y esto significa que todos, todos los días, en cada situación que vivamos, en cada acción que realicemos, en cada trabajo que desempeñemos, en cada reto que enfrentemos, debemos actuar con dignidad. Total, es imposible resumirla en una simple definición.

Pero hay otras interpretaciones para comprenderla. Como la obra de Aristóteles que decía: “Hacer frente a los designios de la vida es lo que nos convierte en seres humanos dignos”.

Es decir, son los ejemplos de vida como el de Mandela, quien después de todo lo que soportó dedicó el resto de su vida con un firme compromiso con la gente; como el de Martín Luther King, que creó un gran movimiento social que luchó por la defensa de los derechos civiles; como el de Joseph E. Stiglitz, quien siempre se ha mostrado a favor de una economía que cubra las necesidades de las personas y fomente el desarrollo de las regiones menos desfavorecidas, los que nos ayudan a entender qué es la dignidad.

Lo que Mandela, Luther King y Stiglitz nos enseñan es que la dignidad se expresa en decisiones y actitudes concretas. Por supuesto, nosotros los simples mortales no podemos compararnos con estos personajes cuyas vidas fueron claves para sus naciones. Sin embargo, la dignidad es igual de importante en las nuestras.

INDIGNIDADES

Me disculpo por tan larga introducción, pero quería dejar en claro este punto que nos va a servir de filtro para ver que en los últimos días hemos tenido un colorido desfile de indignidades, de carencia absoluta de orgullo, de actos patéticos protagonizados por nuestros funcionarios y políticos.

Empiezo con Arturo Zaldívar, el expresidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación que después de haber tenido una carrera brillante como jurista liberal acabó convertido en alfombra de la 4T.

En los hechos, la renuncia de Zaldívar viola la Constitución que lo mandataba a seguir como ministro por un año más y, de buenas a primeras, en cuestión de minutos, acabó con su carrera para convertirse en palero del movimiento lopezobradorista.

Pero la mayor indignidad del hoy exministro no estriba en su sola renuncia, sino en haber puesto a la Corte al servicio del Ejecutivo federal. Permitió la invasión del Poder Judicial; que el presidente de la República influyera en las decisiones del máximo tribunal del país; que jueces, magistrados y ministros emitieran fallos con un claro favoritismo al partido gobernante y guardó un silencio reprobable cuando el primer mandatario intentó prolongar su mandato como presidente de la SCJN.

Sobre esto último, además de ilegal, era un atentado grotesco a la autonomía y al espíritu que debe regular el relevo de este órgano judicial. Inclusive, Zaldívar erró en la encomienda de vigilar el cumplimiento constitucional que obliga a los ministros tener una distancia sana del poder y, por ende, lograr que el Judicial fuera un auténtico contrapeso del poder.

Sencillamente, traicionó a la Corte y con su renuncia demuestra que las ambiciones políticas algunas veces pueden más que la dignidad profesional y humana.

Otro caso es el de Marcelo Ebrard. De ninguna manera se puede demeritar su trayectoria política, pero sí es cuestionable su actitud ante la derrota por ser coordinador de los Comités de Defensa de la 4T.

Una regla no escrita es que se puede caer, pero hay que saber levantarse. Y él no se supo levantar. Perdió la encuesta y respingó, pataleó, gritó y hasta demandó. Y después de tanto escándalo y permanecer alejado del partido salió públicamente con la fantochada, por no decir marranada, de que se queda en Morena –según- para fortalecer el movimiento y el proyecto de Claudia Sheinbaum, quien lo vapuleó.

Para cualquier otra persona con el orgullo propio bien puesto, una salida digna hubiera sido quedarse al margen. Vaya, en este caso, hasta irse a la oposición hubiera sido mejor en lugar de volver con la cola entre las patas.

Y qué decir de los exgobernadores que entregaron sus plazas a Morena a cambio de una embajada. Como Quirino Ordaz, del PRI, que entregó el estado de Sinaloa y ahora es embajador de España; Claudia Pavlovich, también del PRI, pasó de gobernadora de Sonora a cónsul en Barcelona; Carlos Aysa, priista, exgobernador de Campeche y ahora embajador en República Dominicana; Carlos Joaquín González, panista, dejó el gobierno de Quintana Roo para hacerse cargo de la Embajada de México en Canadá, y el expriista Omar Fayad, quien fue propuesto como embajador en Noruega tras haber cedido el estado de Hidalgo.

Algunos de ellos asumieron estos cargos, como premio del partido gobernante, sin haber renunciado a su partido.

Otros ejemplos son los de los legisladores que aprueban todo lo que les piden a ciegas. En lugar de utilizar el cerebro para proponer algo diferente, que en verdad sea en beneficio de la sociedad, ofenden su función para quedar convertidos en infames “levantadedos”.

Y no vayamos más lejos. Roberto Albores Gleason renunció al PRI, coqueteó con todos los partidos, terminó en el PT y hace unos días salió corriendo a aplaudirle en un evento en Tapachula al coordinador estatal de la 4T. No se asustó, no se rajó, pero se arrodilló.

Así la dignidad de muchos de nuestros políticos, convertida en el tapete donde ellos mismos se limpian los zapatos.

yomariocaballero@gmail.com

Compartir:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *